Entrevistas a propósito del libro “Maestros del Son”, con el autor, Eduardo Vera y Ana Zarina Palafox

El libro es fruto de la labor fotográfica de varios años (le pregunté cuántos, pero omitió la respuesta, quizás por la premura de la inminente presentación, pero en la entrevista se infiere que son más de 20, incluso con riesgo de perder la vida) de Eduardo Vera “Tláloc”, el cual me obsequió en la edición 2012 del “Son para Milo”. Poco antes, en mayo, lo había presentado en el Museo Regional de Guadalajara, de donde es oriundo el artista. Según el pie de imprenta, fue impreso exactamente hace un año en esta ciudad. De acuerdo con información que me proporcionó el mismo Lalo, también ha sido presentado en el Museo de Nacional de Antropología e Historia; la Fototeca de Puebla;  El Tecolote de Arcelia, Guerrero; en Turicato, Michoacán; en el Festival de Tesechoacán de Playa Vicente, Veracruz; en el Festival de Huapango, de Tepetzintla, Veracruz; en El Manojo, de Cuernavaca, Morelos; en la Fototeca Juan Crisóstomo Méndez de Puebla; en Radio Educación de la ciudad de México y en el Primer Congreso Internacional Red de Investigación en Interdisciplinieridad en el Arte y sus Imágenes en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

En dichas presentaciones, según “Tláloc”, han participado, entre personas y grupos,   Ana Zarina Palafox, Rodolfo González Martínez, Raúl Rico, Josafat Nava, Marcia Sánchez Waldestran, José María Álvarez “El Pariente”, Teresa Irene Barrera, Jorge Calleja, Fernando Carrillo, Armando Herrera, Francisco Javier Romero, Helio Huesca, Jorge Amós, Los Choznos, Los Brujos de Huejutla, Jaraneros de Jalisco, don Clemente Mundo, La Negra Mora, Mariachi Amate y Grupo Mixanteña. Para cerrar el año, la próxima será el 7 de diciembre en el museo Mexican American Cultural Center, de Austin, Texas. Ahí mismo habrá una exposición de su obra fotográfica durante el mes de diciembre.

Asimismo, en el libro se incluyen textos de, además del autor, Ana Zarina Palafox, Armando Herrera Silva, Claudia Mendoza, Daniel Rodríguez Mendoza, Francisco Javier Romero Luna, Helio Huesca, Pancho Madrigal y Rodolfo González Martínez. No los cito para que el lector interesado mejor adquiera el libro con el propio Vera, a quien puede contactar mediante correo electrónico: tlaloc777@yahoo.com, pues, hasta donde sé, no se encuentra a la venta en librerías.

Por mi parte, debo decir que he tenido la suerte de ser testigo casual e involuntario de algunas andanzas de Lalo en busca de los seres que han abrazado a la música como razón primordial de su ser y como distintivo de identidad y de su raíz más profunda. Un libro que traza, en blanco y negro, un río de historias gráficas que son parte del rico caudal de la música tradicional mexicana, aquella que cimbra y estremece con sus resonancias centenarias y renovadas. La portada está dedicada a don Leandro Corona, quien está acompañado de su cuñado Bernardo Arroyo, en Zicuirán. Como esta fotografía, muchas que integran “Maestros del son” son un rescate de historias que aún están por contarse y otras, el mudo testimonio de historias que se han diluido en el olvido y la indiferencia. Quizás en esto resida, más allá del incuestionable valor artístico, la importancia de la aparición de un libro de esta índole: en hacer de la fotografía parte sustancial de la memoria colectiva, en devolverle su condición de registro de una época, de una persona, de un contexto, de una vivencia, de una realidad, de un patrimonio cultural en extinción –o en renovación, si se prefiere–. Agradezco a Lalo y a Ana Zarina su colaboración para realizar, en diferentes momentos, las entrevistas virtuales que reproduzco a continuación. Pero antes recuerda, lector, la cita es el sábado en Coyoacán, donde tendrás la oportunidad de adquirir el libro de Eduardo Vera y vislumbrar el espíritu de resistencia que lo impregna.

Eduardo Vera “Tláloc”

¿Cómo surgió la idea de juntar tus fotos en un libro y cómo fue el proceso para hacerlo realidad?

La idea del libro ya es de hace como 20 años, cuando incidentalmente tomaba fotos en festivales y de las más antiguas están fotos con don Crisóforo Castillo en una cantina de Pahuatlán, Puebla. Pero los últimos cinco años los dediqué por completo a recorrer el país en los fandangos y zapateados ya con la idea de hacer el libro.

¿Cuáles son, en tu opinión, las dificultades o aspectos de logística y técnicos que debe resolver o considerar el fotógrafo que registra a músicos tradicionales?

Lo más complicado son los tiempos que vivimos, pues traer una cámara en unas situaciones es sentencia de muerte. Tuve suerte de sobrevivir situaciones muy difíciles, donde mi vida estuvo en peligro. Aparte de andar cargando equipo de calidad, viajar por los caminos que son de tantas curvas, de tanto polvo, y tener que acomodarse en cualquier suelo para un descansito, pasar desveladas y compartir uno que otro pomo, esto es la realidad de pasarla en los fandangos y zapateados, que hace un rigor en el cuerpo, pero con la alegría de disfrutar con el pueblo y sus tradiciones.

Sé que es difícil, pero, independientemente de elementos técnicos, ¿cuáles fotos son tus favoritas, cuáles te gustan más? ¿Por qué?

Hay muchas que tengo de favoritas, en el libro el tamaño da una idea de cuáles aprecio más por cuestiones artísticas y por la composición. Aunque no es absoluto, tendría que platicarlo con el libro en la mano. Una cosa que trabajo para que el arte de la foto esté presente y que es importante, es mostrar a nuestros grandes maestros y nuestro México con buena calidad. Además, trabajo para que el movimiento y el carácter de la gente esté en mis fotos.

Seguramente, en el proceso de las fiestas y encuentros te sucedieron muchas anécdotas, ¿podrías compartir alguna o algunas?

Una de ellas recientemente fue que no tenía cómo llegar de Arcelia, Guerrero, a Turicato, Michoacán, y me llevaron en motocicleta, cinco horas, de las cuales 23 kilómetros fueron de terracería, con mi computadora, cámaras y cámara de video sin ninguna protección. Pensé que tal vez ahí quedaba, pero fue una experiencia, además de aterradora, increíble porque parecía montaña rusa y ruleta rusa al mismo tiempo.

Sé que lo presentaste en Guadalajara, cuéntame cómo estuvo ahí.

Me encantó porque, además soy de ahí y después de más de cuatro décadas de salir de Guadalajara por cuestiones de la guerra sucia, regresé y me sentí muy honrado con el evento y una exhibición de lujo en el Museo Regional de la ciudad.

¿Dónde se puede conseguir el libro? Me comentaste que sólo contigo.

Conmigo en tlaloc777@yahoo.com o a través de mi pagina de facebook.

Ana Zarina Palafox

Ya que tienes que ver mucho con la edición de “Maestros del son”, pues la cuidaste e hiciste el diseño y la corrección de estilo, me imagino que fue difícil hacer la selección de fotos. Cuéntame un poco de ello.

Mira, la selección la hizo Eduardo. Te soy honesta, yo no tuve nada que ver, salvo descartar un par que estaban muy bajas de resolución. Él las agrupó por temática, y yo sólo hice un par de ajustes relacionados con el diseño en sí (combinar las de tamaño similar, recortar alguna, determinar en qué páginas iban los textos por el contenido mismo y por el espacio). Digamos que acompañé a Eduardo en su propio proceso creativo y narrativo.

Ya impreso y presentado el libro, ¿qué has percibido que produce en la gente que lo va conociendo? ¿Qué te produjo a ti durante el proceso de edición y ya concluido y presentado?

A mí me produjo hacer un recuento de lo vivido, ya que en al menos la mitad de los momentos fotografiados yo estaba ahí. Como tú, conozco a la mayoría de los músicos fotografiados, los lugares… Cada foto me evoca olores, sabores, temperatura, voces, afectos, sensaciones en general y, lo más importante, la sensación emotiva de cada estilo musical en su hábitat. Entonces lo siento como el álbum de la familia, y cada foto es una especie de túnel del tiempo, cuando retrotrae las historias humanas detrás de cada rostro. En la gente que lo conoce he visto reacciones muy variadas: desde quien se estremece como yo, porque es parte también de “la tribu”, hasta quien no comprende por qué a personas de apariencia tan humilde se les llama “Maestros”. Con los primeros, el libro es un pretexto para recordar y compartir; con los segundos, es una bella oportunidad para hablarles de las personas, de las enseñanzas que cada uno nos han dejado. Y es un  intenso placer voyeurista mirar sus caras pasar de la incredulidad a la sorpresa, y al “Cuéntame más”. Entonces miro el libro, a través de sus ojos nuevos, como un gran cuadro sinóptico capaz de puentear, de estimular las ganas de viajar también y tener estas vivencias.

En tu texto incluido en el libro hablas de las dificultades o las peculiaridades de la transmisión de la música tradicional, en este caso, ¿qué papel juega un libro como éste?

Lo dicho: es un cuadro sinóptico capaz de atraer a personas para conocer a otras personas. Es una forma más de intentar el contagio…

Sé que es difícil, pero ¿tus fotos favoritas? Debe de haberlas, dímelas y por qué.

Hay una página en especial. Del lado izquierdo, vuela un colibrí; del derecho inferior, está una foto grande de una esquina de Tlacotalpan, con la flecha que ponen en las fiestas para indicar la vuelta hacia Alvarado, viniendo de Cosamaloapan. En primer plano está un hombre en bicicleta, que es fotógrafo y baila danzón, personaje notable para quienes llevamos muchos años yendo. A pesar de no haber estado cuando Eduardo la fotografió, siento esa página como “la página de mi papá”; esa esquina y ese fotógrafo fueron una visión que compartí muchas veces con él, que caminamos, que me compartió el gusto por esa población, donde fui a depositar sus cenizas. ¿Ya ves? Ya estoy llorando… con el mismo llanto que tenía cuando escribí la décima que pusimos bajo la foto del colibrí, hecha ex profeso para el libro y que espero sea mi epitafio oral, cuando sea que ocurra. Otra página entrañable es donde está Cástulo Benítez de la Paz, en una foto rodeado de sus nietos, y en otra con Los Jilguerillos del Huerto tocando para él. Fue el Día del Padre de 2010, un día en que se mezclaron los afectos y la música con conflictos propios de la región (drogas, armas, gritos, mujeres llorando asustadas, amenazas). Entonces esas fotos las percibo como “flores del desierto”… Entre las espinas de la realidad de Tierra Caliente surgen estos momentos bellos, emotivos, amorosos. Una tercera que nombraré (y última, para no extenderme con la remembranza de todas) es donde está la familia Dagio, en Cieneguillas del Huerto. Martín con el violín, don Blas, su padre, con la guitarra y su madre cantando. Cocina construida con madera, olor a leña y café de la olla de barro, afuera lluvia y lodazal resbaloso. Tras un día muy pesado, llegamos en la noche, agotados. Los papás de Martín nos recibieron y alimentaron, y después nos pusimos a tocar (sí, en la foto puedes ver mis mallones y mi tenis blanco y delator). La sensación de ese lugar y esa gente fue como imagino, en la prehistoria, correr despavoridos con un mamut detrás y llegar a la cueva del clan a disfrutar del cobijo del fuego recién descubierto… Estoy segura de que en esos tiempos olía igual. ¿Muy alucinado? Tal vez, pero cierto.

Zarina, ¿deseas añadir algo más?

Que desespero por compartir estas sensaciones con todo el país. Que toda la gente pudiera recibir los regalos que disfrutamos quienes viajamos a estos lugares y, por medio de la música, abrimos nuestros corazones para que se interne al “México profundo”.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Portada de un libro que muestra a muchos músicos tradicionales en activo y otros ya desaparecidos.
Cortesía: Eduardo Vera.

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