MEMORIAS DE UN HUAPANGUERO: XXI ENCUENTRO NACIONAL DE MARIACHI TRADICIONAL

Por Gregorio Martínez Moctezuma

Ciudad de México. 17 de octubre de 2022. ¿Qué sentido tendría la vida sin la música? Tal vez no sea ocioso buscar una respuesta a esta pregunta meramente especulativa. Seguramente habría otra forma artística o intelectual que dispensara al ser humano las satisfacciones que la música le ofrece. Y esta experiencia, claro, sería subjetiva e intransferible, como lo es ahora para cada escucha. Lo que quiero resaltar con esta pregunta es el alto papel o función social que desempeña la música, sea con esa intencionalidad o sin ella. Casi sin darnos cuenta o, mejor aún, sin reflexionar al respecto, la música se ha convertido en el eje por el que pasan todas nuestras situaciones sociales relevantes y sus correspondientes estados de ánimo, que de lo general convencional pasan a lo individual íntimo, propio, único. Del todos al yo.

Esto viene a cuento porque la semana pasada concluyó en Guadalajara, Jalisco, el XXI Encuentro Nacional de Mariachi Tradicional, que, de acuerdo con el programa oficial, se llevó a cabo del 30 de septiembre al 8 de octubre de 2022, con el eslogan “Que resuene el fandango”. Y sí, en efecto, lo que más resuena en mi mente y en mi piel son los fandangos que se armaron en el marco de este cónclave mariachero, al que, debo confesarlo, nunca había asistido por una u otra razón.

Esta ocasión tenía en la mente asistir porque iba a participar en el programa académico, ya que, dentro del Encuentro Nacional de Mariachi Tradicional (ENMT), se realiza el Coloquio Internacional del Mariachi, que esta edición estuvo dedicado a la “Práctica musical y construcción de comunidad”, y tendría actividades del 5 al 7 de octubre en las instalaciones de El Colegio de Jalisco. Así, mis planes eran asistir esos tres días al Coloquio y ver algunas de las actividades del ENMT. Pero uno pone, Dios dispone.

El motivo de mi presencia en ese Coloquio Internacional del Mariachi era la presentación del libro “María de Lourdes. Homenaje a una cantante mexicana sin fronteras” (Agua Escondida Ediciones, México, 2022), junto con Rudolf M. Buitelaart, Ricardo Martínez Flores, Mónica Pérez Ortiz y Eduardo Martínez Muñoz; los dos primeros de modo virtual desde la Ciudad de México y los dos últimos de modo presencial. La actividad se realizó el viernes 7 de octubre en las instalaciones de El Colegio de Jalisco. Bueno, mi plan de asistir tres días al Coloquio no fue posible porque se fregó una máquina de la imprenta y en vez de entregarlo el martes 4, como habían anunciado, lo entregaron el viernes 7, aunque me entregaron 100 ejemplares el jueves 6 por la tarde, y esa misma noche salí a Guadalajara con ejemplares para cumplir el compromiso.

Lo primero que puedo decir del libro es que es justo y necesario, y que fue posible gracias al amor y a la admiración de fans neerlandeses. Sin éstos, simplemente no hubiera sido posible; no existiría. Claro, también fue debido al intenso trabajo que hizo la cantante en los Países Bajos, sobre todo en los últimos años de su vida. Sembró mucho amor por la música mexicana en esa parte de Europa, y ahora este libro es parte de una merecida cosecha. “Amor con amor se paga”. Puedo añadir que es un libro de autoría colectiva, cuenta con textos de Rudolf M. Buitelaart, presidente de la Asociación Cultural Neerlandesa “Anna Maria van Schurman”, Javier García Valdez (Java), Fernando Pérez López (hermano de la cantante), Eduardo Martínez Muñoz y el que suscribe. Un tercer elemento que puedo señalar es que es un documento necesario para intentar rescatar del olvido a una gran cantante, a una mujer que en ciertos aspectos fue una adelantada y cuya obra no fue apreciada en su justa dimensión en su momento ni ahora, o no con todo el reconocimiento que se le debe. Un cuarto comentario es que el libro busca ser la obra que inspire alguna investigación más amplia o al menos sea el punto de partida para que el público de antes y ahora recupere en parte o en fragmentos la imagen, la voz y el sentido de la obra de María de Lourdes, cuya estatua en Garibaldi ha adquirido el estatus de muchas otras estatuas célebres: la gente pasa y no las mira, sin importarles qué fin tiene su presencia en ese espacio público. Un quinto punto digno de mención es que el libro cubre un hueco enorme en la historia de la música ranchera mexicana; sin duda, hay mucho aún por hacer y aportar para cubrir otros grandes vacíos en este género, que tanto lustre dio y da a México en el mundo, y en este contexto es donde el libro cumple con su función primaria: reivindicar a una de las grandes exponentes de nuestra música, que la difundió internacionalmente y, sin duda, ello mucho contribuyó al amplio reconocimiento y aceptación de que goza en la actualidad. Y aquí le paro, porque añadir más elementos a lo realizado es vituperio. Pero María de Lourdes lo merece, y había que hacerlo, y decirlo.

De “María de Lourdes. Homenaje a una cantante mexicana sin fronteras” sólo añadiré que el viernes 7 acudí a la presentación en El Colegio de Jalisco con mi carga de ejemplares y fue un éxito, gracias a Dios y al buen desarrollo de los acontecimientos. Como quiera que sea, la primicia del libro fue en un estado que se precia de mantener en alto algunos de los estandartes de la mexicanidad y en un foro idóneo para ello. La actividad inició a las 13:30 y la concluimos una hora después, e incluyó la exhibición de videos inéditos de María de Lourdes cantando en los Países Bajos. De hecho, se puede decir que es material inédito y también el último que se grabó de la cantante, lo que le confiere un valor especial, pues escucharla luego de 25 años suscita un sentimiento y estremecimiento especial.

Para mí fue un acontecimiento especial porque estuvieron presentes un hombre decisivo en mi vida y una mujer esencial en mi familia: Ángel y Francisca Moctezuma López, hermanos de mi madre. Hace muchos años vivimos una tragedia familiar en la costa de Jalisco que nos afectó a todos. Han pasado 36 años y, cuando la recuerdo, me lastima y la siento como si hubiera ocurrido ayer. Años después, en los noventa, viví con ese hombre seis meses en su casa, con su familia, y vivimos otra serie de experiencias que nos hermanaron para siempre. A mis tíos, gracias por ser y estar, los amo. Después de la presentación hubo un convivio en El Colegio de Jalisco, donde compartí mesa y momentos con mis tíos y con los investigadores Rodrigo de la Mora, Arturo Camacho y Roberto Arias de la Mora, de El Colegio de Jalisco. Aquí cabe mencionar a un joven investigador que se volvió un buen amigo durante las horas que pasamos juntos: Lohengrin Paredes, nieto de Hernán Paredes, considerado el primer mariachi chileno de la historia y director del mariachi Alma de México.

Por la noche de ese viernes 7 acudí al Santuario Arquidiocesano de Nuestra Señora de Guadalupe, donde se llevó a cabo una velada de minuetes con la participación de Los Alegres de Arteaga, Michoacán, Leyendas de mi Pueblo, de Cocula, Jalisco, Siete Vientos, de La Huacana, Michoacán, y Ciudad de México, y Los Tecuexes, de los Altos de Jalisco. Una velada que se disfrutó ampliamente y que deja ver la vigencia y permanencia de una forma musical que estremece y conmueve por su tono esencial y por la perceptible variación y relación que guarda de una región a otra.

Por mi parte, aquí puedo mencionar que prácticamente no hubo venta de ejemplares de María de Lourdes, sin embargo, se hizo entrega de algunos a investigadores y músicos participantes. Con los que se pudo y quisieron, hicimos trueque, como sucedió con la investigadora Ángeles Rubio Tapia, que encabezaba a un contingente artístico de Arteaga, Michoacán, y quien coordinó un disco triple: “Música tradicional de Arteaga. Sones, jarabes, canciones y minuetes”, con cuadernillos que incluyen textos de Guillermo Contreras, Josué Maceda Vite, Yasbil Mendoza y Mariano Herrera. Muy interesante, sobre todo porque registró a seis grupos distintos de Arteaga; extrañamente no están Los Alegres de Arteaga, que participaron en el ENMT y obtuvieron la máxima presea del Encuentro. No lleva, o no encontré, año de producción, aunque sí de registro o grabación: 2016.

Otro entusiasta de la música tradicional que mostró interés en intercambiar fue el profesor Javier López, quien dirige el Mariachi Antiguo de Acatic, y de quien obtuvimos “Arrancazate. Sones y danzas de los Altos de Jalisco” y “Las músicas de don Jesús”, en ambos casos tampoco hallamos el año de producción, aunque se ven de factura reciente, el primero fruto de un PACMyC 2019-2020. Agradecemos el interés por María de Lourdes y por la reciprocidad cultural.

Después de la cena en el hotel sede, el fandango se armó en un salón. Aquí se reúnen los músicos para reencontrarse con amigos e intercambiar saberes y experiencias. Es estimulante y grato ver que esta variable del son mexicano goza de sobrada salud y cuenta entre sus exponentes hombres y mujeres de edades muy variables, pero cabe apuntar que ya predomina la juventud y destacan visiblemente las mujeres, y me refiero como músicas, no sólo como bailadoras.

No puedo ser prolijo como quizás lo exijan las circunstancias, pero aquí reencontré a un par de muy buenos amigos, hoy connotados investigadores, Alejandro Martínez de la Rosa y Jorge Amós Martínez Ayala, doctores y respetados; a músicos como Esaúl Arteaga y Nicolás Puentes Macías, ambos personajes de la música tradicional zacatecana; a Juan Frajoza, prolífico y brillante investigador, al entrañable Ysrael González y su esposa Ana Alanís, al querido Martín Dagio, al admirado José de Jesús Álvarez Molina, a Humberto Gazpar Osorio, a Jaime Mier, a un joven violinista, Édgar Adrián Lara Pérez, tocando como los grandes… La verdad, mucho para recordar y escribir, pero otra ocasión; no había dormido ni ocho horas en 48 horas y no estuve mucho en el fandango.

El sábado 8 descansé y puse orden en mis cosas antes de acudir al paseo Alcalde, a la altura de catedral, para el concierto general o Gran Fandango final, programado para las 18 horas. El escenario me hizo recordar, perdón por la obviedad, al Son para Milo, con un escenario a cada lado de la calle, con un gran entarimado central. Un largo recorrido de los grupos: más de 30, con dos piezas por agrupación. Un grato encuentro con el doctor Álvaro Ochoa Serrano, a quien le agradezco enormemente su colaboración para El Axolote Ilustrado. Un imprevisto encuentro y feliz saludo con Fernando Carrillo, exsecretario de Cultura de San Luis Potosí. Hubo un reconocimiento póstumo a don Columbo Méndez, muy apreciado por su labor en pro del ENMT. Todos destacables, a mí me llamaron mucho la atención Los Costeños de Coahuayutla, la premiación del ENMT, que se la llevó Michoacán, con premios a Los Alegres de Arteaga: la Medalla Nacional “Cirilo Marmolejo”, y el Galardón Mariachi a José de Jesús Álvarez Molina. El reconocimiento “Francisco Sánchez Flores” a Ysrael González y Ana Alanís por su invaluable labor para preservar la música de Zicuirán y Churumuco. Perdón por las omisiones, pero ya los años pesan y la memoria, materia prima de estas “Memorias de un huapanguero” también se obnubila. Echaré mano de mis notas a mano.

Subsanaré las omisiones haciendo mención de los grupos participantes: El Retoño de Zicuirán, Maíz Azul (de la estimada Laura Gil), Los Alegres de Arteaga, Los Compadres, Tonitlán, Los Hilanderos, La alegría de Zicuirán, Juventud Tierra Caliente, Mariachi Antiguo de Acatic, Los Tecuexes, Son de la Huerta, Los Choznos, Camino Real, Los Queliteños, Son y Fandango, Mariachi Tradicional Nochistlán, Son del Coamil, Mariachi Tradicional Cecytej, Tradición Jarabera Zacatecana, La Endiablada, Cielo Tixtleco, Los Pitayeros, Los Arrieros del Son, Nuevo Carrizal de Arteaga, Los Costeños de Coahuayutla, Maracumbé, Siete Vientos y El Carrizo. Sin duda, hay mucha tela para cortar y analizar, pero no lo haré, al menos en esta entrega. Sólo quiero añadir que el Mariachi Tradicional El Carrizo fue el único que tocó cinco piezas y cerró con broche de oro este Encuentro. Quizás con esta agrupación se pueda hacer un comentario superficial y evidente: representan la tradición y, de un modo, la innovación de una música que se sabe vigorosa, cambiante y permanente. Y del fandango final, la cereza de todos los pasteles, no tengo mucho que decir, pues no aguanté más de dos horas, pero qué placer haberlo vivido, pues todos fuimos uno y lo mismo. Al final de cuentas, se dice más sin decir, y conste que no es por estilo, sino porque ya los años pesan y el tiempo pasa más raudo, como el amor y el jarabe tapatío, que era cantado, ¿o no? Lo dicho: ¿qué sería de mi vida sin la música? Aunque cada día sea más performático y moderno, que siga el fandango, pues…

Fotografía: Gregorio Martínez Moctezuma, especial para Azteca 21.

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