Home “Memorias de un huapanguero”: TOMÁS GÓMEZ VALDELAMAR, HUAPANGUERO

TOMÁS GÓMEZ VALDELAMAR, HUAPANGUERO

Por Gregorio Martínez Moctezuma

Ciudad de México. 1º de febrero de 2022. Para los amantes del huapango, quizás no resulte difícil imaginar la escena: un trío (o en aquellos años, un dueto, pues el maestro Tomás me ha dicho que siendo niño él recuerda que por sus lares se tocaba huapango con violín y huapanguera; la jarana se incorporó después) toca en un rancho de la huasteca veracruzana y se crea la magia que sólo la música es capaz de transmitir a los espectadores que tienen el privilegio de presenciar ese instante irrepetible, que nace, cautiva y concluye sin cesar del todo cuando los instrumentos producen sonidos ensamblados, cuando adornan el silencio…

A la idílica escena hay que agregar el sentido fascinado de la vista: la alegría se percibe en todos los rostros y a veces se multiplica por el canto, la versería y el zapateado en medio de nubes de polvo… Rostros conocidos, familiares. Una hermosa fiesta comunitaria donde el huapango es el rey absoluto. Un niño de cuatro, cinco años observa, escucha, graba en su mente lo que acontece ante sus ojos con participación de su padre, tíos, vecinos, amigos… Un cuadro similar vio muchas ocasiones en su infancia Tomás Gómez Valdelamar, quien desde sus primeros años descubrió que la música sería su vida.

Han pasado los años, las décadas y un cambio de siglo, de paradigmas sociales, tecnológicos y musicales; lo que el niño Tomás intuyó en su natal Pánuco, donde nació en 1946, se volvió una realidad. Pronto dio muestras de tener habilidad para afinar, para tocar instrumentos, para acompañar a los otros músicos, para cantar. Así, casi sin advertirlo ya tocaba en compromisos con su padre, don Hermilo Gómez Ochoa, quien también aprendió de su padre, don Francisco Gómez Maldonado, el abuelo de Tomás. Por esta razón, también supo que era parte de una estirpe de músicos, de huapangueros.

Yo ahora evoco la tarde llena de sol y luz en que conocí al maestro Tomás en el verano de 2007 en Huauchinango, Puebla. Él estaba sentado en un pequeño local improvisado en la plaza central, donde se había instalado una especie de feria o puestos de exhibición para que algunos de los participantes de esa edición del Festival de la Huasteca exhibieran o vendieran sus productos. En el caso del maestro, tenía libros y estrenaba su disco “Mis huapangos”, con el que festejaba cincuenta años de huapanguero.

Fue, para mí, una tarde inolvidable, ya que en esos días recién había fallecido don Heliodoro Copado, quien había sido el violinista de un trío que revolucionó, por decirlo de alguna manera, el son huasteco: los Camperos de Valles. Así que, con la anuencia de don Tomás, me pasé al interior del local y me senté en una silla, a su lado, para platicar de ese gran violinista queretano, a quien, por cierto, a mediados de la década de 1960, él había suplido en el Conjunto Típico Tamaulipeco, cuando Bernabé Calderón, uno de los Hermanos Calderón, lo fue a buscar a Tampico para que se integrara a esa ahora legendaria agrupación folclórica.

Advierto que los recuerdos o anécdotas se me agolpan y tal vez esta remembranza no resulte muy clara para los lectores que no tienen referencias previas de la historia no escrita del huapango en México. ¡Es tan amplia, diversa y rica! Bueno, haré un intento de recapitulación más ordenada, dije ya que don Tomás nació en 1946, en Pánuco, Veracruz, en el rancho El Molino, inició tocando a temprana edad la jarana, que le había regalado su padre, y recuerda con mucho aprecio a Sinecio González, a quien considera su maestro y uno de los meros músicos grandes del huapango.

Esto da pie para señalar que el joven Tomás, ya en el puerto de Tampico, formó parte de los Cantores del Pánuco, trató y conoció bien a los integrantes del Trío Camalote, y más tarde fue miembro del Conjunto Típico Tamaulipeco. Estudió en la Normal y se hizo maestro. De hecho, él ha formado a varias generaciones de huapangueros. Así, de modo sucinto, estamos ante un hombre que es parte de las leyendas vivas del huapango. Si fuera michoacano, creo que ya hubiera sido considerado como Tesoro Vivo de la cultura estatal. Méritos le sobran a don Tomás.

Dije que fue una tarde inolvidable ésa de 2007 porque conocí al maestro Tomás, hablamos (me habló, mejor dicho) como un par de horas de músicos y anécdotas, sobre todo de Heliodoro Copado, y, sin saberlo en ese momento, nació una amistad que hemos mantenido, haciendo cuentas, por casi quince años. En este periodo, yo tuve la oportunidad de ir en dos ocasiones a cubrir el entonces fastuoso e imponente FIT (Festival Internacional Tamaulipas), gracias al licenciado Ubaldo Ávalos, y me daba tiempo para visitar o ver al maestro en Ciudad Victoria, momentos robados al trabajo para poder hablar de huapango y huapangueros.

Una de esas ocasiones nos reunimos en un café muy concurrido, cuyo nombre no recuerdo, sólo que estaba cerca de un parque de beisbol, y tuvo la gentileza de mostrarme parte de su archivo: fotografías, recortes de periódicos, programas de mano… Con el transcurso del tiempo le he insistido para que haga unas memorias o libro de anécdotas, pero él es un hombre que dedicó su vida al magisterio de la música, y a ésta, pues en la capital tamaulipeca tocaba en un mariachi. O sea, no ha tenido tiempo de escribirlo, porque así es: escribir es tiempo capturado en letras, mensajes para un lector desconocido en un futuro incierto. La famosa botella con una carta que se tira al océano inmenso en busca de un inexistente lector…

Bien visto, es un huapanguero en toda la extensión de la palabra, lo que él mismo considera un huapanguero de a de veras, auténtico, de ésos que ya casi no hay, incluso extraordinario, pues se ha mantenido alejado de la bebida, tan presente en el ambiente huapanguero, ha sido parte de tríos legendarios, conoció y trató a la plana mayor de huapangueros que le dieron forma y fama al huapango, ha dado clases de huapango y formado a muchos músicos (entre ellos a Soraima Galindo y a los hermanos Rodríguez Bracho, que creo ya no tocan como trío), ha compuesto algunos huapangos que se han vuelto parte del repertorio huasteco (que están incluidos en el disco “Mis huapangos” que presentó por sus 50 años de huapanguero) y ha escrito, que yo sepa, dos libritos esenciales: “Así canta la Huasteca” y “El son huasteco y sus versos a través de los años 1900-2000”, que precisamente pude conseguir en esos encuentros con don Tomás.

Para esta evocación, le volví a insistir al maestro Tomás sobre la importancia de que haga sus memorias o recuerde parte de su vida huapanguera y a sus amigos huapangueros. También le pedí que me regalara una fotografía de su archivo para ilustrar estas notas, cuyo principal propósito es éste: hacerlo presente a las generaciones huapangueras que no lo conocen y que le dé uso a su memoria y a su valioso archivo personal para elaborar un libro que sería un homenaje a su familia huapanguera.

Así, pues, tampoco creo que es difícil imaginar el gusto que les causaría ese libro a esos mismos músicos que vio cuando era niño, a su abuelo y a su padre, a sus compañeros legendarios: Sirenio Rivera, Inocencio Zavala “El 30 meses”, Juan Coronel, Artemio Villeda, Juan Delgado Ramírez “El Retameño”, Joel Monroy, Marcos Hernández, Aureliano Orta, Goyo Solano, Everardo Ramírez Ochoa “El Ágila Negra”, Juan Balleza, Felipe Turrubiates, Efrén y Salvador Arteaga Pérez… o lo que puede decir de otros grandes, como el Viejo Elpidio, Nicandro Castillo, El Negro Marcelino, o de los jóvenes huapangueros, en cuyas manos e instrumentos está ahora la estafeta de la tradición musical huasteca. Bueno, maestro, como le dije cuando hablamos hace días, gracias por su entrega a la música, huasteca y mariachera, por su trabajo y por su amistad, y como dijo usted: “Seguimos, Goyito…”. Esperando que le sirva de estímulo, maestro, he aquí el recuerdo afectuoso de un gran personaje al que agradezco a Dios ser su amigo. Le dejo un abrazo fuerte.

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