No puedo evitar expresar todo lo que sentí el domingo 11 de noviembre de 2018 en la Corrida de Inauguración de la Temporada Grande 18-19 de la Plaza México.
Fue un día excepcional el que viví como aficionada, confirmé lo mucho que amo la tauromaquia y lo orgullosa que estoy de ser taurina.
Viví un indulto en la Plaza México, y claro que fue un indulto rotundo en manos del rejoneador Diego Ventura con Fantasma, tacazo de toro, un jabonero sucio más precioso que un diamante, de la ganadería de Enrique Fraga.
Fue extraordinario estar ahí. Presenciar esa suerte de brega con la garrocha… y en la suprema de colocar banderillas a dos manos sin riendas… solo dirigiendo al corcel lusitano, tordillo palomo de capa, “Dólar”, con señales de sus rodillas y espuelas: ¡Increíble!
Nunca había vivido algo así, un puño de emociones, viendo el temple, alegría, bravura, nobleza, emotividad, transmisión, toda una conjunción fascinante que me conmovió hasta las lágrimas y regocijó mi corazón. Hasta me ardieron las palmas de tanto aplaudir.
Ver unidas a todas esas personas en un solo rugir “¡óle!”, desde lo más profundo del alma. Ver a Diego emborracharse de toro, con todo ese sentimiento, conmovido y emocionado hasta las lágrimas. El torero entregó su corazón y alma al punto de torear a pie (cosa que yo nunca había visto en un rejoneador) y que lo hace excelente, además.
Diego Ventura es sin duda el mejor de los jinetes, pero también el más torero, que hizo estallar a ese monstruo de Plaza un derroche de pasión y magia. Me di cuenta de que todos a mi alrededor estaban parados de sus asientos, llenos de sensaciones inexplicables y coreando una y otra vez: ¡óle!
Bueno y qué decir de esos impactantes caballos, en una sincronía perfecta con el jinete y una mancuerna de engrane con ese cañón por toro extraordinario.
He ido a una infinidad de corridas, muchas de rejones, pero lo de ese domingo es indescriptible. ¡En verdad que no es lo mismo que alguien lo platiqué a vivirlo!
No hay manera de comparar ese sentimiento y orgullosamente puedo decir que este día, que queda para la historia, yo estuve ahí. Sin duda una tarde fantástica, llena de magia, de vibraciones, éxtasis, euforia, transmitidas a miles de corazones unidos en un solo latir.
A esto es a lo que vamos los taurinos a las plazas, a ver la belleza de un ballet entre un animal y un hombre extraordinarios. A celebrar la vida, que es toda unidad y sincronía. No vamos a ver la muerte, esa está a la vuelta de cualquier esquina o curva de una carretera.
Ahí vi conjugadas a todas las Bellas Artes: la plasticidad de la danza, la cadencia y vivacidad de la música, los versos y prosa de la literatura, los colores y matices claroscuros de la pintura, las poses de las esculturas ecuestres en bronce y mármol, la cámara lenta del cinematógrafo… fundido todo en un crisol de sentimientos y emociones que solo puedes encontrar en la más bella de todas las fiestas… la fiesta brava.