“Premio Teotihuacan” al arqueólogo Maximiliano Sauza Durán por su trabajo “Jeroglífico de aire, enigma sin clave. Glifogénesis, vorágine y glifocalipsis del Ojo de Reptil”

De la autoría del joven arqueólogo Maximiliano Sauza Durán, egresado de la Universidad Veracruzana (UV), la investigación se enfoca en el análisis de un símbolo teotihuacano que hacia la segunda década del siglo XX fue denominado Ojo de Reptil por el investigador alemán Hermann Beyer, quien sostenía era similar al ojo de un lagarto en el momento de emerger del agua.

Tras agradecer al INAH y a los organizadores de la mesa redonda por la distinción, la cual, dijo, es un mérito para sí mismo, su familia, la generación de arqueólogos a la que pertenece y la institución que representa, el investigador queretano presentó una síntesis de los casi cinco años que ha dedicado al examen de una imagen que, pese a estar ampliamente documentada, no había sido analizada en profundidad.

Ello se debe a que el Ojo de Reptil —una figura abstracta que describió como “un elemento geométrico rematado por un gancho, acompañado en los costados por dos barras a manera de comillas textuales, rodeado de puntos y en ocasiones de marcos cuadrados, circulares o semicirculares” — se ha convertido en una suerte de ‘comodín’ para los estudiosos de Teotihuacan, dado que evidencia la influencia de esta cultura prehispánica en cualquier sitio donde se le encuentre.

Abundó, sin embargo, que la documentación que realizó en más de 130 imágenes del Ojo de Reptil plasmadas tanto en arquitectura, escultura, cerámica o pintura mural, procedentes de geografías como Cacaxtla, Tula, Xochicalco, Teotenango o incluso Escuintla (en el área maya guatemalteca), muestra que el glifo no tuvo un significado único ni un uso estandarizado en los 700 años de historia de la civilización teotihuacana, cultura que lo usó en mayor medida.

“Se trata de un devenir. Sostengo que el Ojo de Reptil tuvo una génesis, una etapa de vorágine y un apocalipsis”, refirió en términos bíblicos el actual maestrante de Literatura Mexicana en la UV, quien se encontró por primera vez con el glifo al participar en el Proyecto Piedra Labrada, dirigido en Veracruz por la arqueóloga Lourdes Budar.

Maximiliano Sauza comentó que la génesis del símbolo tuvo lugar cuando, en el momento de contacto entre Teotihuacan y las ciudades-Estado del área maya —hacia el año 100 o 200 de nuestra era—, los procedentes del Altiplano Central se apropiaron del glifo cauac, usado por los mayas para representar la tierra y el poder de sus gobernantes.

Ya en su ciudad, los teotihuacanos utilizaron el Ojo de Reptil para aludir tanto a deidades como a figuras políticas y/o económicas. Hay que recordar, dijo, que en Teotihuacan no se han encontrado imágenes de reyes, por lo que se piensa que la escultura o arquitectura pudo representar a grupos de poder o séquitos comerciales.

“Me gusta hacer la analogía de que a lo largo del periodo Clásico, el Ojo de Reptil fue una especie de logotipo Coca-Cola, esto es que Teotihuacan como un Estado dominante, manufacturó productos y signos que daban cuenta de su poder. De esta forma, el glifo era llevado a otros sitios para decir ‘aquí está el imperialismo, y en este mismo parangón, aquí está Estados Unidos’”.

Hacia la fase epiclásica de Mesoamérica (650-900 d.C.) y una vez que Teotihuacan había entrado en declive, el símbolo fue acogido por culturas como las establecidas en Cacaxtla, Xochicalco o Teotenango, para legitimar su pasado mitológico y su historia como descendientes directos de los teotihuacanos.

El apocalipsis aconteció cuando los toltecas del periodo Posclásico Temprano (900-1200 d.C.), la nueva cultura dominante del centro de Mesoamérica, dejaron de usar al Ojo de Reptil como una representación del poder, y optaron por la de un “atado de cañas humeante”, denominada zacatapayolli.

Imbuido a veces con una significación calendárica, otras hierática, religiosa o comercial, el Ojo de Reptil se ostenta como un “jeroglífico de aire, enigma del que jamás encontraremos la clave”, concluyó Maximiliano Sauza retomando las palabras del poema Alba, de José Emilio Pacheco.

Fuente: (INAH)

Leave a Reply