No dejar hacer y no dejar pasar

La retórica desafiante de Donald Trump de “produce en Estados Unidos o paga elevados impuestos fronterizos” es un modelo calcado de muchos otros períodos económicos de nuestro pasado; por cierto, no muy lejano. 

Y honestamente cae mal porque de botepronto la globalización nos ha acostumbrado a cierto relajamiento de los aranceles, determinados impuestos internacionales y a los controles primordialmente cuando se supone que existe un club de socios  con sus obligaciones y derechos. 

La magna crisis que capturó a media aldea global, nuevamente con epicentro en Estados Unidos (sucedió también en 1929)  nos pilló más interrelacionados en todos los sentidos además enmarcados en la era de la Información y el predominio tecno-digital. 

Esto implicó que el grado de exposición al riesgo de una hecatombe económica no fuera nimio sino todo lo contrario, esa vulnerabilidad afectó gravemente a las economías más desarrolladas del planeta, las más industrializadas y les ha costado casi una década sacar una pierna del arenoso pantano porque no podemos decir todavía con gran confianza que se han vuelto a poner de pie. 

El caso de España es peculiar se está convirtiendo en un punto y aparte tras la indigestión de las duras reformas para relanzar a la economía ibérica, el año pasado el PIB creció hasta el 3.3% es verdad apoyado por el tsunami del turismo extranjero –más de 75.3 millones de visitantes-, porque su Marca España está bien posicionada en el exterior, buena parte de las multinacionales obtienen ingresos de América Latina y otros países; y les ayuda su dinámica exportadora. Pero su desempleo es tema crónico y estructural. 

No obstante, muchos otros países europeos, otros industrializados que han pasado por el pozo de la recesión le miran con envidia porque insisto la recuperación está resultando tibia, marginal y por momentos temblorosa en otras economías incluyendo a Estados Unidos. 

En lo personal, como economista, me llama poderosamente la atención las actuaciones postcrisis implementadas por los países industrializados en comparación con las que usualmente llevan a cabo las economías emergentes o menos desarrolladas o con menor nivel de industrialización.

Los primeros históricamente sobrerreaccionan con proteccionismo, se cierran, se vuelven hoscos y defensivos;  ven enemigos hasta en el soufflé, invasores por debajo de las piedras, se pertrechan a lo  suyo, defienden lo local con uñas y dientes.

Todo lo contrario, después de una crisis, los emergentes no tienen más recursos que abrirse, desregularse, invitar al otro a invertir, darle todas las facilidades y poner un tapete de “welcome” al foráneo. Nótese las diferencias entre la piel sensible de unos respecto de otros después del sarpullido de una crisis económica. 

A COLACIÓN

            Trump quiere a los inmigrantes ilegales fuera sin importar su aportación económica en doble vía (trabajan y consumen) y no sabemos si la persecución será sólo contra los ilegales o también llegará a consumarse con los legales delatados muchas veces por su propio color de piel y sus facciones. Nada más falta que el magnate los quiera a todos arios. 

            Por cierto el presidente electo  se vanaglorió por el Brexit, considera que el  Reino Unido hace muy bien con salirse del club de la Unión Europea (UE) lo dice convencido de que “le irá mucho mejor”. 

            No nada más es la hostilidad en ciernes de Estados Unidos bajo la égida de Trump,  Reino Unido va camino acelerado al mismo ritmo en sus relaciones tormentosas con la Unión Europea. 

            Un flaco favor le ha hecho Reino Unido a los europeos rupturistas y separatistas que han visto en el éxito del Brexit la mayor oportunidad para consumar –sin miedo alguno- sus ideales de encerrarse bajo cuatro puertas degustando su flamante nacionalismo. Unos se quieren separar y otros escindir, la UE tiene los años contados. 

            Theresa May y su equipo pretenden detonar en un par de meses más el artículo 50 del Tratado de Lisboa para iniciar el proceso de desconexión con la UE, un camino largo, pero en cuyas acciones inmediatas May baraja  el control de los trabajadores inmigrantes en Reino Unido una mayoría con pasaporte europeo. No son ilegales pero, la primera ministra les quiere echar el guante reducir su cupo, restringir su presencia y prescindir de sus aportaciones laborales.  

            En Downing Street culpan a los inmigrantes por una cierta pérdida de brillo en la economía británica y ahora los quieren fuera no sólo a los ilegales sino también a los legales con permiso obtenido gracias a un pasaporte europeo que en unos meses será un papel  sin valor.  Así es esto: no dejar hacer, no dejar pasar. 

 

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