“Mexicanos en Chicago, 1916-1950”, del historiador Gerardo Necoechea Gracia, analiza el cómo y por qué emigraron a esa ciudad tan alejada de la frontera

Este periplo y la conformación de la comunidad mexicana en la llamada “Ciudad de los Vientos”, son analizados en el volumen Parentesco, comunidad y clase: mexicanos en Chicago, 1916-1950, del historiador Gerardo Necoechea Gracia, presentado en la XXVIII Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH). 

El autor (a la derecha) e investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), adscrito a la Dirección de Estudios Históricos (DEH), relató que su interés por este tema surgió en la década de los setenta, como parte de su tesis doctoral para la Universidad Municipal de Nueva York, que en un principio se centraría en revisar la historia sobre los trabajadores mexicanos en Estados Unidos. 

“Gracias a que era bilingüe, mi asesor, en aquel momento, me sugirió que revisara lo que se había publicado sobre los connacionales en Chicago, que eran un par de estudios hechos en los años veinte por Manuel Gamio y Paul Taylor”. 

Tratar de entender cómo  llegaron los compatriotas a esta ciudad norteamericana, tan alejada de la frontera física y sentimental de los mexicanos, dio pie a la elaboración de esta investigación, donde el autor retoma la experiencia o vivencias de estos trabajadores como evidencia histórica. 

El libro, editado por el INAH en su Colección Historia, Serie Logos, aborda la inmigración de mexicanos a Chicago entre los años que van de la Primera Guerra Mundial a la Gran Depresión y durante la Segunda Guerra Mundial. A lo largo del texto se explica, desde la perspectiva de la historia social, cómo los inmigrantes utilizaron su cultura, formada en una sociedad principalmente agraria, para adaptarse a la vida en una ciudad industrial. 

Durante la presentación, Gerardo Necoechea afirmó que la historia de los mexicanos que residieron en Chicago en la primera mitad del siglo XX (que llegaron a ser entre 30 a 40 mil), no es contada con mucha frecuencia porque casi siempre se piensa más en los que arribaron a los estados de la Unión Americana cerca de la frontera con México.

Esta población estuvo inmersa entre una gran cantidad de residentes inmigrantes de otras nacionalidades, como italianos y polacos; no fue sino hasta los años cincuenta que la comunidad mexicana empezó a crecer, pero fue hasta finales de los años ochenta que alcanzaron una verdadera relevancia. 

El texto está integrado por ocho capítulos, divididos en tres partes. La primera  analiza la vida en las comunidades del centro-occidente mexicano, de donde salió la gran parte de los migrantes. Aborda también la manera cómo emigran a Estados Unidos, así como las zonas de Chicago donde se asientan.

La segunda parte examina la creación de la comunidad mexicana en esas zonas. Se muestra cómo, desde su propia cultura y utilizando ciertos elementos como el idioma, la música, la comida, entre otros, se adapta a la nueva sociedad industrial para satisfacer sus necesidades, lo que le ayuda a crear nexos más fuertes entre sus integrantes pese a la lejanía de su país. 

La última sección está centrada en el trabajo y en las relaciones de solidaridad y horizontalidad en la faena diaria en los ferrocarriles, las siderúrgicas, las empacadoras de carne y en diversas fábricas. 

“En la década de los treinta, con la Gran Depresión, y durante la Segunda Guerra Mundial, muchos mexicanos fueron expulsados de Estados Unidos; es tiempo de las luchas en favor de los sindicatos a las que se suman los que se quedaron, en dichos conflictos converge una politización de esa población, en términos de su involucramiento en la política de ese país, no sólo para la protección entre connacionales”, explicó Necoechea Gracia. 

En el volumen se describen tres distintos espacios sociales: comunidad, trabajo y política, en los que emergieron nuevas identificaciones y acciones solidarias alrededor de criterios de nacionalidad y de clase social. 

En México es común el compadrazgo, es decir, emparentarse con aquellos que están por encima en términos económicos o sociales, algo que no sucede en este nuevo territorio, por lo que ese tipo de relación adquiere una dimensión más horizontal, como una manera de afianzar el respaldo entre ellos. 

Al interior de la comunidad mexicana se dan ciertas diferencias, había un grupo minoritario que se describiría como de “clase media”, profesionistas  desplazados por la Guerra Cristera. “Esta ‘minoría ilustrada’ fue la más preocupada por la mexicanidad, por establecer criterios y vínculos entre sus connacionales, buscaban que no se olvidara el español y que se celebraran las fiestas patrias, entre otras actividades”, expuso. 

Algunos de estos “ilustrados” llegaron a Chicago con ciertas ideologías cercanas al liberalismo social, incluso participaron en la organización de trabajadores El Gran Círculo de Obreros”, una de las primeras asociaciones de connacionales en el South Chicago, al sur de la ciudad, donde estaban las fábricas de acero.  

En esta ciudad norteamericana, en el Near West, barrio de muchos contrastes, los mexicanos convivieron con diversos inmigrantes europeos (residentes de esa localidad desde la década de los ochenta del siglo XIX), quienes de alguna manera introdujeron a los mexicanos en la sociedad estadounidense preindustrial. 

“Me interesó mostrar cómo los mexicanos que llegaron a Chicago, provenientes en su mayoría de entornos agrarios o artesanales, se convirtieron en obreros industriales y se involucraron en sindicatos y en luchas político-sindicales. Lo importante fue analizar sus relaciones sociales, porque el conocerlas me permitió entender lo que hicieron, de manera más cercana a su propia perspectiva, para sobrevivir, gracias a que sus vínculos solidarios trascendieron los límites del parentesco”, finalizó.

Fuente: (INAH)

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