Francotirador o asesino americano

    De acuerdo a la perspectiva que propone el director Clint Eastwood, la vida de Kyle en los campos de batalla de Irak es un paradigma típico del heroísmo del soldado norteamericano.  Kyle no simplemente resguarda la seguridad de sus camaradas desde los edificios altos de Fallujah en Irak, sino que es un padre sacrificado y querendón, a pesar de la distancia de su familia.
    Los actos heroicos que lo caracteriza los realiza a través de cuatro viajes y cuatro enfrentamientos contra las tropas de los rebeldes iraquíes.  Su inicio como francotirador es sumamente dramático, debido a que involucra a un niño, quien es forzado por su madre a portar una granada y hacerla explotar en medio de un convoy norteamericano.
Antes de hacer explotar la granada, Kyle mata al niño de un balazo.  Y luego, la madre, al ver que su hijo cae y no logra su objetivo, decide recoger el explosivo y lanzarlo contra el convoy.  Kyle se lo impide.  Le tira un balazo y la deja estirada en el piso.  Es una escena que a nadie le gustaría ver, pero, paradójicamente, es la parte más importante de la película, la cual busca altos ratings y jugosas ganancias y no decir toda la verdad.
    Por consiguiente, la objetividad no existe en el trabajo de Eastwood.  La película es un relato basado en el libro del propio Kyle, quién narra en primeras personas y utiliza la crónica para hacer resaltar pasajes de su vida e intencionalmente crea una “leyenda” viviente en la sociedad norteamericana.  No tiene ningún problema en llamar “salvages” a la población iraquí y matar a más de 150 personas.
    En una institución militar, los soldados se desensibilizan.  La vida ya no tiene un significado valedero.  Después de ir a la guerra, algunos se desquician y matan porque es parte del oficio y del trabajo.  Otros pocos, matan por matar.
La filósofa alemana Anna Arendt en su obra seminal Eichmann en Jerusalem describe a la “banalidad del mal” como la característica de aquellos hombres que no solo hacen cosas horribles y escalofriantes en la vida sino que buscan maximizar y ser más eficaces en lo que hacen.  Para esta gente, matar –por decir— no es un mal, es un trabajo normal y corriente que requiere ser sistematizado para tener mejores resultados.
Eichmann sufrió de este mal, lo mismo que los asesinos en serie de hoy.  La serie televisiva “Escobar, el patrón del mal” hace notar este tipo de personalidades en la figura del propio Pablo Escobar y en sus sicarios, principalmente en John Arias “la Pinina”, Mario Castaño  “el Chopo” y John Velásquez “el Popeye”.
Cuando escuchamos una entrevista del “Popeye”, quien acaba de salir de una cárcel de alta seguridad en Colombia, y la comparamos con la retórica de Chris Kyle, las similitudes son estremecedoras.  Ninguno de los dos se arrepiente de las matanzas que cometieron.  Por el contrario, se sienten orgullosos y les hubiera gustado no cometer errores en el desarrollo de su trabajo (matar).
Chris Kyle puede haber salvado la vida de algunos soldados norteamericanos y puede incluso ser un héroe, pero en el fondo de su ser subyace esa personalidad que Anna Arendt llamó “banalidad del mal”.

Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move.          E-mail: hcletters@yahoo.com

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