Charrería, la más hermosa y mexicana de las fiestas y orgullo de nuestra nación

En la familia es donde se perfila el desarrollo de la persona humana, donde se educa para vivir y existir como ser humano, la familia desempeña un rol insustituible como agente educativo.

La familia charra ha constituido una identidad propia que la identifica dentro de la sociedad en la que vivimos, y a través de la familia, esta tradición ha logrado desplegar su peculiar cultura.

Mi experiencia personal me indica que la charrería puede convertirse en un aliado incondicional en la formación familiar.

Lo que se aprende en familia tiene una indeleble fuerza persuasiva, y la charrería se aprende en familia porque es una tradición que se ha venido trasmitiendo de padres a hijos a través de muchas generaciones y se es charro porque el padre lo fue como lo fue el abuelo. Pero no sólo se gesta la transmisión paciente de una práctica. En familia se vive el proceso íntimo de transmisión de todo un bagaje cultural conformado durante siglos. En esa transmisión va de manera implícita un cúmulo de valores y características que permiten el desarrollo integral de nuestros charros.

De la mano de la charrería, podemos ejercer la difícil tarea de la educación con elementos como el respeto, la libertad, la responsabilidad, el espíritu de lucha y triunfo, la armonía, la amistad, el amor a la Patria, entre muchos otros.

En nuestros charros habita el valor del respeto. Respeto a sus mayores, a los charros de la vieja guardia que nos han heredado el gusto por lo que hacemos. Respeto por nuestra indumentaria, porque, como escribió Manuel Benítez Carrasco, “vestirse de charro es vestirse de México”. Y sabemos que en los trajes que hoy portamos está la historia de nuestro país, que somos el resultado del jinete que se llamó insurgente, del chinaco del Siglo XIX que luchó contra la imposición de un imperio extranjero, y del que a caballo también recorrió los caminos de México para hacer una revolución. Esa sangre y esa historia es la que sobre nuestros hombros llevamos con respeto.

La charrería se convierte también en un elemento que fortalece los vínculos familiares, la integración y la comunicación. Al realizar esta labor compartida, los miembros de las familias se ven envueltos en una actividad gregaria, que los mantiene unidos en una convivencia permanente y sólida. Nuestro deporte-arte también nos pone en bandeja de plata la manera de educar en la responsabilidad.

Responsabilidad. Habilidad de responder por nuestras acciones.

Responder del charro con su diario vivir de manera correcta, como buen heredero del caballero andante medieval, cuyos valores de honor, amistad y caballerosidad rigen su existencia.

Responsabilidad de saberse símbolo de México, con la carga moral que semejante título implica.

En la Charrería no podemos concebir un espíritu endeble, débil o inseguro, no se podría amarrar un pial, dominar un cuaco entero o ejecutar una jineteada, si antes no se ha trabajado en la seguridad, la autoestima y el carácter del ser humano. Dentro del ámbito familiar, desde niños, de manera natural, espontáneamente se va fortaleciendo el espíritu del charro. Aquí no hay dudas de género. Aquí se forjan hombres de un carácter recio, bravo y bien plantado (tampoco con alardes), pero sabedores de que tanto en el deporte como en la vida misma el mundo es de los atrevidos, de los que no conocen el miedo, de los que luchan apasionadamente por el triunfo.

Parecería paradójico, pero en un mundo como el nuestro, donde las competencias deportivas lo son todo, tenemos la alternativa de sembrar en nuestros hijos el concepto de que el enemigo o el rival no existe, sólo el compañero, que la competencia no está con el otro, sino con uno mismo, el ser yo mejor que yo. En la familia se gesta la identidad personal, y en la charrería la identidad social.

Somos una colectividad donde nuestra capacidad de relacionarnos está siempre dispuesta. Las actividades deportivas dan lugar a la convivencia con los amigos.

Recordando el misterio de los espejos que tanto intrigaba a Borges, podemos decir que como en un espejo, nos reflejamos en el amigo, con él compartimos nuestra mutua afición, y el valor de la amistad nace y se conserva entre las familias como un don muy preciado, que sólo el devenir natural del tiempo desvanece.

Y cuando ése fatal día se ha llegado, se piensa en una amistad que trascienda los tiempos y los espacios, y entonces, la sensibilidad del amigo recoge en un poema el recuerdo:

Te veré como siempre, en patio y sala,

pantalón gris oscuro un tanto usado,

tres mancuernas de plata a cada lado,

adorno señorial de media gala.

Chope, mi amigo leal, sólo te ruego

que en la excelsa mansión que hoy te cobija,

dejes en el postigo una rendija,

pues no te he dicho ¡adiós!, sino ¡hasta luego!

Así es la amistad en la charrería.

En la medida en que la familia es fuerte, tiene mayores posibilidades de salir airosa de los problemas que aquejan a la sociedad actual, como son las adicciones, la violencia, la delincuencia, etc. En nuestro ámbito, parecería que la adicción que sufrimos y de manera crónica, incurable, epidemiológica, es la Charrería misma.

El filósofo Samuel Ramos define a una tradición como un valor ideológico, social o cultural que, trasmitido de generación en generación, conforma el sustrato básico de una colectividad y se convierte en costumbre. La Charrería es una tradición que se convierte también en un proyecto de vida, donde cada uno de los integrantes de una familia encuentra su sentido propio. La práctica de las faenas, herencia del México rural de antaño, es la motivación de miles de deportistas que viven este reto en todo el territorio nacional e inclusive en el extranjero.

La mujer, aquélla a la que nuestro gran poeta, don Delfín Sánchez Juárez, se refería como:

Mujer mexicana de charra vestida,

manantial perenne de hermosas quimeras,

la madre, la esposa de largas esperas

forjada en el yunque fatal de la vida.

Las mujeres, poseedoras de una férrea disciplina, sacrifican horas enteras cuando han terminado sus labores de trabajo y estudio para estar en forma y preparar sus presentaciones y competencias.

En algunas familias charras se da la preocupación por el trabajo de investigación de nuestra memoria colectiva, muchos temas se han investigado, pero muchos más esperan ser rescatados y difundidos. Somos poseedores de una cultura riquísima que nos identifica ante el mundo. La Charrería tiene historia, tiene pasado, tenemos literatos, poetas, escritores costumbristas, pintores, orfebres, que han dado lo mejor de ellos mismos para esta tradición, tenemos muchas asignaciones pendientes aún, pero una cosa es cierta: La familia charra constituye la principal salvaguarda y defensa de nuestra colectividad.

Finalmente, quiero referirme a uno de nuestros más grandes valores transmitido en familia como una orden silenciosa: este es nuestro sentido de nacionalismo. En nuestros corazones llevamos un código simbólico de amor por nuestro pueblo, nuestra geografía, nuestra historia, nuestros héroes, y ser charros también representa para nosotros una afirmación de identidad.

Miles de mexicanos conforman las filas de la Charrería. Esos miles de charros de México conformamos una sola familia. Una familia que como institución, sigue pugnando por la cohesión, por el cultivo de los valores que nos identifican y por la defensa de nuestro patrimonio cultural, porque en familia, haciendo Charrería, en cada jornada hacemos Patria.

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