Exposición aborda el origen y la identidad de Villa de Álvarez, Colima, que festeja con corridas de toros, jaripeos, palenques y cabalgatas

Seis investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y uno más de la Universidad de Colima, que se han dedicado a descubrir el pasado de esta parte del valle colimense, brindan una “pincelada” de la biografía gráfica del municipio, reconstruida a través de sus restos arqueológicos y fuentes históricas.

“Villa de Álvarez: Origen e identidad de un pueblo festivo”, permanecerá en una sala contigua al Teatro del Pueblo de este municipio hasta los últimos días de las fiestas charrotaurinas. Posteriormente viajará a los campus de la Universidad de Colima en las ciudades de Colima, Tecomán y Manzanillo.

El devenir que recrea la muestra va de los tres mil años de ocupación prehispánica en la zona, a la formación de una idiosincrasia que comenzó a forjarse a  mediados del siglo XIX y que se mantiene hasta el día de hoy con fuertes vínculos al culto católico y a actividades como la agricultura, la ganadería y la charrería.

El ayuntamiento de Villa de Álvarez es heredero del antiguo San Francisco Almoloyan, que tenía como pilar un convento franciscano fundado en 1554 y cuyas ruinas aún se conservan. El lugar fue un pueblo de indios hasta mediados del siglo XVIII, explicó la historiadora María Irma López Razgado, del Centro INAH Colima.

Un fuerte temblor ocurrido a finales de mayo de 1818 marcó la “historia inmediata” de Villa de Álvarez, pues los estragos que provocó en el Templo de San Francisco Almoloyan condujo a la edificación de una nueva parroquia en el conocido barrio de Los Martínez, donde se trasladó buena parte de la población.

Tan sólo seis años después, el lugar sería elevado a la categoría de villa y en 1860 se le agregaría el apellido del primer gobernador de Colima, Manuel Álvarez.

Es singular que el carácter festivo de la población haya nacido de una desgracia. En 1857 los villalvarenses empezaron a organizar las fiestas charro-taurinas en honor del patrono contra los temblores, Felipe de Jesús, cuyo santoral es el 5 de febrero.

Para estas celebraciones, los habitantes de Villa de Álvarez crearon una original plaza de toros, “La Petatera”, que es el símbolo de los festejos, a tal grado que hace 13 años fue declarada patrimonio cultural del municipio.

Irma López recopiló datos e imágenes del Archivo Histórico del municipio de Colima y del libro Los barrios de mi ciudad, pero también de particulares que han participado de las mismas: don Inés Ramírez Cobián, Abelardo Ahumada y Rosalba Cabrera Silva, entre otros.

Fotografías de los años 30 y 50 del siglo pasado dan cuenta de la evolución de “La Petatera”, de un ruedo y una platea, a un coso de dos pisos por disposición de Jesús Banda, uno de los personajes que ha coordinado esta construcción hecha a base de madera, petate y soga, siendo la única plaza de toros desmontable en el país.

Silverio Pérez El Faraón de Texcoco, Luis Procuna y Fermín Rivera salieron al ruedo de “La Petatera”, al igual que se presentaron actores cómicos como Mario Moreno “Cantinflas” y Manuel Medel. Pero en las fotografías también se observa la participación de personajes locales: charros, chinas poblanas, bandas de viento y payasitos, que han sido la amenidad infaltable de los festejos.

Diversas imágenes de rescates y salvamentos arqueológicos, cuya función es recuperar los materiales específicos como cerámica, restos óseos y edificaciones que se encuentran en áreas destinadas a obras de infraestructura, también componen la exposición temporal Villa de Álvarez: Origen e identidad de un pueblo festivo.

En los últimos años, diversos salvamentos arqueológicos realizados en la zona conurbada del valle de Colima han dado fe de que la fertilidad de esta tierra y la abundancia que ofrece fue reconocida por los antiguos pobladores asentados al pie del volcán desde mil 500 antes de Cristo, comentó el arqueólogo Saúl Alcántara Salinas.

“Esta presencia cultural se remonta a lo que conocemos como fase Capacha, alrededor de 1450 antes de Cristo, y sigue una serie de temporalidades que terminan en el proceso de la Conquista. Hablamos entonces de tres mil años de ocupación prehispánica”.

En 2002, el experto, quien dirige los trabajos en la zona arqueológica El Chanal, tuvo la oportunidad de realizar un salvamento en un panteón de la fase Capacha, compuesto por 53 entierros, entre individuales y múltiples, y más de 200 piezas cerámicas de ese mismo desarrollo cultural.

“El rescate nos dio la oportunidad de conocer las costumbres funerarias en una época tan temprana, lo que es inusual, pues sólo se han dado un par de casos en los últimos años. Por primera vez tenemos una visión más amplia de este grupo”, concluyó.

Fuente: (INAH)

 

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