Memorias de un huapanguero: Evocaciones del maestro Jorge Martínez Zapata

El maestro Jorge Martínez Zapata (1936-2013), fallecido en las primeras horas del viernes 6 en San Luis Potosí, es uno de esos hombres grandes que muy de vez en vez surgen en un país y cuya estatura artística e incluso moral son únicas y sirven para que sus semejantes, contristados por la partida, de vez en cuando, eleven la mirada –y el espíritu– en busca de las alturas del firmamento, morada de esos seres excepcionales, en busca de luces para continuar por la senda de la vida.

Tuve la fortuna de conocer personalmente al maestro Jorge Martínez Zapata, un hombre que enaltece al magisterio y cuya huella profunda en la cultura mexicana se debe en gran medida a su calidad de maestro, esos hombres que ya no abundan y que al nombrarlo lo hace uno usando la eme mayúscula, pues su labor magisterial es ampliamente reconocida. Decía que tuve el honor de tratarlo, y esto fue posible gracias a la música: del son huasteco al jazz y al revés. Me parece que fue en 2005 cuando en el Museo Nacional de Culturas Populares la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí presentó varias producciones discográficas, un proyecto interesantísmo (Sonoridades, creo que se llamaba) que alentó el músico y entonces funcionario cultural potosino Fernando Carrillo junto con el amigo sonorense-potosino David Soraiz.

Esa tarde, el maestro Martínez Zapata tocó al piano y nos regaló un recital cuyo mejor reflejo fue mostrarnos con una sencillez extraordinaria que la música clásica o de concierto estaba en sus venas tanto como lo estaban el jazz y la música tradicional mexicana, el son de México. También esa tarde estaba presente otro gran músico potosino radicado en Morelos, Arturo Cipriano, con quien Martínez Zapata tocó una pieza de Duke Ellington, así, al alimón y ambos maestros improvisando magistralmente –valga la redundancia–. De esa ocasión mágica quedaron, creo, dos discos que resplandecen con algunas piezas originales del músico potosino, otras con sus versiones brillantes de sones mexicanos y otras clásicas del repertorio jazzístico internacional en su honor, a modo de homenaje.

Por mi parte, cada que podía iba a San Luis y trataba de ver a Samuel Martínez Herrera, hijo del músico evocado, y al maestro. A veces tuve suerte, otras no. Desde hace algunos años mi vida cambió drásticamente y ya no he podido hacer todo lo que quiero ni todo lo que anhelo. Dejé de ir a El Gran Tunal y de tener el privilegio de seguir cultivando la amistad del maestro. Pero hubo varias ocasiones afortunadas más. Una de ellas en 2008, cuando Samuel estudiaba en Puerto Rico y vino de vacaciones a México. Presentó un concierto en el teatro del Instituto Potosino de Bellas Artes. Ahí, su padre tocó un tema suyo extraordinario; después Samuel se sumó en el escenario en otro piano y aquella fue una noche apoteósica para la música potosina, para el jazz mexicano.

También tuve la suerte de visitarlo en otro par de ocasiones y de charlar con él en su estudio, escuchándolo tocar y rememorar parte de su vida. Algo que recuerdo con claridad y gusto es la tarde en que me contó (cuando había dejado de fumar) de su encuentro con Daniel Terán en San Antonio, Texas, y de la grabación que logró realizar y que ahora, considero, es de culto para todos los amantes del son huasteco y que salió editada por el entonces Instituto de Cultura de San Luis Potosí. Terán, un violinista de Axtla de Terrazas, tocó para el maestro Martínez Zapata varios sones huastecos de una manera única, con un virtuosismo y un sentimiento que hace pensar en lo que en lengua portuguesa llaman saudade.

Otra ocasión, cuando él había vuelto a fumar, me platicó de los sacrificios y esfuerzos que tuvo que realizar para estudiar música en la ciudad de México con otros excelentes maestros: cada fin de semana, durante varios años, viajó a la capital del país y él pagaba sus gastos. Tal era su amor por la música, por conocer. Tenía una discoteca admirable y su memoria era prodigiosa hablando de músicos, temas y versiones. La música era su pasión, su vida. Incluso, en su casa todo o casi todo hacía alusión a este arte. Jorge Martínez Zapata era un hombre generoso, sencillo, amable. Se entregó a su estado, a su escuela (cuando dejé de verlo aún daba clases en el Centro de las Artes San Luis Potosí Centenario, a pesar de varias dificultades internas), a su familia.

Ah, también recibió homenajes, reconocimientos (no en Bellas Artes, que yo sepa). Lo hizo feliz recibir la medalla “Juan José Calatayud” en Xalapa, la cual me mostró en su estuche y, con su humor siempre a flor de piel, me preguntó: “¿Será de oro?”. Reímos. Podía hablar horas de música, le gustaba mantenerse actualizado, informado acerca de todo lo relacionado con el jazz en México y en el mundo. También escribió un método o libro sobre cómo estudiar música, me mostró un ejemplar engargolado alguna vez. No sé si esté publicado. Jorge Martínez Zapata fue un músico extraordinario cuya labor fue fructífera, dejó grandes obras –musicales, hechos– y su influencia en nuestra música perdurará por muchos años. Obvio: “Huazzteco”, proyecto de su hijo Samuel, mucho se sustenta en su concepto de “música integral”. Jorge, su otro hijo, también hace música…

Quiero concluir esta entrega con una frase incluida en la contraportada del disco “Jorge Martínez Zapata. Vertientes encontradas” (Secretaría de Cultura de San Luis Potosí/CONACULTA, México, 2004), de otro gran maestro mexicano de jazz, Enrique Nery: “…Me gustaría creer que el molde con el que te hicieron no se ha roto y que en épocas futuras habrá un músico que admire a otro tanto como yo te admiro a ti, Jorge Martínez Zapata”.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: El maestro Jorge Martínez Zapata durante un concierto en San Luis Potosí en 2008.
Azteca 21/Gregorio Martínez M.

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