El “impasse” económico de México

Es como cuando se aguarda un parto largo y complicado; todos cruzan los dedos pero desconocen el resultado final.
La economía mexicana lo está resintiendo, su propio parto, el de las reformas de Peña Nieto que no dejan de levantar al avispero político y los cientos de intereses creados al derredor de los cotos de poder: desde el petróleo hasta el de una reforma fiscal que atacaría frontalmente a la informalidad.
Los momios y momias se han subido a la palestra, el otoño y el invierno, tendrán temperaturas altas por los ánimos caldeados.
El otro día platicábamos en esta columna el desliz en algunos medios de comunicación de utilizar las reservas internacionales para capitalizar a Pemex y entonces recordamos no es la primera vez que  se les ocurre y defendimos la razón de ser de tan cuantiosas reservas internacionales.
Desde luego que, de aquí a la recta final del año, escucharemos todo tipo de ideas geniales nada más que entre la gestión del gobierno y la práctica de la política pública a la idea coloquial emanada en una mesa de café o una ronda en un medio de  comunicación hay todo un abismo de por medio.
¿Cuántos presidentes en los últimos años han intentado una magna reforma que rentabilice al país? Que yo tenga memoria desde el presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994)  hasta la fecha y las propias resistencias e inercias del país cortaron toda posibilidad.
So pena de decir que  en los últimos 25 años se ha minado la productividad del país, la reconversión de los sectores de la producción ha sido a favor del sector terciario, el de los servicios, pero cada vez dejamos de aportar valor añadido, en la transformación.
Los sueldos, salarios, prestaciones y remuneraciones también han sido víctimas en la medida que a la vez ensancha la población y la demografía presiona otras áreas como la disponibilidad de la vivienda, acceso a la educación pública;  atención en los hospitales públicos y por supuesto, encontrar un trabajo con todas las prestaciones de la ley.
En estos años la economía informal ha seguido creciendo,  siendo el pivote de oxígeno para miles, millones de personas,  que no logran ubicarse en la economía formal.
Pero todas estas distorsiones han provocado un costo, uno enorme en la hacienda pública y  a su vez social, porque toda política  fiscal que no sea incluyente, distributiva, transparente y eficaz no frenará la enorme brecha entre ricos y pobres.
A COLACIÓN
Cero  y van cuatro sexenios que se intentan una serie de reformas en el país: al final quedan “reformitas” parchadas y con poco gas; quizá por ello los mercados, inversionistas nacionales y extranjeros y otros actores económicos están otra vez incrédulos a que esta vez el presidente Peña Nieto con todo y su Pacto por México logre una carambola en lo energético, fiscal y financiero.
En este largo impasse es obvio que la economía mexicana está siendo la principal víctima basta ver cómo existe una desaceleración en la producción industrial, industria manufacturera; industria automotriz e industria de la construcción.
También la industria maquiladora de exportación aguarda saber cómo quedará la reforma fiscal y los cambios propuestos en la Ley del IMSS.
Desde hace un par de meses el Fondo Monetario Internacional (FMI) advirtió  que la economía mexicana crecería por debajo del 3% este año, en torno al 2.9 por ciento.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)  realizó igualmente su ajuste a la baja para el caso del      PIB azteca en un baremo de entre el 2.7% a  2.8 por ciento.
Pero quienes han sido aún más severos en el recorte de sus previsiones son precisamente los técnicos especialistas de la Secretaría de Hacienda, cuyo optimismo inicial de un PIB esperado en 2013 del 3.5% quedó reajustado (por segunda ocasión) a casi la mitad, 1.8 por ciento.
Desde Hacienda lo achacan a una combinación de factores más propios del ámbito mundial, no obstante, desde Consultores en Economía y Educación Financiera, lo asociamos al tema de la serie de reformas propuestas por el presidente Peña Nieto que han provocado tanta expectación que los inversionistas aguardan saber el destino final de éstas para decidir si México es país confiable o no.
El voto de confianza de los inversionistas nacionales y extranjeros muchas veces vale más que el de los propios legisladores y en la medida que éstos dilaten en analizar, discutir y aprobar reformas de tal envergadura, México y su economía seguirán esperando porque algo suceda.
PD. *Economista y presidente de Consultores en Economía y Educación Financiera.

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