Asimismo, es un recorrido por los barrios que formaban parte de la “blanca Esmirna” durante los aciagos días de septiembre de 1922, que, según la historia oficial, consagraron a un héroe turco y, de acuerdo con la visión del soldado derrotado (quizás el entonces joven Nicias), fueron un infierno para griegos, armenios y europeos de la ciudad. También puede ser una especie de periplo existencial con ecos rulfianos y una denuncia contra las grandes potencias que son capaces de permitir el sacrificio de cientos de personas inocentes en tanto están dispuestas a negociar o pelear por sus intereses comerciales o financieros. Qué abyección.
Apoyado en testimonios orales y en apuntes autobiográficos de su padre, así como en referencias históricas y literarias, con pelos y señales, con láminas ilustrativas, el escritor michoacano va trazando, mediante las impresiones de un joven soldado derrotado que regresa a su tierra, la tragedia personal y familiar del narrador y la de un pueblo que parecía estar saliendo de un paraíso para ser expulsado directamente al infierno. Todo con un lenguaje mesurado, preciso, eficaz e imágenes atroces sólo atemperadas, paradójicamente, por la suavidad del lenguaje y la influencia de lecturas clásicas del autor.
En suma, “Esmirna en llamas” deviene en sentido homenaje al padre y en recuperación de la memoria familiar, así como en una tácita y desgarrada denuncia contra la guerra y la injusticia, es decir, en última instancia, contra esa forma extrema de sinsentido que es la guerra, el mayor absurdo del hombre contemporáneo.
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Foto: “La ciudad de la tolerancia” en 1922, antes de que los turcos la destruyeran y quemaran y asesinaran a muchos de sus inocentes habitantes.
Cortesía: Fondo de Cultura Económica.