Sara García y la Azteca Film*

Viajaron de España a México porque su padre Isidoro García había sido contratado para restaurar la catedral de Monterrey. La ciudad gustó a la familia García Hidalgo y fue así como Isidoro montó una pequeña fábrica de papel maché, al mismo tiempo que trabajaba en la fábrica de cerámica de la familia Madero. En 1900, la fatalidad cubrió el hogar de la familia, al caer el padre de un andamio víctima de un derrame cerebral. Felipa, madre de Sara, internó a su marido en el hospital, pero aunque sobrevivió al ataque, quedó semiparalizado para el resto de sus días. Al principio, creyó poder llevar las riendas de la pequeña fábrica de papel maché‚ pero al igual que todas o casi todas las mujeres de su época que quedaban viudas o casi viudas, el negocio se le comenzó a ir de las manos. Al verse sola en una ciudad donde conocía poca gente, se angustió por la salud de su marido y el futuro de su hija. Por consejo de varias familias españolas radicadas en Monterrey, se decidió a viajar a la ciudad de México, ya que ahí existían mejores médicos y hospitales, y sobre todo porque tenía la esperanza de que la Beneficencia Española le diera un apoyo para hospitalizar a Isidoro e internar en el Colegio de las Vizcaínas a su hija para que prosiguiera con sus estudios.

 

La vida en México

Felipa acudió a la Beneficencia Española recibiendo el apoyo solicitado. Después de realizar todos los trámites para internar a Isidoro, el 28 de octubre de 1904 dirigió sus pasos al Colegio de las Vizcaínas para solicitar el ingreso de Sara como alumna con lugar de gracia, lo cual le fue contestado satisfactoriamente. Al poco tiempo de haber ingresado al colegio muere Isidoro. Sara se siente sola, pero su carácter jovial le ayuda a sobreponerse a lo que sabía irremediable. Felipa, entonces, obtiene un trabajo como ama de llaves.

Pero la desgracia perseguía a la familia García Hidalgo. En 1905 Felipa y Sara se enferman de tifo, Felipa todavía no restablecida de la muerte de Isidoro presiente una nueva tragedia en el seno familiar. Sobresaltada acude a ver a la directora de las Vizcaínas y le encarga que vele por su hija, en caso de ella morir. Y efectivamente, Sara se recupera pero su madre muere de tifo veinte días después. Cecilia Mallet, directora de las Vizcaínas, se hizo responsable de ella con independencia de su inserción como maestra. Primero, la hizo estudiar piano. Al darse cuenta que no era apta para ello, la encaminó hacia la pintura. Las clases las recibió de don Francisco Rebull, pintor consentido del porfiriato.

La muerte de sus padres forjó en la joven alma de Sara un temple que le serviría toda su vida, ya que se volvió una mujer fuerte y decidida, emprendedora y tenaz. Esto lo comprobamos al ver que a la edad de 14 años es nombrada profesora de la clase de dibujo, al sustituir por dos meses a la maestra María Cira Lejarza. El contacto con otras alumnas, fungiendo ella como maestra, le hizo ver que el magisterio podría ser un buen camino y excelente profesión para una joven en sus condiciones. Para Sara, los inicios de la revolución mexicana le fueron ajenos: sucedió fuera de los muros del colegio. Y vino a percatarse de ella hasta el momento de la Decena Trágica en 1913 cuando impartía el tercer año de primaria. El gobierno pidió permiso para usar la azotea del plantel como trinchera, a lo que la directora se negó. Poco tiempo después caían bombas sobre la enfermería y el laboratorio de física. En realidad los daños fueron mínimos.

La revolución afectó económicamente a la escuela, casi todas las maestras dejaron de cobrar, razón por la que se les permitió dar clases extramuros. Sara tuvo la suerte de ser la maestra particular del hijo del señor Mayán, uno de los dueños del próspero almacén

Liverpool – tienda departamental al estilo de los almacenes Lafayette de París. Este trabajo fue una especie de bendición, ya que representaba un buen salario, además de la posibilidad de pasearse libremente por la Alameda y sus alrededores.

El encuentro con el mundo de las sombras

Como todos los miércoles, al salir de la mansión de los Mayán se encaminó hacia el colegio. Para ello tenía que cruzar la Alameda. Tan ensimismada estaba en estos pensamientos que no se dio cuenta como llegó hasta la esquina de Juárez y Balderas, junto al pabellón que levantó la comunidad española para la Exposición de Arte Peninsular con motivo de las fiestas del Centenario de la Independencia de México en 1910. En el portón había un grupo de personas que miraban algo. Curiosa, se acercó para mirar también. El comentario de un espectador le hizo recordar que ahí se filmaba una película con la gran diva Mimí Derba, quien audazmente había formado su propia compañía de películas: Azteca Film. Se rumoraba que después de la huelga emprendida por Mimí y varios compañeros suyos, las puertas de los teatros capitalinos les habían sido vetadas. Era el pago por jugar al sindicalismo. Fue gracias al patrocinio del General González, amante en turno de la Derba, que esta empresa cinematográfica había podido echarse a andar. Además, a voces no tan bajas, se vinculaba a este general con la famosa banda del automóvil gris.

Según testimonio de la propia Sara García, recogido en uno de los volúmenes de Testimonios para la historia del cine mexicano, que publicó la Cineteca Nacional en 1976, nos cuenta su primer encuentro con el cine:

“Cierta vez que yo espiaba, según mi costumbre, lo que sucedía en los flamantes estudios de cine, estaba muy quitada de la pena viendo algo parecido a un baile cuando, de pronto, sentí una mano en el hombro. ¡Era el director de Azteca Film, el señor don Joaquín Coss!

–¿Qué hace usted aquí, niña?, me espetó, porque era muy brusco.

–¡Ay, señor, estaba mirando!

–¿Qué, le gusta esto?

–¡Ay, señor, mucho!

–¿Quisiera trabajar aquí?

–¡Ay, sí señor!, me apresuré a confesar, pues siempre he sido audaz.

Estaban filmando una película, no recuerdo si En defensa propia, Alma de sacrificio o La tigresa. Bueno, pues no bien le hube dicho al señor Coss que deseaba trabajar en los estudios, cuando me invitó a pasar:

–Pase, pase.

–Mire, señor ahorita no puedo…

–Pase, pase, pase.

Total, pasé, anduve fisgando y ya me iba cuando el señor Coss…

–¿Quiere usted venir mañana?

–¡Ay, sí, señor!

–¿A qué hora puede venir?

–A tal hora. Y señalé la destinada a las clases particulares.”

Salió de los Estudios Azteca Film, como sobre nubes, su sueño de ser actriz comenzaba a corporizarse. No sintió el trayecto hacia el colegio. Cuando llegó, trató de ocultar su secreto. No podía decirlo a nadie, podía costarle el empleo, qué pensaría el Consejo si ella, una maestra del plantel se convertía en cómica de cine… ¡Qué horror!, ¡ni pensarlo!…

Y continúa con sus recuerdos Sara García:

“En aquel entonces no me pagaban nada. Todo era de pura gorra. Yo era extra o señorita de conjunto, como nos denominaban. No estoy segura de si es lo mismo una extra que una señorita de conjunto, pero el caso es que esto último sonaba muy bien, aunque sólo se tratara de hacer bola

“En este momento no recuerdo con exactitud si mi primer papel, uno pequeñito, me lo dieron para En defensa propia o en Alma de sacrificio, pero la hice de criadita. Actúe dos minutos y tuve la suerte de que me viera Eduardo Arozamena, apodado El Nanche.

Su primer trabajo como señorita de conjunto, término con el cual se denominaba en el teatro lírico español a las chicas del coro, lo que el cine luego llamaría extras, le permitió filmar sus primeras tres cintas: En defensa propia, La soñadora y Alma de sacrificio. En la primera película tuvo su primer acercamiento con quien posteriormente sería su marido: Fernando Ibáñez, un joven poblano de no malos bigotes, a quien la juerga bohemia atraía más que el deseo de ser actor. Cuando terminó sus dos primeros trabajos en los estudios Azteca Film, sintió un escalofrío pues el estreno de En defensa propia sería el 14 de junio en el teatro Arbeu. ¿Cómo explicar a la Junta del colegio que ella, una alumna y maestra de las Vizcaínas, se había convertido en cómica, que convivía con la desvergonzada amante del general González a quien se ligaba con la banda del automóvil gris? No le quedó más remedio que tomar al toro por los cuernos. Habló con la directora de su situación y extendió su renuncia. Como respuesta recibió del Consejo un permiso sin goce de sueldo, por si las cosas no le salían bien, podía regresar a las aulas a dar clases. Ella aceptó la indicación. A finales de septiembre, al terminar de filmar Alma de sacrificio, se unió a la compañía creada por Eduardo Nanche Arozamena con varios de los actores y actrices de la Azteca Film. Debutó en el teatro Fábregas con la obra francesa muy en boga en esa época: El asno de Buridán. Su sueldo fue de dos pesos diarios, por dos funciones. Así pues, durante los siguientes diez años, Sara García se dedicó al teatro y sería hasta 1927 que vuelve a los sets cinematográficos.

De las cinco películas filmadas por la Azteca Film, Sara García actuó en tres: En defensa propia, Alma de sacrificio y La soñadora. Pero existe otra película del periodo silente donde se supone que actúa doña Sara, sin embargo en ninguna filmografía del cine mudo existe el dato sobre su participación en Yo soy su padre (1927), salvo en el artículo de Luis Terán, de entre varios, que conforman el número monográfico de la revista SOMOS, dedicado a la actriz; esta vez en la primera y única película muda que dirige Juan Bustillo Oro.

* La información vertida en este escrito proviene varias fuentes: en especial del artículo Sara García y las Vizcaínas en la revista Primer cuadro. Vida cotidiana en el centro histórico, septiembre de 2007, año 1, número 2. pp. 3-4 de Fernando Muñoz Castillo; Testimonios para la historia del cine mexicano, 7 vols., México, Cineteca Nacional, 1975-1976, coordinados por Eugenia Meyer; el libro Sara García de Rafael Aviña editado por Clío en 1996; y el número monográfico de la revista SOMOS, Sara García, la abuelita del cine nacional de Editorial Televisa, S. A. de C. V., México, octubre de 2000, año 11, Número 200.

http://cinesilentemexicano.wordpress.com/

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