Poesía mexicana (22): “Ballenas”, de Juan Manuel Gómez

En “Ballenas” (México, 2003), Juan Manuel Gómez reúne ocho poemas que bien pueden ser considerados parte de un poemario, que tienen la densidad suficiente para constituir un universo poético, un océano poético, un mar de resonancias. Además, dibujos de Claudia García Calderón que le confieren una estructura vertebral y artística ejemplar y uno de Diego Alvarado para rematar la ilusión de quimera del opúsculo.

Con un epígrafe tomado de “El mar”, de Jules Michelet, Gómez inicia su viaje poético por las aguas profundas del abismo marino y por el insondable misterio que representa ese cetáceo, que ha fascinado e inspirado a no pocos escritores y artistas. Así, el poema inaugural, “Queequeg” revela el deseo del personaje melvilleano por conocer los secretos que ¿guarda, oculta, resguarda, viven en…? el abismo marino, quizás apenas vislumbrados por esas enormes moles de costumbres aún incógnitas para el sedentario humano. También, de un modo, justificar su ceguera existencial.

En “Vuelo vertical”, la voz poética se trasmuta, fascinada, ¿obsesionada?, en el animal y plasma en palabras la extática belleza del solitario viaje de una ballena que es todas las ballenas en la noche del tiempo. “Jonás” es la posible alocución del profeta defenestrado que se dirige a sí mismo: la resignación como comienzo de la expiación. “Hielo”, como el itinerario sumergido del cetáceo, tal vez sea otra demostración del asombro que causa lo desconocido y ante el contexto en que subyace ese misterio llamado ballena. “El Holandés” se monta sobre otra leyenda marina imbricada, a su vez, en una imagen de un investigador perdido en glaciares y rincones marinos que también nutre el tesoro de Daby Jones (sic): los secretos del mar y sus criaturas no salen de éstos, aumentando el caudal de su cementerio insondable y de sus arcanos.

“Construyo un barco” es el menos ballenero de los poemas incluidos, el más “personal”, pero no pierde la brisa marina que recorre todo el brepoemario. Casi como en el epígrafe del historiador francés, es un canto a la inutilidad o imposibilidad de la obra o de la pregunta: ¿tiene fondo el abismo? Es lo de menos la respuesta: lo que importa está en la inquietud, en el intento de crear arte, en la ballena, en el viaje… “Banfield” conmemora festiva e irónicamente la creación de una estación marina en Canadá para estudiar a esos tan grandes animales y la inevitable alteración de su hábitat.

Cierra el viaje poemático, circularmente, “Daby Jones”, una especie de alegoría acerca de la vida de las ballenas (o de lo que conocemos apenas de aquélla) y de lo que motivaba a los cazadores de ballenas en el siglo XIX: un supuesto y valioso órgano incrustado en el estómago de los cetáceos, que hoy se sabe que no valía ni era para tanto. Pero revela una posible razón que motivó al autor a describir su pasmo ante esta monumental creación de la naturaleza, parafraseando a Gómez: simplemente recorrer, como las ballenas, las oscuridades insondables del océano y sus inaccesibles secretos, casi tanto como los de la poesía, como los de la vida.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Un poemario que toca temas poco frecuentados en nuestra tradición literaria.
Cortesía: Juan Manuel Gómez.

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