“Memorias de un huapanguero”: Son para Milo, día 3

Por desgracia, tuvieron algunos problemas con el audio y como que eso afectó o desconcentró al violinista, de los mejores en México. Después de dos piezas, Serafín salió de la agrupación y se sumó una muchacha a la vihuela –creo que de nombre Elizabeth–, David a la guitarra, Huber al violín y Martín al contrabajo. Otro repertorio, misma agrupación. A la segunda pieza, a Martín se le reventó el contrabajo, pero de inmediato se recuperó de la sorpresa y comenzó a tamborearlo. Además, traían bailadores, pero no pudieron lucir por cuestiones del sonido. Zapateaban y distorsionaban la salida de los instrumentos… Un grupazo.

Un gran ambiente familiar reinaba. Otra vez, mucha gente. Los puestos, saturados. Sin duda, para mí, el encuentro a que más gente ha asistido. ¿Cuántas personas caben en el entarimado y alrededor de éste? ¿Mil, mil doscientas? Gente va y viene, llegan unos, se van otros… ¿35 mil por los tres días? ¿Más? ¿Factores? Más difusión, más grupos, quincena… Consolidación de un movimiento cultural que se ha arraigado entre la población del Distrito Federal interesada en sus raíces. Después de Los Jilguerillos siguió Zazhil, un grupo, dijo el conductor de ese tramo, “con más de 30 años de trayectoria”. Muy buena música de fusión de ese grupo también ya emblemático de la música alternativa de nuestro país.

Hablé nuevamente con Javier Tavira, quien estuvo grabando a varios grupos. Hace años, Javier me platicaba que tenía mucho material sobre músicos de la Tierra Caliente de Guerrero, suficiente como para publicar un libro. Hasta donde sé, no lo ha hecho. Ojalá lo escriba pronto. Tocaba el trío Los Hidalguenses –¿alguien tendrá una idea del número de tríos que hay en Hidalgo o en el Valle de México? Abundan…–. También vi a Eduardo Vera, quien me proporcionó un ejemplar de su libro fotográfico “Maestros del son”, y del que abundaremos en estas “Memorias…” más adelante.

Regresé al entarimado cuando empezó a tocar Yolotecuani, otro de los grandes iconos de este encuentro de música tradicional. Otra vez volvió a estremecerme la pasión, el dominio del violín de Ulises Martínez Vázquez, quien cada vez más se convierte en un gran músico, un joven maestro de nuestra música tradicional, pues también toca muy bien y a su modo los sones de la Tierra Caliente guerrerense. Como siempre, Yolotecuani la armó en grande, como lo atestiguaron las parejas de bailadores que ondeaban sus pañuelos coloridos al bailar a su son. Además, le cedieron el espacio a un grupo de alumnos que no lo hicieron nada mal.

Recorrimos los puestos viendo artesanías, en busca de comida. Unos de Emmanuel Mora, de Chintacastli… Por doquiera había grupos de músicos tocando y parejas bailando. En un momento dado, saludé a Ana Zarina, quien hablaba con un joven que no conocía. Me pidió que les tomara una foto. Eso hice. Hablé con el joven: era Fernando “Nano” Stern, un músico y cantante chileno quien recorría fascinado los puestos en compañía de su novia y otros jóvenes. Esto dio pie para que acordara con él una charla virtual. Ana Zarina me contó la anécdota de cómo lo re-conoció. Vaya, otra vez la benéfica ¿“sincronicidad”?

En el escenario se sucedieron Sergio Campos “Sonecito”, Son del Pueblo, Cucalambé, el trío Herencia Huasteca, Anastasia Guzmán “Sonaranda”, Tordo Huasteco… En tanto, nosotros nos sentamos a disfrutar de un pollo asado al carbón antes de retirarnos…

Me resulta imposible dar una idea completa de lo que fue esta edición del Son para Milo, pero fue especialmente memorable, exitosa. También vi mojigangas, numerosos grupos tocando fuera del escenario, mucha gente bailando en torno a éstos… En suma, un encuentro vistoso, animado, pletórico de otros encuentros personales, musicales, vivenciales… Glorioso, sí, pero ¿a costa de qué? Del esfuerzo desplegado por el equipo organizador encabezado por los maestros Consuelo Martínez, Virginia Aguilar, Rodrigo Rojas, Armando García y otros más… A ellos agradezco el apoyo brindado para realizar estas crónicas y felicito por hacer hasta lo inimaginable para continuar con este sueño colectivo llamado Son para Milo…

Nos retiramos pasaditas de las 21 horas mientras revisaba el segundo disco que ha surgido de estos grandiosos encuentros, destinados a ser patrimonio cultural intangible de este país si sus animadores están dispuestos a seguir sacrificando parte de sus vidas en aras de proporcionar felicidad a muchas personas más. No sé si hayan surgido más documentos de este encuentro, pero el disco compacto “Encuentro de Música Tradicional Mexicana Son para Milo volumen 2. Grabado en vivo” incluye diecisiete pistas, una de cada uno de los grupos Yodoquinsi, Malintzin, Baltazar Velasco y Los Chileneros de la Costa, Los Cocoteros de Colima, Cucalambé, Furia Huasteca, Estampa Huasteca, El Nahual, In Cuic Xochipilli, Cafeteros de Huatusco, Nostalgia Coculense, La Semilla, Los Hijos de la Matraca, Los Parientes de Playa Vicente, Los Resistentes, Sergio Campos “Sonecito” y Ernesto Anaya.

El año pasado sacaron el Volumen 1, con pistas de Zazhil, Banda Clásica de Oaxaca, Los Pregoneritos de Hidalgo, Kumaltik, Trío Chicontepec, Son del Pueblo, Ariles, Los Salmerón, Cucalambé, Son La Fábula, Los Hijos de la Matraca, Yolotecuani, Los Brujos de Huejutla, La Semilla, Balajú, Alma Costeña y Elías Menéndez, Margarita Chacón y Los Chiles. Bien visto, son documentos sonoros que muestran la riqueza musical de nuestro país y el poder de convocatoria y el arraigo que ha suscitado este encuentro, hasta donde estoy enterado, único en su especie en México, “sui géneris”, pues.

Antes de abandonar la Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM), caí en la cuenta de que gracias al Son para Milo este venerable seminario de educadores, que está íntima y profundamente ligado a la historia y cultura de nuestro país y a la de prohombres como Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, José Vasconcelos, Lauro Aguirre, Jaime Torres Bodet, Mario Pani, Luis Ortiz Monasterio, José Clemente Orozco, José Manuel Puig Casauranc e incluso Tito Davison, quien utilizó uno de sus espacios como escenario de una de sus películas, sí, por el Son para Milo “La Normal” ha vuelto a figurar, como le corresponde, en primera fila de la cultura popular de nuestro país. Si patrimonio genera patrimonio, esta escuela y su encuentro deben fundirse para ser declarados patrimonio cultural tangible e intangible de México. Honor a quien honor merece. Nada más.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Los Jilguerillos del Huerto durante su presentación en el Son para Milo.
Azteca 21/Gregorio Martínez M.

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