Gloria y Torería: La Primavera de Mariano y “Timbalero” – Trigésimo Aniversario de una Magna Obra

Lució el famoso corbatín piedranegrino –corte en la parte alta de la badana realizado al becerro al momento de herrarle- que a su lidia dio aun mayormente un aire, un sello y una distinción de tremenda importancia, señal que al pendulear bajo la cara del cornudo es el signo inequívoco que la de Piedras Negras, nunca es una corrida más.

Lógicamente, para Mariano Ramos nunca lo ha sido tampoco.

Cuando ocurren encuentros entre toro y torero del tamaño del que sostuvieron Mariano Ramos y “Timbalero” de Piedras Negras, como torero no se puede volver a ser el mismo, un pedazo del ser de cada uno de los combatientes se queda ahí, donde acaecieron los hechos que se impregnan incluso en el ser de quienes lo contemplan.

Revisando la gran faena del torero de La Viga, a treinta años de ocurrida, la lidia se convierte en un ejercicio de asombro, de cualidad y destreza taurinas. No se puede desandar el camino del toreo y, en ese terreno, el impacto de la faena es verdaderamente mítico por diversos factores, el central, por supuesto, el toro.

Otra vez la recurrida expresión de que el toro es un presupuesto sin el cual puede surgir ya no digamos el toreo, sino toda la gama que de la tauromaquia deriva, adquiere razón absoluta. Cuando el toro es más toro, no solo en tamaño, sino en importancia, la Fiesta taurina eleva en esa misma medida. Este cárdeno obscuro, alto y estrecho, caribello, axiblanco, nevado, coletero, bragado y listón resulta ser uno de los toros más significativos y emblemáticos de la historia taurina.

A partir del toro, su trapío y su juego, es el rango de la importancia de la faena que hoy con justicia debemos ubicar en el Olimpo del Toreo.

Es realmente “Timbalero” la muestra absoluta de lo que también puede –nunca debería de perderse- y debe ser un toro bravo, el que no se deja. La bravura, ese instinto vital de defender atacando no solo la propia vida sino la posición de la lidia y las reacciones del ser vivo al que se enfrenta, encuentra en “Timbalero” el vehículo mejor para ejemplificarlo y en la Plaza México el escenario ideal para hacer sonar la callada voz.

A la bravura, per se, del propio astado, elemento inmutable de su historia, debemos agregar su tremendo poderío, es decir, la aptitud física para soportar el esfuerzo de la lidia y el detonante taurino para imponerse dentro de la misma. Su casta, entendiendo esto como la agresividad ofensiva del toro, que siempre está presente y dispuesto a otorgar pelea.

En ese aire para el celebérrimo piedranegrino el único modo de otorgar pelea brava es a partir de la violencia. Para “Timbalero”, durante el tiempo que es lidiado, el único orden dentro de su bravío caos es desafiar con lujo de violencia, sin piedad alguna, dirían los combatientes, sin tregua ni cuartel.

Así tenemos que su bravura, su casta y, claro su raza, entendiendo esto último como todos esos elementos que diferencian al toro de lidia del que no lo es, orientan a “Timbalero” a plantear una pelea para consagrar uno de los principios fundamentales del toreo, el toro de lidia no puede salir a dejarse o a prestarse, ¿Acaso en algún momento Mariano pudo porque “Timbalero” se dejó o se prestó? La respuesta, en todo caso es negativa.

En el caballo, “Timbalero” hizo lo que el toro bravo debe siempre hacer, atacar a muerte y, de manera fundamental, crecerse al castigo, léase embestir a más cuando la puya –atención- pica, que no desangra, al burel. Esto es lo que “Timbalero” hizo al caballo. Siempre con fuerza y bravura.

A la violencia del toro respondió Mariano con lo que técnicamente procede y se espera de un torero como él, la muleta abajo que obligue y venza la resistencia del astado, tras dos doblones y la trincherilla, la tensión y el interés del público crece, cierto es que el toro por si solo llena la Plaza y que a un torero sin capacidad le habría pasado por encima.

Lo grandioso de la faena –casi podríamos decir de la gran pelea- es que la pugna con “Timbalero”trae momentos de angustia a los que sobre vienen pasajes de angustia aun mayor. Como los primeros

Mariano y “Timbalero” por Pancho Flores.

derechazos donde, en los medios, terreno elegido por el diestro, el cornúpeta se queda abajo haciendo ver al terreno como suyo y al sitio del torero que pronto lo será también. Incluso cuando Mariano es casi perseguido y se trata de defender para salir de la línea de ataque de “Timbalero”, éste a punto le atrapar para quitarle los pies del suelo y un recuerdo en las costillas le quedó al de La Viga.

Al drama le sobreviene la intriga de aplicar la norma fría de la tauromaquia a la candente arena, cosa que viene con el reordenamiento de Ramos, el mantener la planta y tras armar la muleta echar la rodilla derecha a la arena y tirar del doblón contrario con la mano derecha rematado abajo y a pitón contrario.

Cómo contestar a la violencia y al manotazo si no en la forma en que Mariano siempre castiga a “Timbalero” en esta primera parte, saliendo al frente en la incómoda postura de estar arrodillado –que no de rodillas- en un pase de la firma majestuoso y nuevo doblón. Ganar la posición como en el ajedrez, anticipar el movimiento del rival, en medio de la Plaza casi llena, del impresionante trapío y del fantasma del miedo y del valor, adquieren la mayor dimensión cuando Mariano imperturbable termina por ganar la partida al cambiarse de mano y salir andando.

De Ramos se ha abonado poco en su aspecto artístico, incluso se le ha negado. El arte del toreo, la tauromaquia, es mucho más que un catálogo preconcebido de pases derechazos, ahora dosantinas, y pases de pecho. Los doblones de Mariano Ramos a “Timbalero” tienen arte en un doble aspecto, por cuanto que arte es, al menos en el sentido neoclásico, cúmulo de reglas para llegar a un fin o a buen término una empresa, y la norma fría de la técnica taurina fue aplicada al hierro encendido del tranco del toro.

Y llegó el sentido creativo que conjunta la fuerza de la emoción trágica con, incluso, la emoción estética de cómo la forma física de Mariano y los vuelos de la muleta se conjuntan entre la roja comba de la zarga con la inacabable belleza del toro. Por esto doblemente arte.

Pero aun quedan varias batallas por librar en esta violenta guerra de estilos y de pasiones.

Una de las claves es la elección –siempre presente al momento de torear- que Mariano hace de los perfiles, nunca sobre uno mismo, siempre alternando y cambiando la intención de “Timbalero”, para no dejarle de modo alguno desarrollar, más todavía, su sentido al acostumbrarle a ser lidiado por un solo lado.

Muy cerca del terreno de abajo –los toriles en la Plaza- en el tercio frente a la puerta de los sustos, Mariano citó sobre la zurda y hacía afuera pero en ese terreno “Timbalero” le obligó a ir lentamente y sin precipitaciones a la frontera del pitón contrario en el cite natural con la izquierda, los tres naturales que le siguen, pronto pero templados que se cierran con el maravilloso pase de pecho dotado de una fuerza de expresión única, son el verdadero milagro del arte de torear, transmutar la violencia en cadencia.

Vencer a “Timbalero” en su propio juego y en su propio terreno a partir del sitio que pisa el torero es quizá el mayor logro de la tanda de naturales, incluso a pesar de la protesta previa al pase de pecho que logra tras su sobrevenida el fin último del toreo, hacer posible lo que no podía ser, la paradoja del toreo –de sol y sombra, arte y desastre, vida y muerte, violencia y cadencia, rigor y derroche etc.- materializada.

Barridos los lomos de “Timbalero” da la sensación que el piedranegrino requería subrayar el mando más que el temple, lo milagroso es que los naturales tuvieron ambas cualidades en grado superlativo. Mariano Ramos se juega la vida a cada paso, a cada cite, en cada embarque y claro en el embroque y en la solución de cada muletazo porque “Timbalero” siempre tuvo la posibilidad de herir y, en última instancia, de matar, esa sin la cual el toreo no tiene sentido.

La interrogante es cómo a un toro que a media faena, incluso antes, se le castiga de pitón a pitón, se le toca el lado contrario y se le domeña, cómo habría de tener el fondo para no resentir el efecto de los doblones. Cierto es que las tandas son breves, quien crea que la obra “Timbalero” consiste en fase de dominio y después de largueza está en el tópico, está en el error y en la historieta.

Las tandas justas como la siguiente de cuatro esforzados y largos derechazos es la muestra, la emoción trágica, la concepción dramática del toreo encuentra su culmen en esta faena, de ahí su importancia. “Timbalero” tuvo la bravura y el fondo bueno suficiente para, a partir de la indeclinable bravura, procurar ir a más en todo aspecto, en lo bueno y en lo malo, incluso en su sentido, ese que siempre incomoda y deja en ridículo a algunos toreros.

No a Mariano, menos naciendo la primavera, ni menos en su camino a los “Ramos” de la cuaresma.

Aun hay un natural de oro previo a que el propio “Timbalero” pidiera la muerte al ya no tragar el engaño. Aquí queda tirar de nuevo del toreo ya no de castigo sino de dominio absoluto. Por ello, los doblones con la zurda superan en el doble aspecto ya apuntado, el torero derrochó ya no solo la sabiduría, en ese toreo de aliño, ayudándose con la espada mostró la pieza más rotunda que podría tener la faena. Queda ahí la pieza escultórica de Raymundo Cobo a la que volveremos más adelante.

La tauromaquia, no nos cansaremos de decirlo, es mucho más que derechazos y naturales.

Ya de pie, en plenos medios, con “Timbalero” que cede ante la majestad del toreo doblón con la izquierda, Mariano Ramos dio rienda suelta a la imposición y la sujeción de “Timbalero” a su régimen torero, el abaniqueo, uno de los mejor rematados de la historia tuvo la corona del teléfono donde por fin la pelea, con toda claridad, era unánimemente para el de La Viga, la pugna de la inteligencia y, por supuesto, la disputa de la creación.

El clamor de La México aun resuena de plazuelas a colinas, de Mixcoac a Santa Anita.

Igualado “Timbalero” el de Iztacalco encontró en plenos medios el terreno apuntando su salida a las rayas y con la vista del toro a su querencia. De Mariano se ha dicho con razón que no ha sido el mejor estoqueador, aun bajo la extraña rechifla de para quienes nunca es suficiente, vino una de las mejores estocadas de su vida.

Un hombre como Mariano que pocas concesiones ha dado al autobombo y a la soberbia en ese momento, tras plegar la muleta bajo el hombro izquierdo, tiró el engaño,  vislumbrando la reacción de “Timbalero” por fin “vencido” y entregado. Nunca podría haberse soñado un final mejor, cuando “Timbalero” por resiente el efecto de la espada y va para atrás y Mariano desarmado va hacía delante vencedor y pidiendo a las infanterías replegarse, “Timbalero” arrancó tres metros al frente dispuesto a herir.

La Plaza envuelta en albos pañuelos vislumbró como aun “Timbalero” trató de ir por Mariano nuevamente, solo para ubicar la mortaja de arena en plenos medios y morir de cara al sol, rendido y a los pies de su matador.

El círculo taurómaco concluía así. Mariano elevó la altura gracias a “Timbalero” y “Timbalero” escaló el sitio de la historia al que arribó gracias a Mariano Ramos.

La “concesión” de la oreja, errónea y dilapidante del olivo al héroe taurino –debieron ser dos de salida y una eventual concesión de rabo- forjaron el camino de tres inolvidables vueltas al ruedo. Frustración numérica, guirnaldas de gloria para el triunfador.

Queda una de las placas más hermosas que existen en la Plaza México, obra de Raymundo Cobo. Tal como cuando hablamos aquí en De SOL Y SOMBRA sobre otra gran faena hace poco tiempo, la inscripción de la placa es la mejor definición: “A Mariano Ramos, por su inmortal faena al toro ‘Timbalero’… la Afición le otorga las Orejas y el Rabo.” A treinta años los máximos trofeos son para él, nuevamente.

Cada vez que nos lamentamos sobre la falta de compromiso de los toreros, más de las figuras. Cada que nos entristecemos por la falta de escrúpulos y seriedad de los ganaderos basta voltear a ver a esta gran faena, basta recordar que una divisa rojo y negro es muestra de seriedad y de abolengo, para sentir de nuevo que el toreo siempre tiene una solución, la del toro bravo.

Siempre que Piedras Negras siga herrando con ese corte de badana, siempre que luzca un toro plateado o de obscuro misterio cárdeno por su sangre corre el orgullo de toros como “Timbalero” flor y espejo de toro bravo, que colocó al su oficiante toreador en pontífice de poderío.

Es la primavera de 1982, cuando Mariano Ramos “perdió” un rabo, su cuarto en la Plaza México habría sido, mientras que “Timbalero” en los mismos medios de la Plaza, sin dejar de atacar y aun con una espada entre sus carnes, dejó la vida como toro bravo.

Los dos perdieron algo aquel día. Sin embargo, perdido lo descrito, ambos ganaron en esa primavera de 1982 algo más elevado, incluso que la propia vida.

Eso que se encuentra al alcance de muy pocos seres vivos, la inmortalidad.

Twitter: @CaballoNegroII.

Portada: Doblón de Mariano Ramos por Antonio Navarrete

Fuente: desolysombra.com

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