“Contextos en la voz del autor”, de Salvador Elizondo, un gran audiolibro

Esto, para el que suscribe, que parece tan elemental en una obra de esa envergadura y relevancia, adquiere más sentido al escuchar fragmentos en la voz de su creador. Como si le restara “cerebralidad”, “maldad”, o, si se quiere, le confiriera humanidad, calidez. Simple opinión de lector, pero en el caso de Paz, por ejemplo, ocurre lo contrario: prefiero releerlo, a pesar de que la voz de Elizondo a veces suena parecida a la de famoso actor mexicano ya desaparecido.

Luego de poner el disco en un reproductor, sin preámbulos, sin concesiones, en los primeros diez minutos nos sumergimos en los universos paralelos de “Farabeuf” narrados casi estoicamente por Elizondo. Maravillosa relación del propio autor sobre su texto, ya un clásico de la literatura mexicana contemporánea. Después, en “El grafógrafo” entramos al mundo de las reflexiones sobre la escritura, el ejercicio creativo, que, a final de cuentas, podrían ser consideradas variaciones sobre los mismos temas: el proceso creativo de la escritura y las implicaciones en el uso artístico del lenguaje. Así, alcanzan niveles insospechados sus disquisiciones sobre el ajolote, esa especie de anfibología biológica, que le permite a Elizondo ejecutar prodigiosos ejercicios de la prosa, narrativos, fascinantes. Las reverberaciones entre la cosa, la idea y lo que designa a la cosa. Algo así.

A continuación, los fragmentos de “Camera lucida” y “ Elsinore; un cuaderno” inciden e insisten sobre un tema esencial en Salvador Elizondo, sus reflexiones acerca del lenguaje, su realización, la palabra y la escritura, sobre las reverberaciones de éstas, de la literatura; con notas o apuntes misceláneos de literatura inglesa. También sobre la otra cara de la memoria: el olvido, sobre la página en blanco.

Su “Discurso a la memoria de Rufino Tamayo” viene a ser una obra lúcida, inteligentísima e iluminadora sobre el artista universal de espíritu oaxaqueño, en la que examina su discurso de ingreso al Colegio Nacional y el que, a decir de Elizondo, está a la altura de otros textos de grandes artistas, como Leonardo, Delacroix u otro gran artista trágico mexicano: José Clemente Orozco. Un panegírico no exento de poesía, como la obra del pintor recordado, que le sirve a Elizondo para otra vez deslizar sus ideas respecto del arte y los elementos que configuran la pintura de Tamayo, ese coloso de nuestra patria herida.

El audiolibro cierra con un fragmento de la conferencia que dictó Elizondo en Guadalajara, Jalisco, titulada “La experiencia literaria”, que empieza muy seria, casi académica, tratando temas como el montaje, la escritura china… Una reflexión sobre el lenguaje, sobre el arte, sobre la filosofía, en suma. También alude a la película “Rojo amanecer”, de Jorge Fons como una obra maestra, no sólo del cine, sino del arte en México, que comprendió algo esencial, como lo hizo Orozco, el grandioso artista trágico jalisciense. Concluye con una anécdota hilarante acerca del destino que tuvo su cuento “Narda o el verano”.

Mención aparte merece la música incidental de Mario Lavista que se incluye en el disco y sirve como una especie de “cortinilla” entre una pista y otra. Son breves, instantáneos destellos del genio musical del compositor mexicano, también miembro de El Colegio Nacional, como lo fue Elizondo. Música de entreactos, a veces con espíritu acuático, breve, luminosa, intensa, magnífica… Funcional, de alguna manera, acorde con el texto. Al final, un fragmento de luz eléctrica, casi como un jarabe posmoderno, cierra brillantemente el disco.

De este modo, en esta sobria edición –como otras de la misma serie– se reúnen fragmentos de ese susodicho libro emblemático y de “El grafógrafo”, “Camera lucida” y “Elsinore: un cuaderno”, así como del “Discurso a la memoria de Rufino Tamayo (1992)” y de la conferencia “La experiencia literaria, dictada en Guadalajara, Jalisco, (1991)”. Con 26 pistas de distinta duración, el tiempo total del audiolibro es de una hora.

“Contextos en la voz del autor” incluye datos técnicos, pero no textos de presentación –ni créditos de los músicos ejecutantes–, sí una foto del autor en la portada –por supuesto, de Paulina Lavista–. En fin, en última instancia, lo que más importa es la urdimbre de las palabras, la imbricación de sentidos, el texto –y la voz, así como el “montaje” final del audiolibro– de Elizondo, uno de los clásicos incuestionables de las letras mexicanas.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Portada de un audiolibro que vale la pena escuchar, escuchar, escuchar…
Cortesía: FCE.

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