Con un concierto y un armonioso discurso, el violonchelista Carlos Prieto ingresó a la “Academia Mexicana de la Lengua”

Prieto recordó que la silla XXII, antes fue ocupada por personajes tan importantes como el médico y diplomático Francisco Castillo Nájera, el jurisconsulto y catedrático Luis Garrido, el jurisconsulto Alfonso Noriega y el investigador y escritor Eulalio Ferrer

Ciudad de México.- 28 de Enero de 2012.- El escritor y violonchelista Carlos Prieto se robó la noche durante su ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua (AML). Primero leyó un extenso discurso sobre su predilección por el compositor y músico ruso Dimitri Shostakóvich, luego dejó en el aire la pregunta inevitable: ‘¿Qué hace un músico en la Academia?’ Y al final tomó su violonchelo Stradivari piatti y ofreció un concierto que ganó cinco minutos de aplausos en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

El violonchelista estaba nervioso. Se le notaba en el pulso, en la mirada y cuando tomó el micrófono para ofrecer las primeras palabras de agradecimiento a Miguel León Portilla, Ramón Xirau y Eduardo Lizalde, quienes lo postularon para ocupar la silla XXII de la AML. Ellos estaban complacidos y asintieron con una reverencia casi imperceptible.

“Ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua es un honor con el que nunca soñé”, dijo Carlos Prieto con ese sentimiento de alegría incontrolada. Luego matizó su acento y dijo que por la Academia han pasado más de tres centenares de académicos, entre ilustres escritores, lingüistas y estudiosos del país, lo mismo filólogos y gramáticos que filósofos y ensayistas, poetas y novelistas, comunicólogos y jurisconsultos, dramaturgos e historiadores, humanistas y científicos. “¡Todo, salvo músicos!”

“Así que me asaltaron las dudas. ¿Acaso los miembros de la Academia se han percatado que soy músico?, ¿qué han visto en mí para elegirme miembro de esta institución? Es ésta una pregunta a la que no le encuentro respuesta”, manifestó con el énfasis de una nota grave que se prolonga en medio del silencio.

Como un homenaje recordó que la silla XXII, antes fue ocupada por personajes tan importantes como el médico y diplomático Francisco Castillo Nájera, el jurisconsulto y catedrático Luis Garrido, el jurisconsulto Alfonso Noriega y el investigador y escritor Eulalio Ferrer, quienes contribuyeron a la cultura, la educación y la diplomacia. “Se comprenderá el sentimiento de modestia que me ha invadido desde el día en que me comunicaron haber sido elegido miembro de la Academia”, apuntó.

DOS GRANDES. El discurso de ingreso de Carlos Prieto se tituló Variaciones sobre Dimitri Shostakóvich y otras consideraciones. En éste contó cómo fue su encuentro con el compositor ruso y su cercana relación con Igor Stravisnky, otro grande de la música universal.

La diferencia es que Igor Stravisnky había nacido en 1882, en Oranienbaum, y Shostakóvich lo hizo 24 años más tarde, en 1906 en San Petersburgo. “Pero sin duda fueron dos de las grandes figuras de la música del siglo XX”.

Destacó que el primero salió de Rusia varios años antes del golpe de estado que llevó a Lenin al poder y que redundó en la creación de la URSS, y no regresó a su país natal, sino sólo una vez casi medio siglo después de haber migrado a occidente. En cambio Shostakóvich tenía 11 años cuando Lenin llegó al poder y siempre radicó en su país natal. Estos dos grandes compositores se conocieron en 1962 en Moscú.

El violonchelista se animó y no pudo ocultar su gusto por la cercanía que tuvo con Igor Stravinski desde la niñez. “En cada uno de los viajes a México iban a comer y cenar a casa de mis padres de quienes eran buenos amigos”.  

Sin embargo, rememoró una insólita experiencia, luego de acompañar a los Stravinski a una corrida de toros en la Plaza México, quienes le habían manifestado su deseo de asistir, pues querían evocar las corridas que habían presenciado en España junto con el pintor Pablo Picasso y el músico Manuel de Falla.

Al terminar la corrida, Prieto y los Stravinski fueron a cenar a la Zona Rosa. Y justo en ese momento se le ocurrió preguntarle su opinión acerca de Shostakóvich. “Su respuesta fue tajante: ‘Yo nunca pienso en Shostakóvich. Únicamente pienso en él cuando me preguntan qué piensa usted de Shostakóvich’”. Años después, en 1962, Carlos Prieto llegó a Moscú y presenció el encuentro de estos dos monstruos, quienes por fin se conocieron.

EXPRESIÓN ARMONIOSA. En el discurso de respuesta, el lingüista Miguel León Portilla le dijo al violonchelista y escritor, a nombre de todos los académicos, que fue elegido para ocupar la silla XXII de esta Academia porque ésta –en paralelo con la Real Academia Española (RAE) y otras academias hispanoamericanas–, tomaron la decisión “de incluir entre sus miembros a personas conocedoras de otras ramas del saber y de las artes”. Incluso, añadió, el investigador y académico Eulalio Ferrer, estuvo muy de acuerdo con la decisión.

“Al elegir a Carlos Prieto lo hemos hecho por dos razones concomitantes. La primera es porque es un artista, un músico de reconocida fama en México y fuera de él; la otra es porque cultiva el arte del bien decir. De ello dan testimonio sus varios libros, entre los que destacaré Cinco mil años de palabras, obra interesantísima en la que, desde diversas perspectivas nos acerca al universo de la expresión a través del idioma”, expresó.

Explicó que “Carlos Prieto es maestro de la expresión armoniosa que conjuga como pocos, o tal vez como ninguno en México, el arte de la palabra sabia con el arte de la música, esa otra forma de lenguaje del que algunos entre otros el gran sabio Nezahualcóyotl ha llegado a decir que es una forma de dialogar con la divinidad. Tu presencia entre nosotros será nueva riqueza”, añadió.

Una vez clausurada la sesión pública solemne, el violonchelista y escritor recibió el diploma que lo acredita como miembro de la AML, posó unos minutos para los fotógrafos y se dirigió al centro de la sala Manuel M. Ponce, donde cogió su violonchelo e interpretó dos piezas. La primera fue el estreno mundial de la pieza Sol Fa de Pedro, del compositor novohispano Manuel de Sumaya y la Sonata para chelo y piano de Shostakóvich

El silencio abrazó la sala, el violonchelista se limpió el sudor de la frente y adquirió la concentración de un místico. Así comenzó los primeros acordes en compañía del pianista uruguayo Edison Quintana. Fueron 30 minutos de música donde el público permaneció animado. Al final llegaron los aplausos y los abrazos para el nuevo académico que en ningún momento dejó de sonreír.

Fuente: (cronica.com.mx)

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