Revela la FIL-Guadalajara nombres de veinticinco escritores latinoamericanos considerados “secretos” hasta ahora

reunió en la ciudad mexicana de Guadalajara a autores poco conocidos fuera de sus países en el programa “Los Veinticinco secretos mejor guardados de América Latina”.

La mexicana Daniela Tarazona (Ciudad de México, 1975) es una de esas voces, autora de “El animal sobre piedra”, una novela que se publicó en 2008 en este país y este año dio el salto a Argentina.

Hace unos meses supo que había sido seleccionada como uno de los “secretos” de la FIL, la mayor feria del libro del mundo hispanohablante, y no fue hasta llegar a Guadalajara cuando conoció a los demás autores seleccionados, con quienes ha conversado estos días sobre su obra.

Dijo que entre los demás “secretos” ha encontrado “ciertos ecos y devociones por escritores que estuvieron en el ‘boom’ o que posteriormente tuvieron mucha resonancia, como Mario Vargas Llosa”, pero el común denominador actualmente es que cada uno hace “un trabajo individual y como si estuviera un poco disociado”.

“Creo que no hay muchos puntos en común, o eso parece. No sé si sea tan real o sea un afán entre nosotros (…) Cada uno está en una búsqueda que tiene que ver con la introspección, no para dar el testimonio de una época, un espacio o un país, sino más una visión particular de las cosas”, señaló.

A ella en particular le interesan autores como Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe o Adolfo Bioy Casares, vinculados a la literatura de los sobrenatural, y dos temas, el abandono de esa persona que fuimos y la enfermedad.

El ecuatoriano Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, 1979), autor de cuentos, obra dramática y de la novela “La maniobra de Heimlich”, publicada en 2008, dijo que estar en Guadalajara por primera vez había sido una “gran sorpresa” y un “inmenso honor” para él.

Explicó que apenas conocía a los demás “secretos” antes de venir debido, en buena medida, a que la distribución de libros, sobre todo de autores jóvenes, “es muy limitada” entre los países de Latinoamérica.

Sin embargo, de las conversaciones mantenidas con los demás concluyó que hay “preocupaciones y aspiraciones muy parecidas”, pero “enfoques, gustos” y “hasta actitudes en la escritura o en la vida muy distintas”.

“No somos veinticinco clones. Creo que Latinoamérica es una parte del continente americano que es muy híbrida. Tiene de la mayor hibrides por kilómetro cuadrado que los europeos y asiáticos. Y la paradoja es que, desde un mismo idioma, haya tantas variaciones, dialectos y modismos”, apuntó.

Consideró, como Tarazona, que la FIL les va a dar visibilidad y que no tiene sentido hoy referirse a los “secretos” o a otros colectivos en la región como antaño se hizo con los autores del “boom” latinoamericano, una etiqueta que pesó como una losa sobre algunas generaciones de autores.

En una de las cinco mesas que se montaron para acercar a los incipientes talentos con sus nuevos lectores se les preguntó qué historias faltaban por narrar en la región.

“Los temas que están haciendo falta son los de la intimidad, la domesticidad de los seres humanos. Se habla del migrante que se va, pero no de la familia que se queda en el país”, dijo la salvadoreña Jacinta Escudos (San Salvador, 1961), un poco saturada de la narrativa que tiene que ver con el “mundo público” de la guerra o la política, por ejemplo.

El argentino Hernán Rosino (Chivilcoy, 1975) se mostró más interesado en “pensar, explorar y trabajar la lengua argentina” y “que se desmadre como un árbol guacho (huérfano)”.

“Me gusta la lengua erosionada de determinados rincones argentinos, no por reproducir la lengua regional, sino (…) por poder trabajar estéticamente una trama narrativa compuesta por desvíos”, dijo.

Mientras el colombiano Juan Álvarez (Neiva, 1978) sostuvo ante los lectores que hasta hace poco quienes tenían acceso a la palabra en latinoamérica eran “aristócratas en bibliotecas”, algo que había cambiado con los de su generación, entregados a distintas variaciones e influencias literarias.

Fuente: (Agencias)

 

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