Esta es la historia del ciclista Adrián Durán, un héroe poco conocido a pesar de haber logrado una epopeya

sus amigos. Sus lágrimas no cesaban. Parecía un niño desconsolado que no podía siquiera decir una palabra.

Adrián Durán Tapia pedaleó dos mil ciento treinta y cuatro minutos sin parar alrededor del Autódromo Hermanos Rodríguez de la Ciudad de México, el mismo sitio donde el brasileño Ayrton Sena ha corrido coches de Fórmula 1 a máxima velocidad. Allí donde rodó la bicicleta de Raúl Alcalá, el primer mexicano que participó y ganó dos etapas del Tour de Francia. Mientras Durán lloraba, tres jueces acababan de certificar que había recorrido mil kilómetros en una bicicleta, sin detenerse para comer ni para ir al baño. Todo indicaba, decían los jueces, que Adrián había conseguido un récord mundial atípico. Pero su llanto que se iba haciendo tenue no parecía ser de emoción.

Ni los diarios ni las televisoras nacionales registraron aquel 21 de octubre de 2011, que no se borrará nunca de la mente de Adrián. Una pequeña nota publicada en una revista de ciclismo, un comentario en un blog, pero la fama que sólo dan los grandes reflectores parecían tan indiferentes como la mujer que provocó que se propusiera romper una marca mundial.

“Acabé más por convicción, por fe, que por fuerza física”, contó este mexicano poco después de terminar su proeza.

La motivación

La historia de esta aventura, como la de muchas otras hazañas de los hombres, empieza con una mujer. El héroe a quien todavía nadie recuerda empezó rompiendo un récord nacional para demostrarle a la ex novia que lo había engañado que él valía más que el otro. Eso fue hace dos años. Quería probar que era capaz  de cumplir las metas que se proponía, por más altas que éstas fueran. Tenía 27 años y acababa de perder a la mujer con la que quería hacer una vida, casarse.

“Ella lo había decidido así”, dice Adrián al recordar su ingrato pasado. También había perdido su empleo. No le iba mal como capitán de meseros en el restaurante de su suegro y, aunque el padre de ella le había pedido que no abandonara el trabajo, él decidió cortar de tajo todo contacto con la familia de ella.

Lo mejor que aquel joven despechado sabía hacer en la vida era andar en bicicleta. Su afición por las dos ruedas no era muy antigua pero sí tan fuerte como para dedicarle todo su tiempo libre. Entrenaba por lo menos dos veces a la semana y formaba parte de un grupo de ciclistas aficionados que recorría centenares de kilómetros en la capital del país y sus alrededores. Cuando se quedó sin novia, Adrián ya era reconocido dentro del mundo de los ciclistas amateurs del Distrito Federal. Había completado, por ejemplo, la ruta México-Acapulco, recorriendo más de 300 kilómetros a puro pedaleo, sin interrupciones.

Se sentía muy orgulloso de sus progresos como ciclista. En algún momento de esos tristes días pensó que su entusiasmo por la bici había provocado que descuidara a su novia, y que la baica, como él la llama, era la razón por la cual lo habían abandonado. Pero en vez de culparla, decidió entregarse a Ella por completo. Se comprometió a darle todo su amor a una bicicleta que no pudiera traicionarlo, como aquella ingrata mujer.

Tal vez fue porque, en esos días, pasaba mucho tiempo solo, pero aquel otoño de 2009, en las cumbres del Ajusco, el parque ecológico al sur de la Ciudad de México, Adrián Durán empezó a planear una venganza. Había empezado a entrenar, y vengar la deslealtad de la novia se convirtió en su leitmotiv. Una tarde que pedaleaba sin rumbo para despejar su mente, tomó la decisión: intentaría recorrer dos veces la distancia de su marca personal.

Pedalearía sin parar 700 kilómetros sobre alguna pista. Un reto nada fácil. Cuando Lance Amstrong corría en el Tour de Francia, nunca lo hacía más de 5 horas seguidas a una velocidad de 40 kilómetros por hora en promedio. A Adrián Durán no le parecía que esto fuera una seña de que sería un reto demasiado grande. Si el ex mesero fuera tan bueno como Amstrong tendría que permanecer más de un día completo montado en su bici, sin descanso. Un reto muy grande, exagerado para un ciclista amateur. Pero aun así se decidió a hacerlo.

No hay hazañas sin voluntad ni estandarte. Una vez que definió la distancia, tuvo claras dos cosas: sólo llegaría a la meta entrenando muy duro durante varios meses; y que lo haría un 12 de diciembre, fecha en que cumple años de aparecida la Virgen de Guadalupe, de la que es devoto. Tenía que ofrecérselo a la señora del Tepeyac porque fue la única que le dio cierta tranquilidad cuando la rabia, el sufrimiento y la impotencia lo consumían. Su redención vendría cuando dejara de ser otro anónimo en una ciudad de 23 millones de habitantes. Sería el ciclista más resistente del país, y entonces su ex novia se lamentaría de haber dejado ir a un hombre valioso.

La primera proeza

La madrugada del sábado 12 de diciembre de 2009, Adrián Durán partió del Zócalo de la Ciudad de México rumbo a Villa Hermosa, capital del sureño estado de Tabasco. No tenía más patrocinio que todos sus ahorros: unos 120 mil pesos que usó para pagar un par de coches que lo seguirían por toda la ruta y que llevaban como pasajeros a un paramédico y dos jueces de la Federación Mexicana de Ciclismo. Adrián quería que, si lograba la meta, su hazaña se hiciera pública. Quizá para que su ex novia supiera por los diarios o por la televisión nacional que había logrado romper un récord.

Algunos hombres se contentan con que la mujer que les pagó mal se entere que consiguieron otra mejor, Adrián Durán también, pero quería que la noticia le llegara por televisión nacional. Por eso mandó correos electrónicos a varios canales de TV y periódicos, pero ninguno se interesó por la historia de un deportista amateur sin antecedentes de haber ganado algo importante.

Sólo un par de periodistas freelance que trabajan para ESPN, la cadena deportiva transmitida por cable, se interesaron en seguir al ciclista amateur en su aventura. Los funcionarios que registran los récords Guinness están en la lista de quienes no respondieron los correos del deportista. Por eso el día en que Adrián partió, además de los jueces y colaboradores, sólo el equipo de ESPN estaba ahí para registrar el inicio de una travesía que podría ser una leyenda. 26 horas, 54 minutos, 36 segundos después, en una solitaria plaza  principal de Villa Hermosa, Adrián escuchaba de uno de los jueces que había recorrido 736 kilómetros y 600 metros pedaleando una bici de manera ininterrumpida. No sólo tenía el récord para presumir, sino también a Laura, su nueva novia. Más guapa y más joven que su ex, dice Adrián con esa convicción que tienen los que saben enamorarse tanto como para romper récords por una mujer.

Unos días después, la sección “Reportajes Especiales” de la cadena ESPN presentó la historia de Adrián Durán. Él, quizá por pena o por orgullo, no se atrevió a contar ante cámaras la verdadera razón que lo llevó a retarse a sí mismo. Prefirió decir que sólo había querido darle una ofrenda diferente a la guadalupana, a quien fue a encomendarse a la Basílica del Tepeyac días antes de su travesía. El equipo de televisión estuvo allí. También su madre y, como iba de la mano de Laura, nadie hubiera sospechado que se trataba de un ajuste de cuentas amoroso.

La emoción de la hazaña realizada pronto superaría al instinto de venganza. Después del primer resultado, el ciclismo se transformó en un proyecto de vida: México empezó a quedarle pequeño y quería superar marcas mundiales. Tenía la esperanza de que cuando su historia se viera en la televisión recibiría ofertas de empresarios filántropos o de alguna institución pública. No fue así. Terminó la euforia. El reto o la venganza estaban cumplidos. Y de pronto se encontró sin ahorros, sin trabajo, pero con las ganas de ir por más en el ciclismo de resistencia. Se propuso buscar un empleo mientras aparecía alguna ayuda para continuar la escalada hacia la cima de su pasión. Consiguió ser asistente en un taller mecánico, ganando seis mil pesos mensuales. Nada mal para un soltero de 27 años en un país donde el salario mínimo es de 1,800 pesos al mes.

Cuando logró ahorrar algo para dedicarle menos tiempo al trabajo, y un poco más a su bici, supo que Laura estaba esperando bebé. Decidió relegar hasta nuevo aviso su amor por el ciclismo, y hacer lo que se debe en circunstancias similares: trabajar duro. Tenía que ahorrar para afrontar la llegada de su primer hijo. Así lo hizo hasta diciembre de 2010, cuando un golpe del destino, por fin, se cruzó en su ruta de ciclista.

Unos empresarios relacionados con la medicina y el deporte habían escuchado  de Adrián. Estaban importando a México un sofisticado sistema de entrenamiento con bicicletas estacionarias que simulan distintos tipos de terreno y geografía, y pensaban que él podría ser un buen prospecto para probar las supuestas bondades de la nueva tecnología. Lo contactaron a través de un amigo, y Adrián fue a conocer las máquinas.

Dice que quedó impresionado. Era pedalear en pistas, cumbres, de día o de noche, con viento o sin él, sin necesidad de salir a la calle. Le ofrecieron que entrenara ahí, sin pagar un peso. Pero él no podía dejar de trabajar. Laura estaba en las últimas semanas de embarazo. Así que agradeció la gentileza y regresó al taller.

La gran hazaña

El 12 de diciembre de 2010 Adrián Durán despertó inquieto. No había podido dormir pensando que estaba a punto de abandonar el ciclismo. Era el día de la Virgen de Guadalupe y, quizá por eso, esperaba que algo extraordinario pasara. Llamó al Dr. Alberto Arenas Sánchez, uno de los socios de High Tech Cycling Studio, la empresa dueña del sofisticado sistema para entrenamiento estático. Sin avergonzarse le pidió ayuda, le dijo que quería imponer un nuevo récord de resistencia y distancia en bicicleta y que para eso necesitaba entrenar a tiempo completo. El problema era que tenía una familia que mantener. Es decir, pedía una beca completa: usar el equipo sin costo alguno y que le pagaran una mensualidad por eso. Arenas le pidió unos días para consultar con sus socios. Adrián esperaba un milagro.

A los pocos días le llamaron para decirle lo que quería escuchar. Que la empresa aceptaba su propuesta. No se trataba de un nuevo milagro de la guadalupana ni de la desinteresada filantropía de los hombres de negocios. Era una inversión que High Tech Cycling Studio había decidido hacer. Que un ciclista amateur rompiera un récord mundial entrenando en sus equipos era claramente una gran publicidad. El trato incluía un departamento al costado del lugar de entrenamiento —donde Adrián y su mujer vivirían—, asesoramiento técnico del Dr. Arenas y un cheque de 10 mil pesos mensuales. Todo como si realmente fuese un milagro de la virgen morena.

El ciclista comenzó a entrenar a tiempo completo el mismo día que nació su hijo Adrián Jahel. El Dr. Arenas recuerda que el 1 de febrero, el deportista pesaba 95 kilos, 25 más que lo ideal. Era el resultado de la vida sedentaria de los últimos seis meses. Inicialmente el amateur iba a prepararse para romper el récord nacional de distancia en bicicleta que, para ese momento, era de 850 kilómetros ininterrumpidos, pero la excelente respuesta a los primeros meses de entrenamiento hizo que se propusieran romper el récord mundial: superar los mil kilómetros.

Adrián entrenaba todos los días. Progresivamente subió de cuatro a 10 horas diarias de pedaleo. Tenía un régimen especial de alimentación y una vez a la semana pedaleaba mientras el resto de la gente dormía, es decir de la media noche a las ocho de la mañana.

La idea era prepararlo para que su cuerpo fuera capaz de responder de madrugada, en las mismas condiciones de clima y de cansancio que le exigiría una prueba de un día y medio, de más de 30 horas de constante esfuerzo físico. Para no flaquear en la madrugada al punto de pensar en abandonar el reto, como le había sucedido en su travesía a Villa Hermosa. Otra de las cosas que aprendió a conocer fue cómo hidratarse adecuadamente y qué comer para no dejar residuos en el organismo, es decir, para que durante ese largo recorrido no tuviera la necesidad de evacuar.

Bebía energéticos especiales y comidas en geles, o frutas procesadas que el organismo asimila completamente. Casi la dieta de los astronautas cuando permanecen por varios meses en sus bases especiales. Su meta era gastar tanta energía como una persona de setenta kilos lo hace en dos semanas. Pero Durán tendría que hacerlo en un día y medio. Cosas nuevas para un amateur que se había organizado su propio récord por amor propio.

¿Cuánto puede dar un hombre que se esfuerza al máximo sin fatigarse? Eso se llama “potencia crítica” y era un concepto nuevo para Adrián Durán, que sólo estaba acostumbrado a medir cosas simples, como el ritmo y la velocidad de su corazón. Sus asesores, empeñados en hacer de este hombre un prodigio de las bicicletas que no sirven para llegar a ninguna parte, acuñaron mantras. El primero fue: “Lo que no se mide, no se puede mejorar”. Durán se convirtió en un contador de lo que hacía su cuerpo. Medía todo lo que éste hacía y reportaba cada dato en un software especial que calculaba los parámetros exactos de su rendimiento físico. Los resultados estaban por encima de las expectativas. El equipo estaba muy optimista, confiado de que Adrián lo lograría.

Acuñaron entonces el segundo mantra: “Necesitas 30% de fuerza física y 70% de inteligencia; si logras eso, no tendrás límites”. Repetírselo dio resultado porque pronto entendieron que los mil kilómetros eran un trámite en su camino al triunfo. Hasta que llegó octubre y se dieron cuenta que el optimismo tiene límites. Empezaban a tener problemas de organización.  A fin de cuentas Adrián seguía siendo un amateur en el mundo del ciclismo de alta competencia.

La epopeya

Las metas de Adrián Durán ya no tenían el rostro de su ex novia sino del ciclista español Francisco Vacas Rodríguez, el dueño del récord por recorrer mil kilómetros al aire libre, en 31 horas 23 minutos. Pero en una ciudad como el Distrito Federal, donde es imposible interrumpir una vialidad por más de un día, se optó por hacer la prueba en el Autódromo Hermanos Rodríguez.

Lo que no supieron, sino hasta el final de la prueba, era que el “coeficiente de fricción”, es decir, la oposición que ofrecen las superficies de dos cuerpos en contacto, que depende de la temperatura, el acabado de las superficies y la velocidad, era mayor en un autódromo que en una pista convencional. El tráfico de su ciudad lo obligaba a complicar la prueba. El escenario de su aventura era un obstáculo más grande: La pista para coches ofrece mayor resistencia a la rueda de una bicicleta y, requiere mayor esfuerzo físico del deportista. Tampoco consideraron que en otoño hace mucho viento en las noches y madrugadas, lo que también exige más esfuerzo.

Cinco patrocinadores decidieron confiar en Durán. El hombre se subió a la bicicleta a las 5:15 de la mañana del jueves 20 de octubre de 2011, justo el día en que su hijo cumplía nueve meses de vida. Estaba muy incentivado. Hasta que terminó la primera vuelta. Entonces, recuerda, comenzó a sentirse muy solo. Estaba oscuro y el circuito le parecía inmenso. Era el final de una noche despejada, todavía se veían las estrellas y un viento helado recorría el circuito donde el súper piloto Ayrton Sena se coronó campeón del Gran Premio de México en 1989, cuando el autódromo era parte del circuito mundial de Fórmula 1. Detrás del ciclista avanzaba un coche con las luces intermitentes encendidas, pues a esa hora el autódromo empezaba a llenarse de gente haciendo deporte.

El desafío de Durán significaba también resistir sin probar alimento, por indicaciones del reglamento de la UltraMarathon Cycling Association (UMCA), la organización estadounidense que avaló su proeza. Todas las bebidas o alimentos sólidos se los tenían que dar en las manos, mientras seguía rodando. Su entrenamiento para evitar ir al baño le funcionó. Recuerda que durante el trayecto sólo comió dos pechugas de pollo hervidas, una hamburguesa, muchas barras energéticas y abundante líquido. Fue al baño antes y después de la prueba, pero fue inevitable que orinara tres veces mientras pedaleaba. Eso sí estaba permitido. También fue inevitable que parara tres veces por serias crisis de contracciones musculares.

Le hicieron masajes que lograron reponerlo pronto. Eso es válido, según la UMCA. A la mitad del recorrido se le poncharon las dos ruedas especiales que llevaba su bicicleta, y no pudo cambiarlas, pues no tenían repuestos. A partir de ese momento rodó con ruedas convencionales. Adrián dice que, todo esto, le significó mayor esfuerzo al que se enfrentó el español Vacas en junio de 2010 cuando logró el mejor tiempo mundial para los mil kilómetros en bicicleta.

A las cuatro de la tarde del viernes 21 de octubre, Adrián completó los mil kilómetros. Recorrió 265 vueltas y media en un circuito de tres mil 822 metros, un poco más que la distancia que separa a las ciudades de México y Monterrey (925 kilómetros). Hizo 35 horas y 34 minutos, cuatro horas más que el ciclista español que conserva el récord mundial que Adrián intentó romper.

Los jueces de la UMCA dicen, sin embargo, que el mexicano de 29 años logró otro récord internacional, distinto al del español, pues corrió en condiciones climáticas distintas y en una superficie de otra resistencia.

Pero casi nadie supo de la proeza. Adrián y sus auspiciadores volvieron a invitar a la prensa, pero de nueva cuenta sólo los dos periodistas free lance estuvieron ahí; esta vez no pudieron colocar la nota en la cadena de  televisión de paga. Algún diario deportivo publicó unas líneas, una revista especializada en ciclismo dio cuenta del asunto. Comentarios de amigos en redes sociales. No mucho más.

La ex novia, le cuentan los chismosos al ciclista, tampoco sabe nada de la gesta del antiguo capitán de meseros del restaurante de su padre. Y la verdad, dice Adrián, ya no le interesa que lo sepa. Ahora le gustaría más que su pequeño hijo Adrián lo entienda.

Y aunque está pendiente la certificación de la UMCA, la hazaña de Adrián es sin duda un nuevo récord mexicano, latinoamericano y mundial.

Quizá por eso, cuando se bajó de la bicicleta, el deportista lloraba desconsoladamente en el hombro de Laura, la mujer que lo ayudó con su solidaridad y trabajo a lograr una epopeya. Ahora piensa que nunca volverá a utilizar a su querida baica para vengarse de una muchacha ingrata. Seguirá pedaleando, pero sólo por pasión,  por retarse a sí mismo, por inscribir el nombre de México en los rankings mundiales, dice.

Me gusta demostrar que en México podemos hacer cualquier cosa, sólo es cuestión de proponérselo

CARLOS PAREDES tiene una bicicleta que casi no usa, su esposa, en cambio, va al trabajo todos los días en una; el peruano ganó en 2006 el Premio Nuevo Periodismo, que otorga la fundación de Gabriel García Márquez

Fuente: (domingoeluniversal.mx)

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