Alumnos de la Escuela de Laudería del INBA son capaces de “repararle el alma” a una viola o a un chelo o de restaurar un “Stradivarius”

repararle el alma a una viola o a un chelo, y sabrán cómo restaurar un Stradivarius o un Amati de cualquier época.

Esta escuela, creada hace 24 años, es un taller estrecho de dos niveles con menos de 15 personas entre profesores y alumnos, donde priva el olor a madera y aceites dulces. De aquí han egresado hasta ahora 25 lauderos profesionales que tienen sus talleres en México y el extranjero. Pero el plan a futuro es acaparar el mercado instrumental de Venezuela, donde no existen lauderos de nivel y compartir el plan de estudios de nivel licenciatura con Cremona, Italia, y Argentina, donde están interesados en adaptar un sistema similar, explica Luis Gilberto Lavalle, director de este plantel.

De los 15 alumnos inscritos este año, sólo dos o tres concluirán el proceso. Eso dice la estadística. Por ahora, ellos construyen sus violines, violas y chelos, se apasionan con la biología y la química de las maderas, aprenden solfeo, armonía, afinación y hasta dedican tiempo al dibujo y la fotografía. Y a su vez, aprenden a cambiar puentes, esas minúsculas piezas que sostienen  las cuerdas al estómago del instrumento y cambiar clavijas.

Un buen laudero es como un buen médico cirujano. Se forja con los años, así que no bastan los cinco años de práctica y encierro en este lugar donde los estudiantes pasan seis horas de lunes a viernes tallando madera, como si  fueran los carpinteros del espíritu de la música. Eso dice Alejandro Díaz, maestro laudero de la escuela desde hace 18 años.

Aun así, un laudero egresado de esta institución, ubicada en el centro histórico de Querétaro, es capaz de construir un instrumento de buena calidad, reparar y restaurar instrumentos del acervo patrimonial o de músicos particulares. “Pero su progreso se desarrolla con los años”.

En esta fábrica de lauderos, los futuros profesionales afinan sus sentidos. Por ejemplo, pueden tocar un trozo de madera, sopesarla, percutirla y saber cuánto sonido transmite.

“El laudero debe llegar a un nivel donde pueda interpretar, reproducir y transformar ese trozo de madera, con las características que la propia madera demanda”, pues cada trozo de madera es distinto, aunque provenga del mismo árbol.

LA FAMA. Por si la fama de este lugar no fuera suficiente con ser el único lugar de América que cuenta con una escuela especializada de laudería a nivel de licenciatura, hay alumnos egresados de ésta que ocupan puestos en otros países.

Uno es el caso de Gabriela Guadalajara, quien se fue a hacer una estancia en Nueva York, pero se quedó a trabajar en Long Island y recientemente puso su taller propio con gran éxito. O Ángel Verde, otro egresado que se posicionó fuera de México y trabaja en Canadá desde hace nueve años en el taller de Tom Weider.

Y Alejandro Díaz, profesor de este taller, tuvo en sus manos la responsabilidad de hacer la restauración completa del violín de Cathy Robinson, segundo violín del Miami String Quartet.

“Ella lo mandó al taller donde estaba haciendo una estadía con William Fletcher. Fue un violín del siglo XVIII muy importante, el cual desarmé completamente y lo volví a armar. Se hizo una muy buena restauración y el sonido quedó fantástico”. O también, en el caso de Javier Montiel, solicita algunas asesorías sobre su viola.

Este recinto tiene convenios con los Conservatorios de Monterrey, la ciudad de México, la Filarmónica de Querétaro, orquestas de Puebla, Nuevo León y otros estados, quienes envían sus instrumentos para diagnóstico y se les practican sus reparaciones.

BAJO PRESUPUESTO. Pero la Escuela de Laudería también tiene sus tesoros, una serie de catálogos ilustrados de instrumentos de Antonio Stradivari, con un costo aproximado de 2,150 euros, con fotografías de alta calidad, o ejemplares del laudero Guarneri del Gesù, así como 400 discos compactos con los sonidos originales de los instrumentos por familia desde la Edad Media hasta el siglo XIX, importados de Europa.

Un paso más de este centro de estudios está en su laboratorio, donde se realiza investigación sobre las maderas mexicanas, para que las siguientes generaciones tengan nuevas bases de conocimiento.

La única piedra en el zapato de esta institución es el presupuesto, que opera anualmente sólo con 600 mil pesos, que le otorga el INBA, y ante eso Luis Gilberto Lavalle asegura: “Pues aunque se ha incrementado en los últimos años, sí hace falta un poco más de apoyo para difundir la labor que se hace en la escuela, para reequipamiento porque la vida útil de las herramientas y maderas es limitada”.

Y añadió que falta un laboratorio de acústica equipado con un estudio de grabación para que se integre no sólo la carpeta fotográfica de un instrumento, sino el soporte sonoro.

Fuente: (cronica.com.mx/Juan Carlos Talavera)

 

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