Entre los títulos de “La Cábula Ediciones” destaca “Aves de paso”, de Carlos Sánchez, un libro de relatos y un blues para las niñas

miles de historias que le susurran el calor y las calles de Hermosillo y las expresiones y los gestos de las mujeres sonorenses (en todos los relatos fosforescen). Un narrador nato.

Todo esto es posible advertir al concluir la lectura de “Aves de paso” (La Cábula Ediciones, Hermosillo, Sonora, México, 2010), libro de relatos de Carlos Sánchez, de quien se da noticia en una ficha biográfica en la contraportada: reportero, fotógrafo, editor y escritor; autor de “Linderos alucinados” (crónicas), “Señales versos” (cuentos), “Desierto danza” (entrevistas), “De efe” (crónicas) y “Purobarrio” (relatos).

Doce relatos (u once y un cuento) integran “Aves de paso”, en los cuales Sánchez se sumerge gustoso en las arenas de la memoria y en los meandros de la imaginación para dar forma a personajes femeninos entrañables desde la óptica de un narrador casi siempre perdedor o marginal, casi siempre melancólico y casi siempre en tono de blues, a veces casi salmódicos –para evitar el abusado término minimalista–. Casi se antoja tener una “ballena” a la mano y escuchar a Real de Catorce (o a Sabina, o a un añoso trovador cubano, o al “Ruiseñor de América”, o a la Ella o a quienseledésu…gana) mientras leo el libro.

Son relatos en los que el narrador se regodea recordando detalles, recreando atmósferas, gozando un erotismo personal, en ocasiones fetichista, destilando amor por mujeres casi siempre adolescentes o jóvenes en las que la muerte, la droga o la soledad es un factor fundamental para sostener los retazos de historia que nos quiere revelar, para sostener las historias amorosas fallidas. Para mí, el mejor es “Releo lo que escribiste una tarde”, que parece ser un cuento redondo y en el que, paradójicamente, las mujeres sólo aparecen como aves de paso y la trama gira en torno de la relación incestuosa abuelo-nieto matizada por el humo de olorosos cigarrillos que “todo lo curan”, excepto, al parecer, la melancolía.

Josefa Isabel Rojas Molina apunta también en la contraportada: “El mismo narrador intenta deshacerse de las alas inútiles, anclarse al recuerdo y poder llegar al instante que ya no volverá, a la mujer que en ninguna otra mujer está, a la risa extinguida, al deseo que no es sino un magnífico invento”. En efecto, Carlos Sánchez hilvana historias con una prosa que también es un magnífico camino para recuperar el mundo perdido de la infancia y adolescencia, quizás las únicas donde el amor es puro y certero, con la dicha inefable del momento para siempre, aunque el tiempo transcurra y casi siempre destruya a los personajes, mas no a aquéllos que un día fueron felices, porque a ellos la literatura –también la lectura, incluso de poetas como el Abigael– les sirve para soportar el sopor y el vacío de la tediosa realidad llamada vida.

Comentario a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: pintura de Gerardo Arreola en la portada de un libro de relatos en los que campea el gusto por la palabra evocadora, llena de sentido, casi como la poesía.
Cortesía: “La Cábula” Ediciones

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