En el libro “Ases de la cámara”, la investigadora Rebeca Monroy Nasr ahonda en los esfuerzos del crítico de arte Antonio Rodríguez por dignificar la nota gráfica

excepcional, el crítico de arte Antonio Rodríguez; este valioso momento es recuperado por la historiadora Rebeca Monroy Nasr en su libro más reciente.

Ases de la cámara: textos sobre fotografía mexicana, edición del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), rememora el título que llevó aquella importante muestra que dignificó el trabajo de los reporteros gráficos, y ahonda en el esfuerzo de Antonio Rodríguez (1908-1993), un ex militante comunista portugués, por hacerla posible.

Esta publicación es resultado de 10 años de pesquisas por parte de la doctora Rebeca Monroy, a fin de aprehender esa faceta de Antonio Rodríguez, misma que se sumó a sus múltiples identidades, pues a su nombre de pila, Francisco de Paula Oliveira, le seguirían varios alias, en sus intentos por huir de la persecución política, entre ellas la del propio Partido Comunista.

Fue así como en 1939, a bordo de un barco de refugiados españoles, llegó al puerto de Veracruz, donde “volvería a nacer” bajo el nombre de Antonio Rodríguez. El aprendizaje intensivo que tuvo en el Arsenal de la Marina portuguesa, la prisión y el Partido Comunista, le forjó una personalidad combativa y comprometida, que dejaría huella en el terreno de la educación y la cultura en México.

La investigadora de la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del INAH hace hincapié en que la llegada de Rodríguez a México se dio en un momento por demás oportuno, pues había una escena pujante —de la mano del gobierno cardenista— en la que coincidían artistas de distinta índole. Su conciencia política y cultura, le permitieron reparar en las imágenes sin concesiones que estaban publicándose en revistas de la época, como la llamada Hoy.

Años más tarde —añadió Rebeca Monroy—, en 1947, Antonio Rodríguez publicaría en la revista Mañana las entrevistas que hizo a 19 de los 33 fotorreporteros que participarían en el concurso-exposición del Palacio de Bellas Artes, y que ahora son documentos autocríticos del desarrollo del fotoperiodismo en nuestro país.

“Fue un acto muy significativo porque, por vez primera, materiales de fotoperiodismo fueron expuestos en un recinto destinado a las bellas artes. En ese momento, Antonio Rodríguez, con el apoyo de Regino Hernández Llergo, director de Mañana, y de Enrique Díaz Reyna, representante de la Asociación Mexicana de Fotógrafos de Prensa, buscaba que la profesión del fotoperiodismo tuviera un estatus mayor”.

Entre los fotógrafos expositores estaban Manuel Montes de Oca, Ismael Casasola, Aurelio Montes de Oca, Luis Zendejas, Enrique Delgado, Francisco Mayo, Ugo Moctezuma, Julio León, “El Chino” Pérez, Faustino Mayo, Agustín Casasola Jr., Antonio Carrillo Jr., Armando Zaragoza, Montero Torres, Leo Matiz…

Ellos, mediante las entrevistas con Antonio Rodríguez, “revelaron la percepción que tenían de su trabajo, por ejemplo, si lo consideraban arte o no, a lo que muchos contestaron que no. Contaban sus anécdotas más audaces y además elegían su mejor fotografía, la cual se usó para acompañar la entrevista.

“Otro factor que los fotoperiodistas señalaban —continua Rebeca Monroy— era el azar o la ‘chiripa’ al momento de capturar las imágenes, y él (Antonio Rodríguez) indicaba por su parte que no era así”. El propio Rodríguez decía: gracias al estado de vigilancia en que permanentemente se hallan, (los fotoperiodistas) pueden registrar fotográficamente un hecho fugaz en mucho menos tiempo de lo que necesita una persona común para darse cuenta de él.

En esa primera muestra de fotoperiodismo en Bellas Artes, se expusieron contundentes imágenes de la gran “Campaña desanalfabetizadora”; de la asistencia a un juzgado del ex presidente Plutarco Elías Calles, acusado de almacenar armas; de León Trotsky moribundo tras el atentado por parte de Ramón Mercader; y de la embestida de un toro al matador Silverio Pérez, entre otras.

“Por ejemplo, la fotografía de Trotsky se muestra en coautoría, Agustín Casasola Jr. y Enrique Díaz, porque ambos hicieron la labor de entrar furtivamente en la Cruz Verde, aunque fue Díaz quien la tomó. Estas historias que no conocemos, ‘porque se fueron con los muertos’, fueron reveladas en las entrevistas con Antonio Rodríguez”, comenta Monroy, investigadora de la DEH.

Monroy, también autora de Historias para ver: Enrique Díaz, fotorreportero (2003), explica que la intención de Antonio Rodríguez era dar continuidad a esta exposición de fotoperiodismo, volvió a realizar entrevistas a fotógrafos pero dejó inconcluso el trabajo en diciembre de 1951, quizás porque su contacto en el Palacio de Bellas Artes, una hermana del presidente Manuel Ávila Camacho, falleció ese año.

Algunas de las entrevistas a los fotorreporteros fueron retomadas en otro tono por Carlos Argüelles y Antonio Joaquín Robles Soler (un exiliado español, mejor conocido por su seudónimo: Antoniorrobles), pero la exposición nunca se llevó a cabo.

Con todo, la exposición de 1947 abrió conciencia dentro del propio gremio de los fotorreporteros que vivía un “boom” para esos años, fue la primera ocasión en que la fotografía periodística se manejó como un discurso visual por sí mismo, y no como acompañante de la nota escrita.

Pese a este avance, señala la historiadora del INAH, en los años 50 vino un retroceso debido al corporativismo de los fotorreporteros, doblegado a los intereses presidenciales mediante la corrupción, llámese el  uso del “chayote” y el “embute”.

“Fue hasta después de 1968 cuando se recuperó un discurso visual. Son etapas, pero era necesario reconocer que existía un antecedente muy claro, marcado en los años 30 y 40, de una fotografía contestataria y de una agudeza para señalar contradicciones. Había mucha conciencia en los fotógrafos”, concluye Rebeca Monroy.

Fuente: (INAH)

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