Manuel Gutiérrez Nájera, poeta, autor modernista y singular cronista teatral

su obra narrativa y en verso; sin embargo, la vasta labor del cronista teatral constituye una valiosa fuente auxiliar para conformar el panorama cultural del México de la segunda mitad del siglo XIX”, escribió la investigadora Yolanda Bache Cortés en el ensayo Manuel Gutiérrez Nájera: cronista de Teatro, en 1995.

“Periodista forjado en el ejercicio de su inteligencia; lector gozoso de los maestros del momento; conocedor comprometido en cada instante que late en la vida nacional; espectador ansioso de todas las expresiones artísticas, Gutiérrez Nájera es, a través de sus crónicas teatrales, perfectamente consciente del poder de la palabra escrita, del valor de su propia palabra y de la necesidad de una renovación, de la presencia de una nueva prosa artística, plena de sugerencias y de matices que revaloren los conceptos, que despierten la imaginación, que enriquezcan las ideas y que, quizá sobre todo, conviertan la lectura en un goce de amplísimas posibilidades estéticas”, señala Bache Cortés.

Poseedor de una peculiar creatividad que lo llevó a incursionar en diversos géneros y corrientes literarias, Gutiérrez Nájera nació el 22 de diciembre de 1859, en la capital mexicana, en la calle del Esclavo número 23, hoy República de Chile número 13. Perteneció a una familia de clase media.

De su producción literaria destacan Hojas sueltas (1912) y Cuaresmas del Duque Job (1922), Cuentos frágiles, Poesía y La serenata de Schubert y Mis enlutadas. Sus poemas más conocidos son: Para entonces, La duquesa Job, De blanco, Ondas muertas, Para un menú, Mis enlutadas, Última necat, A un triste y A la corregidora, entre otras.

Conocido como El Duque de Job, uno de sus más célebres seudónimos, se le define como “especie de sonrisa del alma” por la gracia sutil de su estilo, elegante, delicado y con ternura de sentimientos. En el fondo fue siempre poeta romántico.

Precursor del modernismo en México, además de poesía, escribió crónicas de teatro, crítica literaria y social, notas de viajes y relatos breves para niños que después se compilaron en dos libros: Cuentos Frágiles (1883) y Cuentos Color de Humo. En 1894 fundó, con Carlos Díaz Dufoo, La Revista Azul, publicación que lideró el modernismo mexicano durante dos años.

Gran parte de su obra apareció en diversos periódicos mexicanos bajo varios seudónimos: El cura de Jalatlaco, El duque de Job, Puck, Junius, Recamier, Mr. Can-Can, Nemo, Omega. Se escudaba en esa diversidad para publicar distintas versiones de un mismo trabajo, cambiando la firma y jugando a adaptar el estilo del texto a cada seudónimo.

Gutiérrez Nájera tuvo gusto por lo afrancesado y lo clásico, como era habitual en los intelectuales mexicanos y la alta sociedad de su tiempo. Nunca salió de México, y en pocas ocasiones de su ciudad natal, pero sus influencias son europeas: Musset, Gautier, Baudelaire, Flaubert, Leopardi. Siempre anheló unir el espíritu francés y las formas españolas.

Su madre, ferviente católica empeñada en que su hijo fuera sacerdote, le impuso la lectura de los místicos españoles del Siglo de Oro y la formación en el seminario, influencia que se vio compensada por la fuerte corriente positivista de la sociedad de la época que pugnaba en sentido contrario.

Gutiérrez Nájera abandonó el seminario a los pocos años, y cambió a San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Fray Luis de León, que no obstante siempre influirían en su obra, por los autores franceses del siglo y por la práctica cotidiana de la literatura en periódicos locales como El Federalista, La Libertad, El Cronista Mexicano o El Universal.

Entre sus obras poéticas importantes también se encuentran: Hamlet a Ofelia, Odas Breves, La Serenata de Schubert y el afamado poema Non omnis moriar (No moriré del todo). Cultivó la prosa en cuentos, a los que aportó una nueva forma, y en crónicas.

El libro de relatos Cuentos Frágiles fue el único que publicó en vida como tal, pero ordenó con distintos criterios sus entregas a periódicos y revistas: Cuentos del domingo, Cuentos vistos, Cuentos color de humo, Crónicas color de oro, Crónicas color de lluvia.

Según sus biógrafos, la poesía de Manuel Gutiérrez Nájera siguió inicialmente modelos de Gautier y Musset para inclinarse, en su madurez, por los parnasianos y por algunos asomos al Simbolismo y al Modernismo, al que le abrió las puertas en su Revista Azul. Creador de numerosos cuentos y de una importante obra en prosa, en la prensa escribió incontables crónicas de temas variados, a las que infundió un ajustado estilo ligero y ameno, a veces voluntariamente superficial, pero de gran personalidad expresiva.

Cultivó también la crítica literaria y teatral, pero dejó poco lugar para la actividad poética, que a pesar de ser escasa, ejerció gran influencia en la renovación lírica de sus años.

De temperamento religioso y sensibilidad en esencia romántica, a su obra poética se le siente acercarse a esa concepción romántico-simbolista de la poesía, que nutre lo mejor de la gestión modernista, especialmente en el primer tramo de su órbita.

Y ello tanto por su rechazo al realismo y positivismo, y el subsecuente sentido idealista que profesara, como por su defensa de la utilidad de la belleza en sí, liberada de la moral y la preocupación humanista y social. Se sentía heredero de la idea del arte por el arte, que en Francia propagara Theófile Gautier, a quien tanto admiró.

Tanto sus lecturas francesas como las italianas le ayudaron a comprender la doble vertiente, romántica y parnasita, por las que discurre su palabra poética. Gutiérrez Nájera supo ver la causa primera y fundamental, el aislamiento, que obraba en la decadencia de la poesía española de entonces.

A decir de los críticos, Gutiérrez Nájera defendió lo permanente y válido de la tradición literaria española a la que, como mexicano, prolongaba, aunque, animado de una oportuna intención paródica, incrustara giros y palabras francesas en algunas de sus composiciones.

En su obra no falta la gracia, por lo que dejó exquisitas recreaciones frívolas del espíritu francés, aunque adaptadas a ambientes o realidades personales y mexicanas. A decir de los especialistas, no fue un revolucionario en las formas y, cuando más, se limitó a introducir nuevos esquemas acentuales en los métodos tradicionales.

Lo que sí, fue un avanzado en el ajuste idóneo de un lenguaje colorista y suavemente musical, de un lado, puesto al servicio de la expresión de un dolorido mundo interior, tejido por la melancolía, y de una visión enteramente subjetiva de la realidad exterior.

Aunque Gutiérrez Nájera se destacó en su tiempo entre los iniciadores del modernismo hispanoamericano, sus obras tuvieron muy escasa divulgación en España en su época.

La investigadora Yolanda Bache Cortés destaca en su ensayo sobre Gutiérrez Nájera: “Gracias a un habilísimo manejo del lenguaje, el cronista-espectador, desde su palco del Gran Teatro Nacional, emocionado, refiere la ensoñación que una temporada de ópera le produce, y confiesa que ha escuchado voces tersas que pasan como una caricia de raso por nuestros oídos […] como una gota de agua llena de luz; voces que tiemblan como delgada hoja de plata expuesta al viento; voces frescas sonrosadas como la cara de una niña hermosa cuando sale del baño.”

La infatigable labor del periodista – arte que requiere a la vez martillo de herrero y buril de joyería, como dijo Martí – es pieza angular en la reconstrucción de un proceso histórico. A más de cien años, la lectura de estos textos ofrece a los teóricos nuevas directrices para replantear la importancia de la crónica najeriana en el ámbito literario y social de nuestra América”, concluye Bache Cortés.
RGT

Fuente: (CONACULTA)

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