Anécdotas de la inauguración de la Monumental Plaza México, compartidas por el famoso escultor don Humberto Peraza y Ojeda

entrenamientos todos los días y en las tardes hacer esculturillas que trataba de vender para sostenerme, no asistía a la escuela, pues toda mi atención estaba puesta en la ilusión del toreo. Mi padre estaba en contra de esta afición, por lo tanto tenía que buscar una razón para poder justificar por qué dejaba los estudios.

Entonces decidí buscar un trabajo; lo conseguí con el arquitecto José Creixel, quien me mandó a una obra que estaba por Polanco; allí tenía muchos ratos de ocio, los cuales aprovechaba para hacer figuritas de colores, de toreros, de toros, entre otras. Un día llegó un camionero que las vio y me dijo: ‘que bonitas están, tu deberías ir a ver unas grandes que están por allá por insurgentes, yo voy a tirar cascajo allá, un día que pase te voy a llevar’. Creo que aquí intervino la suerte, al poco tiempo se presenta ese hombre y me dijo ‘voy a la Plaza México ¿quieres venir conmigo?’

Si eso no hubiera sucedido yo nunca hubiera sido escultor, llegue a la plaza y quede asombrado con aquella construcción, y ahí me dijo ‘mira, por ahí caminas y encontraras un galerón’, llegue al taller, miré por una ventana y ví que estaban haciendo una estatua, era un toro derrotando contra un sombrero, enseguida toqué la puerta tímidamente y me abrió el maestro Just, aquel imponente y magnifico maestro me dijo ‘¿Qué deseas?’, pues le dije ‘yo soy escultor y quiero ver si me da trabajo’, yo sabía bastante de toros y creía saber de escultura; pero aquí es donde vienen los desengaños de la vida y se convence uno en lo equivocado que está.

Al día siguiente me puso a hacer una figura de un toro ‘a ver qué tal’, me dijo, ante aquellas moles me di cuenta que no sabía modelar el barro ni manejar la herramienta, esto significaba ser escultor, y eso precisamente era, lo que no era, se me caían las alas. Al terminar la semana me dijo ‘no te voy a necesitar ya’, pero yo ya me había fascinado con aquel taller, que reunía las dos cosas, la escultura y los toros; entonces le supliqué que me dejara ahí aunque fuera sin cobrar, y me aceptó.

Por ese entonces mi padre me pregunto ‘¿y qué estás haciendo?’, ‘pues mira’ le conteste, ‘estoy haciendo un toro’, y todo lo que yo veía que hacían los otros maestros me lo atribuía. Un poco incrédulo pero entusiasmado me dejó por un tiempo seguir aquello, no sabía que era el amasador de barro. Un día saliendo del taller ví a la distancia la figura de mi padre que venía seguramente a hablar con el maestro, y me dije ‘me va a descubrir en todas mis mentiras’, casualmente estaba el maestro en ese momento, mi padre se identificó y le dijo que estaba muy agradecido por las enseñanzas que me daba, escuchando aquello, me quedé mudo y me dije ‘trágame tierra’, el maestro lo escuchaba y en pocos minutos se dio cuenta de la situación, notó que mi papa estaba equivocado por mis mentiras y no le dijo lo contrario sino que le confirmó que yo estaba modelando, mi papa se ha de haber sentido orgullosísimo y el maestro le dijo que tenía mucho porvenir como escultor; después de charlar un rato mi padre se despidió y se fue convencido.

Desgraciadamente el 30 de enero de 1946 mi padre sufrió un accidente, un tranvía lo atropello y murió; de pronto me enfrente a una tragedia patética, increíble, dolorosísima, a la edad de 20 años, yo no conocía lo cruda que era la vida a veces, era tan sombrío todo aquello y estaba tan confundido, que no sabía qué hacer, pero poco después reaccioné y me dije ‘hay que echarle casta a la vida’, cambié todos mis parámetros, entonces recordé aquellas mentiras que me habían producido un remordimiento; y con el dolor tan profundo y la desesperación de ganar dinero, tratando de honrar la memoria de mi padre, me propuse convertir en verdad aquello que había dicho, algo desconocido me motivó interiormente y de pronto empecé a modelar, tan bien me salían las cosas que cuando llegó el maestro de un viaje vio lo que había hecho, era un cabestro del encierro que actualmente está en la entrada principal, le pareció muy bueno y sin hacerle nada ordenó que se vaciara; después me dieron a hacer otro; claro yo resultaba muy barato, y hacia muy rápido las cosas, no tenia más pensamientos que el de la escultura ¡a todas horas!

Uno de aquellos días trajeron al taller un toro, llamado ‘Solovino’, al que usamos de modelo. Con el inicie estudios de anatomía, desde luego como Dios me daba a entender, ahí en el estudio, me pasaba las horas viendo aquel magnifico ejemplar negro, al que le habíamos hecho un corral interior bastante limitado que tenía comunicación al exterior con corral igual; le daba pastura, el agua y así el toro venía a comer de mi mano, desde luego yo afuera del corral, pasaron los días y el animal se fue acostumbrando a mí y yo a él”. (Continuará)

Fuente: (suertematador.com)

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