“Los tiburones van a comer mucho verso” de Artemio Villeda, testimonio de la inmensa riqueza musical de las Huastecas

Artemio Villeda” (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Dirección General de Vinculación Cultural y Ciudadanización, México, 2001), compilado por Armando Herrera Silva, y que ha sido mencionado anteriormente en estas mismas “Memorias…”.

Al inicio del librito, de formato casi de media carta, se explica que “es parte de una serie de entrevistas a trovadores, versadores y cronistas huastecos y arribeños que forman parte de un trabajo de investigación denominado El Archivo de la Palabra, apoyado por el Instituto de Cultura de San Luis Potosí y el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes. Se trata de una transcripción fiel al relato del entrevistado, la entrevista consistió en preguntas abiertas dejándole total libertad de expresión. Esta entrevista fue realizada por Armando Herrera Silva y Froylán Rascón Córdova en Xilitla, San Luis Potosí, el mes de noviembre de 1996”. Esta aclaración sirve para aumentar mi desazón, pues desconozco los otros libros publicados en dicho proyecto, pero también para enfatizar la importancia de tratar de conseguirlos.

El texto está dividido en cuatro partes: “Testimonio”, “Versos sueltos”, “Versos con dedicatoria” y “Versos para huapangos”; los cuatro de similar valor en cuanto al contenido. El “Testimonio” es la entrevista a don Artemio Villeda Marín, fundador e integrante del legendario Trío Camalote, de Pánuco, Veracruz. Ahí, el músico cuenta que nació en Plan de Juárez, Xilitla, San Luis Potosí, en 1927 [19 de octubre], y que a los once años se fue a vivir a Pánuco. Al principio, empezó tocando el violín, en 1945, teniendo de compañeros a Ermenegildo Mendoza en la guitarra y a Alberto González en la jarana; posteriormente, por trovar bien y a petición de sus colegas, dejó el violín y tomó la jarana. En 1947, se juntó con Antero Tovar González, en la guitarra, y Genaro Martínez Alonso, en el violín, con los que dio inicio formalmente el Trío Camalote. Como indica don Artemio (q.e.p.d.; falleció el 1 de agosto de 2006), al momento de la entrevista llevaban 49 años juntos, sin tocar con otros músicos. Quizás ahí se refiera a él mismo, pues cambiaron de guitarrista creo que dos veces y el violinista tocó en el trío Los Rancheros del Pánuco, en 1974, pues así está consignado en la “Antología del Son de México”, editada por Discos Corasón.

También don Artemio dice en dicha entrevista que nunca tomaba cuando trabajaba (tocaba) y que llevaba veinte años sin beber, que el gusto por la música lo traía en la sangre, pues del lado de los Villeda –por su padre y un tío– eran “músicos de la música regional” y del lado materno tuvo un tío, Carmen Marín, que tocó en una orquesta de Tamasopo. Afirma que como Trío Camalote grabaron seis discos y cinco casetes, pues “del primer disco, ‘Arriba Pánuco’, no se sacó casete”, el cual fue grabado en 1966 y para él es el mejor.

Un aspecto muy interesante es que de este testimonio se pueden extraer conjeturas o inferencias acerca de la psicología de los músicos tradicionales de antaño, de su forma de vida y de la manera en que se ha desarrollado la música tradicional huasteca; en este caso, el son y en el contexto que le tocó a don Artemio. Así, explica con ejemplos de versos cómo se fueron alterando o modificando algunas letras de sones e incluso le parece que “El ranchero potosino” es “La chachalaca”, pero con distinta letra. De ahí su celo al hacer sus versos, que “tengan rima y mensaje”, afirma, y que “Hay palabras para hacer las cosas sin ofender”, esto en alusión a los que usan palabras altisonantes u ofensivas. La importancia de las aseveraciones radica en que quien las expresa era un hombre que vivió esa época y conoció a verdaderos personajes de esta tradición musical, como él mismo. Asimismo, menciona que tocaba con Pedro Rosa, el violinista al que se le atribuye la creación de “El querreque” y que era su paisano; evoca en varias ocasiones a su compadre Nicandro Castillo, compositor de “Las tres huastecas”, y por ende a “El Viejo” Elpidio, pues Castillo tocó con el compositor o autor de “La malagueña”. Ni qué decir cuando rememora a un gran trovador, Serapio “El Güero” Nieto, con quien varios veces se enfrentó y a quien lo unía una camaradería auténtica –hay un disco, también en el sello de Corasón, de Los Camperos de Valles con la trova de “El Güero”–.

Don Artemio también recuerda a los Hermanos Calderón, al Trío Tamazunchale –cuyo violinista, don Jorge Muñoz Tavera, falleció en 2010–, Los Caimanes de Tampico y el violinista Martín Godoy, Los Camperos de Valles, las cantadoras Tomasita del Ángel –esposa de don Patricio Chirinos, abuelo del ex gobernador veracruzano, ella “tocaba la jarana y cantaba muy bonito”–, Rosita del Ángel y Ema Maza –que era su comadre y cantaba con los Cantores del Pánuco, otro trío de leyenda en la región integrado por Juan Coronel, Seferino Galindo e Inés Delgado–, los bailadores Raúl Pazzi Sequera y Patricia Florencia Pulido…

Por otro lado, evoca que salió al extranjero con Luis Echeverría –recuerda sobre todo Cuba, donde le tocó a Fidel Castro– en compañía de artistas de la talla de María de Lourdes; precisamente, en un avión, al regreso del país caribeño, don Artemio dijo unos versos sobre el temor de que aquél cayera y ellos con él, por lo que Rutilo Parroquín, un trovador y músico jarocho, dijo la frase que da título al libro. Además, tocó en la gira de la campaña presidencial de Adolfo Ruiz Cortines, quien le regaló 50 pesos de entonces y don Artemio, con ese dinero, invitó café con pan a toda la gente del ejido Camalote.

Asimismo, recuerda la extraordinaria habilidad de Inocencio Zavala “El Treinta Meses” –similar a la de Heliodoro Copado, según el jaranero camalote–, de quien dice que nunca tuvo trío organizado y que un tiempo tocó con los Cantores del Pánuco; a Nacho Coronel, hermano del gran violinista Juan, que sabía de versería y lo felicitó después de salir airoso de un enfrentamiento difícil con Ema Maza; a Sinecio González –hijo de don Albino González, que tenía su orquesta homónima en Tampico– quien, para el Camalote mayor, fue lo máximo para tocar al modo de como se baila en Pánuco y “para salir con música, a diferencia del Tamazunchale, que terminan ay, ay, ay”. Vale la pena añadir que siempre que don Artemio hace una comparación o juicio, lo dice anteponiendo el respeto por sus compañeros.

Villeda Marín relata una anécdota de Nicandro Castillo, quien juntó a los violinistas de Pánuco para que le tocaran “El zacamandú”. Al final, el que más le gustó fue “Hermilo Gómez, papá de mi compadre Tomás, que enseña a niños en Victoria”. Seguido recordaba Nicandro a ese violinista, cuyo hijo es el maestro Tomás Gómez Valdelamar, quien radica en la capital tamaulipeca y es un formador de nuevas generaciones de músicos y a quien espero convencer de que aparezca en esta serie, pues en el XV Festival de la Huasteca, efectuado en agosto de 2010 en Tampico, su apretada agenda le impidió charlar, pero no por eso dejó de hacerme patente su amistad y generosidad.

Ya para terminar de parafrasear y apostillar esa entrevista, hay que destacar que por su reconocida labor como versador, don Artemio participó como jurado en algunos concursos, pero no era muy partidario de estos certámenes, pues en ocasiones los jurados los forman con gente que desconoce lo que va a calificar o juzgar –aunque sean de Bellas Artes, como en el caso que menciona, que es como decir el actual CONACULTA– y que “nosotros reconocemos a ‘El Viejo’ Elpidio, a mi compadre Nicandro Castillo, al difunto Roque… ya todos se adelantaron en el camino. Ellos son los pioneros de nuestra música huasteca”.

Respecto de sus versos, considero que vale la pena transcribir la especie de “Presentación” o “Prólogo” que los preceden: “Esto que escribo es para que quede como un recuerdo de lo que hice y que hago como músico del Trío Camalote, de Pánuco, Veracruz, mientras Dios me dé vida. En esta libreta encontrarán versos sueltos, algunos corridos y canciones y trovos”. No voy a agregar nada a lo que ya se ha dicho de la calidad de la versería de don Artemio, sólo referiré que hay versos de amor, políticos –generalmente apologéticos, no de crítica social–, fúnebres, a sus compañeros músicos, a la mujer, a la Huasteca, a novios, a quinceañera, a Emiliano Zapata, a María de Lourdes, a Lola Beltrán, a la Virgen de Guadalupe y a huapangos. Me voy a permitir transcribir unos cuantos, a modo de botones de muestra.

Versos sueltos

Soy huasteco al cien por ciento
nací en la Huasteca mía,
doy gracias con mi instrumento,
a nuestra Virgen María
y a Dios que me dio el talento
para hacer mi versería.

Verso de amor

Tu amor puedo comparar
que me anima y desanima,
como las olas del mar
que miro que se me arrima
y que se vuelve a retirar.

Los mejores huapangueros

Los mejores huapangueros
que su fama sobresale
siempre han sido los primeros
no ha habido quien los iguale,
Camalotes y Camperos,
Armonía y Tamazunchale.

[De los citados por don Artemio, actualmente sólo sigue en pie de guerra el trío de Los Camperos de Valles; Camalote, Armonía Huasteca y Tamazunchale han quedado acéfalos.]

Versos sueltos a la Huasteca

Toda la Huasteca mía
tú que trovando me oíste,
cuando se me llegue el día
¡Ay, Huasteca,! estarás triste
al faltar mi versería.

Me está llamando San Pedro
ya tengo cerquita el viaje,
hay noches que no las duermo,
soy una ave sin plumaje,
soy un árbol en invierno
que ya no tiene follaje.

Yo que divertí cantando
a mi Huasteca querida,
del cielo estoy reclamando
un homenaje es en vida
ya muerto sale sobrando.

A modo de colofón, transcribo unos versos dolorosamente proféticos y muy actuales de don Artemio Villeda, que están en la contraportada del libro, el cual, por cierto, se imprimió en San Luis Potosí en diciembre de 2001 y tuvo una tirada de 750 ejemplares.

Hay cosas que al parecer
parecen ser y no siendo
cómo puede suceder
cosas que aunque se estén viendo
apenas se pueden creer.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Portada de un valioso documento de un gran huapanguero: Artemio Villeda Marín.
Cortesía: CONACULTA.

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