Gabriel Zaid ha hecho de la honestidad intelectual, el diálogo abierto y la crítica clara sus mayores divisas

devenir de dichos ámbitos, como los lazos entre las élites gubernamentales y las casas de educación superior. Conaculta rinde homenaje a este escritor, poeta, ensayista, investigador, pensador e intelectual mexicano en el 77 aniversario de su natalicio, que se cumple este 24 de enero.

“Se necesita mucha autonomía personal para creer de veras en la República de las Letras como un poder distinto y aparte para tomar en serio una vida invisible que depende de una ecología tan frágil: la de un espejo que refleja o parece reflejar la totalidad del mundo y, sin embargo, es poca cosa en el mundo”.  Así describió Gabriel Zaid la frágil labor de los intelectuales en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, titulado “Imprenta y vida pública. Homenaje a Daniel Cosío Villegas”, en 1984.

Y agregó en ese discurso: “Platón decía que los hombres sin preparación académica viven tan sumergidos en el mundo, que están de espaldas al mundo de las ideas. Nosotros, por el contrario, vivimos tan sumergidos en el espejo del mundo, que nos encandila, que nos cuesta trabajo situarnos en el mundo. Oscilamos entre exaltar la vida en el espejo como una vida superior y despreciarla como irreal”.

Esta exposición de  ideas de Gabriel Zaid (Monterrey, Nuevo León, 24 de enero de 1934) refleja el pensamiento del escritor, quien ha ejercido una crítica clara y honesta.

Fernando García Ramírez, editor de Letras Libres, se refiere al intelectual así: “Gabriel Zaid es un conversador excepcional, un provocador vigoroso, un animador de tertulias virtuales y de libros y de revistas reales, un polemista contundente, crítico sin ambages y poeta concentrado y memorable; Zaid es un admirable hacedor literario y un conversador sin tacha, animado por un sentido trascendente que lo impele a actuar rectamente en el presente, que lo obliga a desfacer entuertos intelectuales y a echar luz sobre la caótica oscuridad reinante”.

Gabriel Zaid estudió en el Instituto Tecnológico de Monterrey y obtuvo el título de ingeniero mecánico administrador en 1955. Fue consultor independiente durante varios años. Amante de la lectura, trabó amistad con el poeta Octavio Paz. Fue y formó parte del Consejo de la revista Vuelta de 1976 a 1992. También es colaborador habitual de la revista Letras Libres, en su columna “Convivio” y diversos ensayos.

Su escritura poética ha sido constante, en la que destacan los libros: Fábula de Narciso y Ariadna (Monterrey, 1958); Campo nudista (Joaquín Mortiz, 1969); Práctica mortal (Fondo de Cultura Económica, Letras Mexicanas, 1973); Cuestionario (FCE, 1976); Sonetos y canciones (El Tucán de Virginia, 1992) y Reloj de sol (1952-1992) (El Colegio Nacional, 1995- Conaculta, Práctica Mortal, 1998).

También se ha interesado en abordar el desgaste del aparato burocrático del PRI, el modelo económico mexicano, la distribución editorial, o la necesidad de replantear las prioridades de la vida. La principal cualidad de su prosa es que abarca todos estos temas sin arrebato alguno, eligiendo cuidadosamente las palabras para designar las cosas, y siempre fundamentando sus argumentos antes de emitir algún juicio. Ha sido colaborador en numerosos diarios y revistas, y algunos de sus escritos han sido traducidos al inglés, francés y portugués.

Entre sus obras ensayísticas podemos mencionar Los demasiados libros (Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1972); Cómo leer en bicicleta (Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1975); El progreso improductivo (Siglo XXI Editores, 1979); La feria del progreso (Taurus, Madrid, 1982);  La economía presidencial (Vuelta, 1987); De los libros al poder (Grijalbo, 1988); La nueva economía presidencial (Grijalbo, 1994) y Adiós al PRI (Océano, 1995).

También ha dedicado libros a estudiar la poesía, y antologado la obra de sus pares: Ómnibus de poesía mexicana (Siglo XXI Editores, 1971); La poesía en la práctica (SEP, FCE,1985); Leer poesía (Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1972); Sobre poesía (El Colegio Nacional, 1993); Tres poetas católicos (Océano, 1997); Asamblea de poetas jóvenes de México (Siglo XXI, 1980) y  Antología poética de Manuel Ponce (FCE, Letras Mexicanas, 2008).

En su larga trayectoria ha recibido innumerables premios, tales como el Xavier Villaurrutia en 1972 por su ensayo Leer poesía. Es miembro de El Colegio Nacional desde 1984. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua de 1986 a 2002.

“Gabriel Zaid es autor de poemas, ensayos de crítica —literaria, cultural, económica, política—, además de ser reconocido como editor de José Carlos Becerra, Carlos Pellicer, Manuel Ponce y Gabilondo Soler, y como autor de dos antologías, una de ellas memorable: Ómnibus de poesía mexicana. Su obra tiene muchos registros, por ello la dificultad de antologarlo”, asentó García Ramírez, en Letras Libres (2005).

Zaid y los libros

Gabriel Zaid ha mantenido una relación de amor-odio con los libros y, más concretamente con las prácticas de la Industria editorial, a la que conoce como nadie. A este tema ha dedicado varios libros, tales como Los demasiados libros (1972) y El costo de leer y otros ensayos (selección y prólogo de Juan Domingo Argüelles, Conaculta, 2004), en el que aborda desde diversas ópticas la práctica perversa de editar libros que no se leen o que se acumulan en los estantes de una biblioteca.

En su artículo “Organizados para no leer”, publicado en Letras Libres (mayo, 2002), después de aclarar que “la esencia de la vida literaria está en leer”, Zaid hace un recuento de las estrategias para pasar por culto sin abrir un libro, es decir sin leer:

“Paradójicamente, las actividades que pueden prosperar sin necesidad de leer han llegado a ser vistas como la vida literaria”, tales como “conocer nombres de autores y de libros” a través de cápsulas, enciclopedias o solapas de libros, etcétera. También funciona “conocer libros por la encuadernación, la tipografía, las ilustraciones”; estas prácticas pueden  “funcionar como lectura previa, en muchos casos más que suficiente”.

Otra estrategia es  “conocer autores por la encuadernación social. Estar al día de chismes literarios, artísticos, culturales, con todas sus ramificaciones sociales, sexuales, conflictivas, de fama, de poder, de fortuna” y añade “lo importante de tratar a los autores es tratarlos, no leerlos”.

También arremete contra las presentaciones de libros, firmas de autógrafos y demás actos sociales, dar premios, distinciones; además de la perniciosa práctica de publicar secciones de cultura en los diarios y revistas “que en el primer momento pareció un avance, y lo es: para todo lo organizado en función de no leer”. Y se pregunta: ¿dónde acontece la vida literaria sino en la página leída? (…) Es más rápido entrevistar a un escritor que leer sus libros.

Otra estrategia para no leer, a decir de Zaid, es estudiar Letras, como lo comprobó el profesor Huberto Batis, “el gusto, la malicia, la pasión de leer, son loables, pero no hacen falta para acumular puntos curriculares”; otra, dedicarse a la edición de libros: “Para que la máquina siga andando, tiene que organizarse en función de que leer es bonito, y muy recomendable, pero no necesario”. Y concluye: “Creamos, inocentemente, que si el mundo del libro no se reduce a la circulación de celulosa, es porque nunca faltan lectores de verdad”.

Los demasiados…

Zaid ha sido muy aplaudido, por su ensayo Los demasiados libros, donde estadísticamente demuestra que un lector tendría que leer cuatro mil libros al día, para seguirle el paso a la industria editorial.

Documenta, además, la invención de “los libros que no son para leer. Libros que se pueden tener a la vista impunemente, sin sentimientos de culpa: diccionarios, enciclopedias, atlas, libros de arte, de cocina, de consulta, bibliográficos, antológicos, obras completas. Libros que la gente discreta prefiere para hacer regalos: porque son caros, lo cual demuestra aprecio…”

Pero hay más: ¿qué hacer físicamente con el libro? “Una pésima solución consiste en conservarlos, hasta formar una biblioteca de miles de volúmenes, diciendo: en realidad, no tengo tiempo de leerlos, lo hago para dejarles una herencia a mis hijos. Excusa cada vez más débil, hoy que las ciencias adelantan que es una barbaridad. Casi todos los libros se vuelven obsoletos desde el momento en que se escriben, si no antes”.

Finalmente se lanza también contra lo que llama el “Imperativo Categórico de Leer y Ser Culto” y, ante el tsunami de libros por  venir, concluye: “¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales”.
JLB

Fuente: (CONACULTA)

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