Reabre el “Museo Regional Michoacano” para recordar la importancia que tuvo Michoacán en la gesta de Independencia

museo y la actualización de los contenidos museográficos que desde los años 60 no habían sido cambiados, de acuerdo con las más recientes investigaciones históricas.

El proyecto formó parte de un programa de rehabilitación de la red de museos de la actual administración, que en 2010 dio prioridad a la atención de inmuebles históricos de la Ruta de la Independencia.

La renovación integral del edificio contempló la actualización de los sistemas eléctrico e hidráulico, remodelación de sanitarios, implementación de iluminación moderna y nuevo cableado para las cámaras de seguridad; los trabajos de restauración arquitectónica principales se enfocaron a la atención de problemas de humedad que estaban dañando la estructura de la edificación que alberga al museo, una casa de arquitectura vallisoletana del siglo XVIII, con una fachada de cantera labrada.

En lo que toca a la actualización de contenidos y espacios museográficos que no se realizaba desde los años sesenta, Cora Falero, subdirectora de Investigación de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH, explicó que la nueva curaduría hace un homenaje a las Culturas de Occidente, entre las cuales está la tarasca; es así que las dos primeras salas, ubicadas en la plata baja, se ocupan de temas mesoamericanos de la región.

En tanto que el recorrido completo se presenta en nueve salas, en las que se da cuenta de la historia de Michoacán –desde la época prehispánica, haciendo énfasis en el desarrollo del Imperio Tarasco dentro del contexto de las Culturas de Occidente–, hasta 1521, con la consumación de la Independencia.

La visita comienza con una panorámica de la región geográfica que ocuparon las culturas de Occidente. Uno de los hilos conductores en las dos primeras secciones es el tratamiento que los tarascos le daban a la muerte, un tema que se encuentra en todo el recorrido y del que dan cuenta numerosos vestigios arqueológicos significativos de los enterramientos, entre éstos se destina un espacio para reproducir una tumba del sitio arqueológico El Opeño, consideradas de las más antiguas de Mesoamérica.

En la planta alta el recorrido continúa con la historia del encuentro del pueblo purépecha con los españoles; se explica la exploración y conquista del territorio, el encuentro con el Cazonzi, la llegada de Nuño de Guzmán, el significado de la conquista para este pueblo, el sometimiento lingüístico; se describe cómo se va dando la ocupación de las poblaciones y cómo se van formando villas y pueblos hasta integrar ciudades.

En un apartado especial se aborda la vida y obra de Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, cuyo trabajo está considerado un parteaguas de la evangelización; se detalla también la fundación del Colegio de San Nicolás y se describe el ambiente religioso del obispado.

Hay una sección dedicada a los códices, donde se abordan de manera particular aquellos que fueron producidos en la región; ninguna de las obras a las que se hace referencia es prehispánica, todas son coloniales, pero cuentan la historia del antiguo reino purépecha a través de la pictografía.

Este espacio da cuenta de legados del siglo XVI como La Relación de Michoacán y la Matrícula de Tributos: Códice de Huetamo; así como de obras de finales del siglo XVII y primera mitad del XVIII: entre estos el Códice de Tzintzuntzan (pinturas incluidas en la Crónica de Pablo Beaumont), de los cuales se exhiben copias fieles de excelente calidad.

La cultura de Tierra Caliente —de donde era oriundo José María Morelos y Pavón— también se destaca en un espacio que da cuenta de las características geográficas, la producción económica, y se habla de los pueblos indios, haciendas y ranchos que ahí existieron.

La subdirectora de Investigación detalló que en otra de las salas se presenta la historia de la evangelización en Michoacán, a donde llegaron franciscanos, agustinos y jesuitas; para luego continuar en otra sección con la fundación de Valladolid; la curaduría hace un recorrido por el siglo XVIII para describir la vida cotidiana y el ambiente social que predominaba en 1809, cuando tuvo lugar en esta ciudad la primera conspiración de la Nueva España.

El público podrá apreciar una ambientación de la conspiración de Valladolid y los retratos de quienes participaron en ella: los hermanos Nicolás y Mariano Michelena y Manuel de la Torre Llorente. El recorrido finaliza con la Consumación de la Independencia y la entrada de Agustín de Iturbide a la Ciudad de México.

Cora Falero informó que son alrededor de 230 piezas en exhibición, entre las que destacó un chac mol y la colección de cerámica de Chupícuaro, en lo que respecta a las salas de Mesoamérica. En lo referente a las piezas históricas mencionó el escritorio donde se firmó la Constitución de Apatzingán y una colección de retratos de personajes locales que resaltaron en la historia, como Vasco de Quiroga y Agustín de Iturbide.

Destacó de manera especial la obra Traslado de las monjas catarinas a su nuevo convento, óleo anónimo del siglo XVIII que ha sido estudiado por muchos historiadores por la descripción que hace de la ciudad; esta obra se exhibe junto con una carta donde Diego Rivera expresa su asombro por la pintura.

Se exhibe una bandera del ejército trigarante, réplica de una original que está en el acervo del Museo Regional Michoacano pero que por razones de conservación no se puede mostrar al público.

Se pueden apreciar también diversas láminas de códices como La Relación de Michoacán y los lienzos de Aranza y de Pátzcuaro, se trata de réplicas de excelente calidad realizadas sobre los originales; hay muchos mapas que dan cuenta del cambio de la región luego de la avanzada española y la evangelización, así como apoyos gráficos que sitúan cronológica y geográficamente cada momento. La colección también se compone de indumentaria, mobiliario y objetos de uso cotidiano.

Además de la restauración arquitectónica, recibieron tratamientos de conservación los murales que se encuentran en el edificio histórico y se les colocaron cedularios: Hombres y máquinas (1934), de Grace Greenwood; La Inquisición (1935), de Philip Guston y Reuben Kadish (1913-1992); Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1954), de Federico Cantú, Los defensores de la integridad nacional (1951) y Los pueblos del mundo contra la guerra atómica (1951), de Alfredo Zalce.

Fuente: (INAH)

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