Librito revela la grandiosidad de un genio musical mexicano: Silvestre Revueltas

difunden los aspectos negativos de la narcocultura, que ha logrado desplazarse de sus focos “naturales” hasta el resto del país. Como antaño, en que el mexicano era caricaturizado –y estigmatizado– como el indio sombrerudo recargado en un cactus, cobijado por un sarape y de huaraches; huevón. Señores, señoras, amigos, México es más grande que esos aspectos viles y ha sido y es cuna de artistas de genio. Entre éstos, Silvestre Revueltas Sánchez ocupa un sitio de honor.

En realidad, habría que hacer una serie completa sobre “Los Revueltas”, esa familia de artistas mexicanos que hasta hoy sigue dando frutos. Claro, no sólo Fermín, José, Silvestre, Rosaura, por mencionar a los más conspicuos integrantes, sino también a Eugenia, Román, Olivia, Julio… Mas no está en mis manos realizarla, por eso, sólo incluiré varios capítulos dedicados a Silvestre –tal vez el más grande compositor mexicano de la historia, ni más ni menos–, propiciados por algunos libros que tengo. Quizás, no lo sé aún, pudiera dedicar otra serie a José, un verdadero pilar de la literatura mexicana del siglo XX, especialmente en la narrativa y el ensayo filosófico.

El librito que da pauta para esta serie revueltiana es “Cartas íntimas y escritos de Silvestre Revueltas” (SEP, México, 1966), incluido en la emblemática colección “Cuadernos de Lectura Popular”, dentro de la serie “La honda del espíritu”, según la portada, o “El hombre en la Historia”, de acuerdo con una página interior. Se acota en la portada: “Introducción de José Revueltas”. Este cuadernillo tiene varios puntos discordantes, como la serie a la que pertenece, o el título mismo, ya que al iniciar la lectura vemos que parece ser un error, puesto que la portadilla dice: “Apuntes para una semblanza de Silvestre Revueltas”, por José Revueltas, quien los dedicó a su hijo Román –músico, violinista y compositor (como su legendario tío), también columnista y novelista–. Dado que José Revueltas, se acota en el “Colofón”, fungía como coordinador de la Subsecretaría de Asuntos Culturales de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y, se infiere, cuidó la edición, difícilmente podría pensarse que fue una errata, más bien, creo, fue un asunto así planeado.

Los apuntes de José ocupan la mayor parte de las páginas del libro y son entrañables, reveladores, ya que son de primera mano, están escritos por alguien que sabía utilizar adecuadamente la pluma o la máquina de escribir y, al parecer, sumaba la experiencia y la sabiduría de los años, puesto que Silvestre murió en 1940 (había nacido en Santiago Papasquiaro, Durango, en 1899) y podemos pensar que cuando José evoca a su hermano mayor ya habían pasado varios años de la muerte de éste. Por cierto, en este año de conmemoraciones se cumplieron setenta sin la presencia de ese genio, cuya música –¿quién lo duda ahora–? sonará por siempre, incluso más allende las fronteras de su patria. Decía que leer ese testimonio (surge la pregunta: ¿está incluido en algún volumen de los veintitantos que son las “Obras Completas” de José Revueltas publicadas por Era?) resulta aleccionador porque ofrece luz y recuerdos acerca del formidable compositor de “Ventanas”. Esto adquiere más validez si el lector ya tiene “nociones” o conocimiento previos del gran Silvestre; si no, resultan igual de aleccionadoras e impelen a saber más de ese genio.

En esas notas, José recuerda a su hermano y admite tener una visión o idea parcial de éste, lo cual no es tan extraño, ya que había entre ellos una diferencia de edad de quince años. ¡Lo “conoce” un día en que Silvestre dirigía una obra de Stravinski en un foro de Bellas Artes! Es decir, José descubre al enorme artista que era su hermano, mejor aún: reconoce que es un artista verdadero y que precisamente por eso Silvestre sólo podía ser Silvestre, su hermano, cuando creaba música, cuando la dirigía, como en esa ocasión. A partir de ese recuerdo, José comparte con el lector lo que para él era su hermano. “Veo a Silvestre como ese ser humano prodigioso que era, como ese hombre director, personal, viviente, amigo, camarada, hermano, que tocábamos, que sentíamos, infantil, tierno, lleno de júbilo, enardecido por la alegría de vivir, sin conceder sombras a la vida, sin creer en esas sombras, transparente como un niño, con una candidez interior tan inmaculada como si casi no concibiera la existencia de la maldad”.

Un retrato tan entrañable como cierto, pues, más adelante, nos enteraremos que Silvestre sufría por el mundo, por la desigualdad, la injusticia, la pobreza, la caída de la España republicana… Más que artista, se sentía impotente por no poder erradicar aquéllas, a ese tamaño padecía más el mundo que el arte. También debemos mencionar que Silvestre Revueltas siempre fue un hombre revolucionario, que creía en el socialismo, en la posibilidad de vivir en iguales condiciones sociales. Sí, bebía, y lo asume José. Es paradójico, pero es lo menos: los más grandes artistas de este país han sido quienes más han creído en abatir la desigualdad, la pobreza, la ignorancia: Orozco, Rivera, Kahlo, Siqueiros, Tamayo, los Revueltas… Y muchos pugnaron por ello. Se soslaya su vida en aras de descontextualizar su obra.

Además de ese retrato, José nos brinda otro, éste más físico, realista, al recordar cómo una ocasión no dejaban de mirarlos en el tranvía, sobre todo por la figura estrafalaria de Silvestre. Finalmente, la expectación se evapora cuando alguien exclama: “¿Qué tanto miran? Ha de ser plomero”. Esto divierte mucho al compositor de “Cuauhnáhuac”, quien riendo dice a su hermano menor: “¿No es espléndido? ¿A quién se le ocurriría que yo pudiera ser un pinchurriento músico?”. Sin duda, éste es el mejor retrato de la sencillez y bonhomía de Silvestre Revueltas hecho por él mismo. Sí, como lo decía su madre, doña Romana Sánchez, Silvestre Revueltas, era un “ciclón”. También, lamentable y tristemente, José nos narra los últimos momentos de la vida del creador, agobiado por la pobreza.

El escrito de José Revueltas, en efecto, sirve de introducción a los de Silvestre, que inician con un esbozo de autobiografía, en el que confiesa su amor por la música al grado de quedarse ¡bizco! escuchando a una orquestita de pueblo cuando sólo tenía tres años de edad. Asimismo, en la sierra de Durango nace su amor por los pinos, las montañas, el horizonte… ¡la naturaleza! Sin duda, esas breves páginas arrojan datos reveladores del genio posterior. Luego viene una serie de cartas en las que se traslucen la sensibilidad y la soledad lacerante que acompañaban al compositor, sobre todo cuando estudiaba en Estados Unidos, donde sufrió un ataque que le produjo una herida en el rostro.

Después sigue el texto más largo incluido escrito por Silvestre Revueltas relacionado con la crítica. A más de setenta años de haberlo escrito, aparte de polémico, sigue vigente en muchas de sus partes. Lo mismo se puede decir del que escribió sobre el maestro Francisco Contreras. No deja de llamar la atención la nota que escribe sobre Jacobo Kostakowski, quien sigue prácticamente inédito y desconocido. ¡Cuánta razón tenía el músico! ¡Cuánta desdicha acompañó en vida a este genio! ¡Cuánta cerrazón y olvido han ocultado la magnitud de este coloso mexicano! ¡Cuánta falta hacen hombres de su estatura moral y artística! Sin embargo, en justa venganza, conforme pasan los años, su obra crece en desmesura y riqueza, precisamente como la de los grandes compositores universales que lo precedieron, quienes, como él, estaban predestinados a la gloria, aquella que no fenece con los falsos profetas, sino la más auténtica y pura, la que se incrementa con el paso de los años y se consolida por el aprecio de propios y extraños.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Portada de un librito esencial e iluminador sobre un genio musical mexicano: Silvestre Revueltas.
Cortesía: SEP.

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