Ándele joven, anímese, tómese la foto, estudio itinerante del fotógrafo Mariano Aparicio

permite en el interior de una pequeña carpa instalada en la Glorieta de Insurgentes, en esta ciudad.

Se trata del Estudio Fotográfico Itinerante “Rostros de México 2010”, proyecto del fotógrafo Mariano Aparicio, que forma parte de las actividades para conmemorar el Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario del comienzo de la Revolución Mexicana.

Este proyecto, realizado con el apoyo del gobierno federal, a través del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), tiene el objetivo de captar la personalidad de cada individuo a través de retratarlos en pequeños estudios que se instalan en plazas públicas de todo el país.

Carlos Montemayor escribió que “mirar es un milagro porque es la revelación de lo otro y del otro”. Este portento es palpable cuando Mariano Aparicio toma su cámara y en unos cuantos segundos decide el ángulo y la posición con la que captará la personalidad de su retratado. La mirada busca el milagro de las otras miradas.

Desde que instala su estudio fotográfico, dotado únicamente de un equipo de iluminación y una tela negra que le sirve como fondo para todos sus retratos, los peatones comienzan a rondar con curiosidad la carpa.

Los asistentes del fotógrafo colocan unas lonas impresas en las que se invita a la gente a participar en “Rostros de México 2010” y para animarlos algunos ejemplos de las fotografías que Aparicio ya ha hecho en otras plazas públicas del país.

A las 14 horas con 35 minutos del jueves 4 de noviembre, Mariano Aparicio ejecuta los primeros disparos fotográficos en la Glorieta de Insurgentes, los dirige a María, una contadora que trabaja en la zona de la Colonia Roma.

Tres descargas son suficientes: la primera suele ser la buena, pero se protege con una segunda, y la tercera sirve para llevar el registro con los datos del retratado.

Javier, un joven en situación de calle que se hace llamar El Mago Evón, es el número 11 en la fila. Como todos, llenó su registro donde se le solicitó su nombre, fecha de nacimiento, ocupación y su firma para ceder los derechos de la imagen que le tomarán. Mientras espera su turno alardea de sus habilidades como mago y reta a que los demás elijan una carta de la baraja que carga y él la adivinará.

Sin embargo, El Mago Evón, el mejor del mundo, según se autopromueve, se pone nervioso ante la cámara de Mariano Aparicio, no sabe qué hacer con sus naipes, no está seguro de qué posición adoptar, ni hacia dónde mirar.

Es entonces cuando el fotógrafo muestra la gran experiencia que le ha dejado el fotografiar a miles de personas de 16 estados de la República y le pide que abra las cartas en forma de abanico y las muestre. Así el Mago recupera su confianza y le regala una sonrisa.

Después pasan el fisicoculturista que desea presumir sus músculos y por eso se quita la playera, el anciano que desea exaltar el uso de su bastón como si fuera una espada y la pequeña niña que muestra orgullosa su bolso de Princesas.

Así como la chica que desea salir muy sensual y accede a bajar un poco los tirantes de su sostén para dejar al desnudo sus hombros, el señor que desea mostrar el libro que está leyendo y el joven que se muestra como un orgulloso lector de las contraportadas de “El Gráfico”.

El ritmo del fotógrafo es impresionante. Tan sólo en la primera hora lleva 100 personas retratadas y la fila casi siempre tiene unas cinco esperando.

Los asistentes hacen su labor de convencimiento e invitan a la gente a participar, explican cuál es la mecánica del proyecto y finalmente les piden que llenen el registro con sus datos, el pase para ser inmortalizados por la lente de Mariano Aparicio.

El fotógrafo, originario de Torreón, Coahuila, sólo hace pausas para revisar la pila de su cámara, la iluminación del escenario y para darle una mordida al sándwich o la manzana que le han llevado.

No habla mucho con los participantes, no hay tiempo, sólo sugiere una posición cuando nota que la persona está indecisa o cuando cree que le puede sacar mayor provecho a la imagen.

De esta forma, el retratista lanza sus redes y procura incidir en los aspectos que considera sugerentes.

Los retratados se dejan seducir al tiempo que buscan conquistar al lente, ofrecer un poco o un mucho de lo que los conforma, de su identidad. Con sus miradas, sus atuendos y sus objetos que portan, ofrecerán pistas para que quien mire el retrato sepa quiénes son.

Fuente: (CONACULTA)

 

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