Diagnóstico por gaveta

baratija, la detallamos cuidadosamente, le hacemos evaluaciones y por último ¿qué es lo que hacemos con ella? ¡Sí señor, eso mismo: la guardamos en la gaveta!

Muchas veces me he preguntado que por qué hacemos eso. ¿Qué es lo que nos motiva a guardar tanto chéchere? ¿Será que subconscientemente estamos almacenando para alguna eventualidad? La realidad es que, picados por el zancudo de la curiosidad, todos queremos poseer cosas; cosas grandes, pequeñas, valiosas o insignificantes, pero cosas, muchas cosas. La posesión de objetos en general nos brinda un sentimiento de logro, de triunfo, de victoria y se convierte en una adicción tan intensa que simplemente no podemos existir sin ellos: ¡somos cachivacheros natos y consumados!

Pero ahí no para la cosa. No solamente queremos guardar todo en gavetas o cajones, sino que tienen que ser gavetas particulares y no las de cualquier mueble. Un ejemplo clásico, es “la gaveta de las cositas” en la cocina. Sin excepción alguna y hasta la fecha, cada cocina tiene una gaveta —o talvez más de una— que está repleta de artículos tales como cupones de descuento, esponjas, guantes, lápices, velitas a medio quemar del último cumple de Chuli, papelitos con algún número o receta, cuerdas de diferentes longitudes, bandas de caucho, cintas de color, pedazos de alambre, llaves que no abren nada, cucharitas de metal con algún escudo extranjero pegado al mango, tenedores de plástico, sobrecitos de azúcar tan vieja que ya casi se convierte en sal y cosas por el estilo.

Digo esto, porque en mi casa —y precisamente en la cocina— tengo tres de las dichosas gavetas, repletas de todo lo imaginable, producto de la larga presencia humana y asentamiento antropológico en la zona. Aparte de eso, hay otras habitaciones en cuyos muebles algunas de las gavetas también sufren de una sobredosis de chucherías, fruslerías, bagatelas y tales.

En la sala, hay una vitrina modular en la que uno de los muebles que la compone tiene cajones angostos. Si los abres, no verás absolutamente nada, porque los contenidos están tan bién empacados y embutidos dentro de ellos, que forman una superficie perfectamente lisa a ras de gaveta: ¡no cabe ni una hoja de papel tamaño carta! Se asemeja a lo que debió de haber sido el revestimiento plano y escondido de alguna tumba del Valle de los Reyes en el Egipto antiguo. ¡Definitivamente el sitio apropiado para practicar la arqueología! ¿Dónde está Howard Carter ahora que tánto lo necesito aquí en mi casa?

Lo trágico de todo esto, es que con toda sinceridad, no tengo ni la menor idea de lo que contienen las reverendas gavetas, pero lo peor es que no me interesa en absoluto excavar sus contenidos. Si mi vida dependiera en forzosamente tener que enumerarlos de memoria, entonces quedaría muerto en menos que canta un gallo.

Obviamente, ninguna observación de este tema sería completa sin mencionar el garage. El garage es el recinto sagrado —en particular de nosotros los hombres que tendemos a ser como las ardillas o las mismas urracas— dentro del cual acopiamos absolutamente todo lo que no quepa dentro de las gavetas o cajones en la casa. A veces lo atiborramos de tanta cosa que las cajas llegan hasta las vigas o el cielorraso, y para colmo de males, el mismo coche para el que fue destinado, no cabe. Es una verdadera bodega que contiene todo lo que jamás vamos a usar o necesitar y aunque lo necesitáramos, jamás lo habremos de encontrar. Francamente, es toda una obsesión que colinda con los límites de la locura.

¡Uy, mira las horas que son! y yo aquí feliz y dichoso comulgándome contigo de tanta bobada. Discúlpame pero estoy súper atrasado para mi cita con el psiquiatra.{jcomments on}

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