Diego Rivera, un fanático de “El Renacimiento”, apeló al lenguaje religioso para difundir universalmente la historia de México

México universalmente, haciendo énfasis en el movimiento revolucionario y, sobre todo, en el zapatismo

De esta manera, con sus decenas de murales plasmados en diversos recintos nacionales y extranjeros, el pintor guanajuatense decidió entretejer la historia nacional con los mitos del origen y el léxico pictórico religioso para dirigirse a los pueblos cristianos y explicar el alcance de la Revolución, señaló el especialista del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), al participar en el Seminario Permanente de Iconografía que se realiza mensualmente en el Museo de El Carmen.

En este foro, organizado por el INAH, al hacer un análisis de la obra de Rivera, el también director del Museo Nacional de Historia indicó que con la utilización del lenguaje religioso el artista no trató de reflejar una visión católica del mundo, sino la visión del cristianismo como fundamento mítico de la civilización occidental.

“Rivera fue un fanático del renacimiento, mitógrafo laico de la mexicanidad, mitómano a voluntad, católico que gustó del disfraz de hereje y apóstata, rosacruz y comunista militante, infatigable del panegírico nacionalista y artista comprometido con el arte”, puntualizó Salvador Rueda.

En este sentido, el historiador citó los frescos pintados en 1926 en la Antigua Escuela Nacional de Agricultura, hoy Universidad Autónoma de Chapingo, Alianza obrero campesina y La sangre de los mártires revolucionarios fertilizando la tierra, en los que Diego Rivera marca dichos aspectos de estética e ideología.

Este último —dijo— es una adaptación que hace Diego Rivera del Episodio I de la secuencia mural La Invención de la Santa Cruz, que a finales del siglo XIV hizo el pintor renacentista Agnolo Gaddi en la iglesia Santa Croce, en Florencia, Italia.

“Este mural fue inspirado en el pasaje La muerte de Adán, que hace referencia al momento en que lo están velando, y su hijo siembra sobre el estómago y corazón del difunto una semilla del Árbol de la Vida. En analogía, Rivera retrata a Emiliano Zapata, sobre el cual crece una próspera milpa, refiriéndose al Caudillo del Sur como el nuevo Adán”.

Así mismo, en la pintura El abrazo y campesinos, que Rivera plasmó en una pared del patio de la Secretaría de Educación Pública (SEP), muestra la misma composición pictórica y el mismo significado que la obra La Entrada a Jerusalén del artista renacentista Giotto di Bondone, hecho en el siglo XIV, en la Capilla de los Scrovegni, en Padua, Italia, para hacer referencia que con la lucha y sufrimiento de los obreros y campesinos tendríamos un país mejor y más libre.

Al dictar la conferencia Perspectivas sobre el paisaje zapatista, Rueda Smithers mencionó que, no obstante que el pintor se encontraba en el extranjero durante los años de desarrollo del movimiento armado, Rivera comenzó a hacer propaganda a favor de la Revolución Mexicana, a través de sus pinturas. “En 1915, desde París, Diego interrogaba al mundo, atestiguaba los efectos de la guerra con el mismo ímpetu con el que buscaba los léxicos plásticos para expresar su idea de realidad y civilización”.

Rivera sabía que la Revolución era más que violencia y que en todas partes se proponían soluciones o se debatían posturas, surgían leyes que procuraban bienestares más amplios que los ejercidos por el Porfirismo, señaló.

“Él trataba de abreviar en las vanguardias geométricas del cubismo, el temperamento mexicano y su ejemplo más logrado, según confesó entonces, fue el óleo Paisaje zapatista. El Guerrillero”.

Describió que un rifle, un sarape de colores y  un sombrero gris de ala ancha y copa enorme, ocupan el centro de la composición, elementos que para la época eran símbolos de libertad establecidos por los zapatistas, comentó el historiador del INAH.

Diez años después de la realización de dicha obra en Francia, Rivera comenzó a retratar diversos aspectos y personajes de la Revolución, pero inspirados en pasajes del génesis bíblico, y que plasmó en los murales de Palacio Nacional, así como en el edificio de la SEP y en lo que hoy es la Universidad Autónoma de Chapingo.

Así, “Diego Rivera fue uno de los principales promotores de la memoria iconográfica zapatista, luego de que concluyó el movimiento armado, ya que a lo largo de su carrera plástica realizó diversas pinturas de este caudillo y su movimiento armado”, destacó Salvador Rueda, al señalar que a pesar de esta producción pictórica, no se sabe con exactitud si Rivera apoyó directamente a la Revolución y en especial al zapatismo.

“Él decía que sí y que por eso estuvo a punto de ser fusilado, además cuenta algunas anécdotas sobre cómo se relacionó con los zapatistas. Sin embargo, no estoy tan seguro de que en realidad lo haya hecho, porque a él le gustaba exagerar un poco las cosas.

“Fundamentalmente, Diego Rivera proyectó la imagen del zapatismo como movimiento agrarista y la de Emiliano Zapata como el héroe telúrico, pero hasta después de que la Revolución Mexicana se había consumado”, concluyó el historiador Rueda Smithers.

El Seminario Permanente de Iconografía se realiza el segundo martes de cada mes, de 10:00 a 14:00 horas en el Museo de El Carmen, ubicado en Avenida Revolución N° 4 y 6 esquina Monasterio, colonia San Ángel.

Este foro académico terminará sus sesiones en noviembre. Las próximas conferencias serán el 10 de agosto, con las ponencias Las hermanas Narváez en la Revolución Mexicana y Centenario de la Universidad Nacional de México, a cargo de la historiadora Elizabeth Jaime, y la maestra en Lengua y Literatura, Celia Haupt, respectivamente.

Fuente:  (INAH)

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