Alí Chumacero, el mago de las letras mexicanas

tres libros de poesía.

Editor y corrector estricto y habilidoso, oficio al que consagró más de medio siglo, Chumacero poseyó un gran sentido del humor que le permitía tomar distancia de su propia obra. Ha dado a la luz pública: Páramo de sueños (UNAM, 1944), Imágenes desterradas (Editorial Stylo, 1948) y Palabras en reposo (FCE, Letras Mexicanas, 1956). Aunque escribió después, dice, “todo lo he guardado o quemado”, por lo que, con su característico sentido del humor, ha aclarado que los lectores flojos podrían ufanarse de que leyeron “las obras completas de Chumacero”.

El poeta y ensayista Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, consideró a Chumacero como “mago y maestro de los poetas modernos de México”. El también poeta, José Emilio Pacheco ha destacado que su producción es una “obra maestra impredecible e irrepetible que por sí sola explica el posterior silencio de Chumacero…”.

El Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, José Emilio Pacheco, ha expresado que los tres libros que reúnen la obra poética de Chumacero son como “estrellas solitarias que brillan con luz propia en el cielo de la poesía de nuestro idioma”, o bien “islas rodeadas de silencio por todas partes…. Silencio y soledad son el marco propicio para que resuene la elocuencia sin énfasis de sus poemas y se quebranten las tinieblas con una luz que no enceguece, sino ilumina”.

Por su parte, el poeta defendió su derecho al silencio: “No publico porque ya publiqué lo que tenía que publicar. Todo lo que he escrito quedará por ahí, no en el anonimato, pero sí en la oscuridad. Quiero que se entienda que el grueso de mi obra está hecho, queda ahí”, precisó el poeta nayarita en ocasión del Homenaje Nacional por sus 90 años de vida.

“Se ha dicho que la poesía de Alí Chumacero es concentrada, habitada por la liturgia, el erotismo y la profanación; que a veces raya en el hermetismo con la dureza y el brillo de un diamante explosivo engendrado en la relectura”, escribió Mónica Mansour para la presentación de Alí Chumacero, Poesía reunida (Conaculta, Lecturas Mexicanas, tercera serie, 1991).

Mansour aclara que el paisaje de su poesía es la desolación, la imperfección del amor, el tiempo —“Tú que nombraste el ser / de todo ser adviertes la agonía”— y la memoria. Y dentro de este panorama es significativo que nos diga “Más crueles que el amor, el tiempo y el olvido”.

“Escribí siempre de noche. Redactaba el poema, corregía, lo pasaba en limpio, lo volvía a corregir. Puedo mostrar que un poema mío tiene hasta sesenta o setenta versiones corregidas. ¿Cómo los terminaba? Un poema no da más hasta que, leído en voz alta, el poeta cree que no le falta ni un punto ni una coma. No era raro que me tardara hasta un año en cerrar un poema”, le confió en entrevista al escritor Marco Antonio Campos, publicada en la revista web Letralia. Tierra de letras.

En otra parte de la conversación, abundó: “El defecto de mi poesía es que no es plástica: es sugerente, impresionista. Es una copia de trasfondos: hay algo detrás y detrás… Mi concepción estética, si pudiera llamarla así, sería la de la rosa que cae (‘A una rosa inmersa’): escribir cosas que dicen otras cosas que dicen otras cosas… Eso obedece a una manera de percibir en poesía como lo hacía en la música Claude Debussy… Yo he buscado una poesía que diga algo, que no sólo emita la emoción, el gusto por la vida y por la muerte, sino que tenga un sentido”.

Apunte biográfico

De niño Alí Chumacero fue enviado a Guadalajara para complementar sus estudios de primaria, y permanece en esa ciudad hasta concluir la preparatoria. Después viaja a la ciudad de México en junio de 1937, y se instala con sus hermanos en una vecindad de las calles de Costa Rica, muy cerca del barrio de Tepito. Poco después ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y junto con sus paisanos José Luis Martínez y Jorge González Durán, a quienes se suma Leopoldo Zea, fundan Tierra Nueva, revista de la que fue codirector hasta 1942. Posteriormente, publicó reseñas en Letras de México y El Hijo Pródigo (1943-1946).

En 1949 participó en la fundación de México en la Cultura, suplemento de Novedades dirigido por Fernando Benítez hasta 1961. Becario de El Colegio de México y del Centro Mexicano de Escritores, ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua (1964) y le fueron concedidos los premios literarios Xavier Villaurrutia (1984), Alfonso Reyes (1986) y Nacional de Ciencias y Artes en el campo de Lingüística y Literatura (1987). En 1996, se le entregó la Medalla Belisario Domínguez por parte del Senado Mexicano.

La edición, la crítica

Después de trabajar en el Fondo de Cultura Económica (FCE) por 58 años, Chumacero es sin duda el corrector, redactor, tipógrafo y editor por cuyas manos han pasado algunas de las obras más importantes de México, pertenecientes a autores como Octavio Paz, Alfonso Reyes, Juan José Arreola, Agustín Yáñez, Carlos Fuentes y Juan Rulfo.

“No soy un intelectual, yo trabajo como un albañil, viendo papeles y anotando. No acarreo ladrillos, pero tomo la pluma para hacer trabajo menor. Nunca dejaré de ser un obrero del libro”, declaró a Reforma en 2008.

También en ocasión del Homenaje Nacional por sus 90 años, señaló: “Me han dicho el ‘pastor de la palabra’. Soy un hombre que se ha dedicado a los libros, a los que se va a dedicar hasta el último momento. Y cuantas veces se me ha pedido o insinuado que cambie de profesión, siempre he esbozado una sonrisa: no cambio de profesión ni a la hora de la muerte, quizá de país pero no de profesión”.

Además Chumacero ejerció la crítica literaria —que ha dicho fue su primera vocación en las letras— por muchos años en diversos suplementos y revistas literarias. Gran parte de esta labor se halla en la colección de ensayos Los momentos críticos (FCE, 1987), que reúne 30 años de reflexión apasionada y rigurosa, compilados por el investigador Miguel Ángel Flores.

“Cuando empecé a escribir creí, a pesar haber publicado ya algunos poemas, que mi destino en las letras sería la crítica literaria. Escribí crítica, con suma constancia, de 1940 a 1970: en Tierra Nueva, en otras revistas y en los suplementos culturales de El Nacional, Novedades y El Universal”, le dijo en entrevista a Marco Antonio Campos n los años cuarenta, Octavio G. Barreda, a quien Chumacero conoció en Letras de México, lo invita a formar parte de un nuevo proyecto literario: El Hijo Pródigo, que buscaba reunir a los escritores dispersos de otras publicaciones ya desaparecidas como Contemporáneos, Taller, Tierra Nueva y los que había traído el exilio español a tierra mexicana.

“El Hijo Pródigo ha sido probablemente la mejor revista literaria mexicana. Preocupada más por la calidad que por mantener una posición ideológica, cumplió debidamente sus propósitos. La única salvedad propiamente dicha fue que no admitió en sus páginas a escritores extranjeros que hubieran participado al lado de los ejércitos fascistas. Salieron 42 números y todos tuvieron un valor estético similar. Barreda supo aglutinar a escritores de diversas corrientes y tendencias. Era hombre culto y generoso. A nadie debo tanto en mi formación literaria como a él”, narró a Campos (letralia.com).

Poeta del amor

Muchas han sido las influencias reconocidas por Chumacero para elaborar su obra poética. Se habla de la “deuda” con la lírica de Xavier Villaurrutia y también de su cercanía a la obra de José Gorostiza, aunque de los autores de Contemporáneos sólo trabó amistad con Gilberto Owen.

Como lector compulsivo, Chumacero se acercó a muchas y variadas literaturas, fue lector de la Generación del 27, de Rafael Alberti y Federico García Lorca, esencialmente, también de Luis Cernuda y los clásicos españoles. También tiene una marcada influencia de Amado Nervo, Neruda, Vicente Huidobro, César Vallejo y autores en otras lenguas como Paul Valéry, Rainer Maria Rilke y T. S. Eliot. Otra de sus lecturas favoritas siempre ha sido la Biblia, aunque se declara ateo.

Al respecto comentó: “Yo me he formado mucho en las páginas de la Biblia, en particular en las del Antiguo Testamento. O más concretamente, todos los libros del Antiguo y momentos del Nuevo. Ha sido esencial como afición de lectura y como oficio de escritura. He aprovechado —me he fusilado— muchas frases de la Biblia, y las he disfrazado de tal manera, que parecen y aparecen en mis poemas como mías. Esas frases reflejan mucho de lo que pienso de la estancia del hombre en la tierra y del destino del hombre, de la significación del mundo, del paso del tiempo y del más allá. Temas no de lo diario sino de lo imperecedero”.

Sobre la labor del poeta, ha declarado: “He cultivado la poesía muy parcamente, sólo he publicado tres obras en las que he dejado la tristeza y la melancolía. Considero que fue suficiente para dar a conocer mi personalidad”.

Y agregó: “La idea que he cultivado en mi poesía es el amor. Recuerdo que cuando era niño hice un poema en el que ya hablaba de esto. Con el tiempo y tras el estudio de la filosofía me he ido complicando. No hago una poesía alegre, que cante; más bien soy pesimista, por eso nunca seré un poeta popular”.

Y efectivamente, su primer poema reconocido y publicado fue Poema de amorosa raíz, del cual refiere con asombrosa precisión haberlo escrito un 15 de abril de 1938, en la Biblioteca Nacional, tiempo después apareció publicado en el primer número de Tierra Nueva.

Y aunque el autor se reconozca, un poco como “poeta del amor”, su obra va más allá de lo epidérmico y se compenetra con las preguntas esenciales de la naturaleza humana: el sentido de la vida, la soledad del hombre y la muerte. “Yo busco siempre el fundamento de las cosas —reconoció en una entrevista—, el cual no es alegre. Hago una poesía reflexiva, buscando siempre lo hondo, lo perecedero, porque, a final de cuentas, qué es lo eterno. Dicen que Dios es eterno, pero es sólo una idea.”

Para Chumacero el secreto de su voz poética está en la palabra porque ésta —le dijo a la periodista Susana Garduño del Club de Lectores— “es, sigue y seguirá siendo siempre la que sobrecoge, la que lleva en sí el temblor de la emoción. La emoción del escritor es la misma que todos sentimos… Un amor, un odio, la ira, la belleza, en fin, todas las pasiones e ilusiones, están dentro del alma de todos; pero tenemos siempre la antena del escritor que sabe recoger aquello y transformarlo en palabra. La palabra es lo que diferencia al escritor del que no lo es”.

Maestro sin aula, el “hombre de la carcajada”, como lo llama su amigo el crítico Emmanuel Carballo, ha dado cátedra desde su reflexión literaria en revistas y suplementos;  también en el cuidado de la obra de otros autores y, además, en la amistad y en charla frente a una copa de vino.

“He gozado de la vida —reveló durante la celebración de sus 90 años—, ha sido muy celebrada mi forma de ver las cosas; he procurado no pelear con nadie, le he dado por su lado hasta a mis hijos; he sido un hombre que, sin buscar el aplauso, ha vivido espléndidamente; porque, señoras y señores, es bien sabido que he sido un hombre pobre, pero tacaño”.

Se ha reído de su avanzada edad (“voy a vivir 500 años”) y se daba el lujo de bromear con la muerte porque “es un accidente pequeño porque es rápido. Ya ejecutada, es largo, parece que no tiene vuelta. Lo importante es la vida y por lo que hay que luchar es por no ser feliz. Son felices los tontos. Una persona no tiene porque ser feliz, tiene que luchar, ver el mundo. La felicidad es la muerte. Hay que estar siempre contra la felicidad”, declaró a Reforma.

“Quiero que a la hora de la hora, cuando me vaya con la música a otra parte, me recuerden como un hombre venido de un pueblecito pequeño que se llama Acaponeta, de un estado pequeño que se llama Nayarit, buscando un sitio propio”, dijo el poeta durante el Homenaje Nacional de 2008.

Su Poesía completa fue publicada en 1980 por Premiá Editora. Poesía reunida se publicó en 1993, donde aparecen nuevos poemas. Manantial de sombra, (Aldus, 1998). En el Fondo de Cultura Económica se pueden encontrar Poesía. Alí Chumacero (2008), la reedición de Palabras en reposo (2007) y Los momentos críticos (1996), entre otros. El libro Pastor de la palabra, Alí Chumacero, publicado por Alfaguara en 2004, reproduce su iconografía.
JLB    

Fuente: (CONACULTA)

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