El Cristo de de pasta de caña del Ex-Convento de San Diego Churubusco se exhibe ya restaurado

Museo Nacional de las Intervenciones (MNI), después de su restauración que implicó un año de intensos trabajos.

Luego de permanecer fuera de la vista del público por tres décadas, a partir de este 30 de abril el también llamado Cristo de Churubusco regresa a formar parte de los acervos de exhibición permanente que pueden admirarse en este museo del Instituto Nacional de Antropología e  Historia (INAH-Conaculta). Se trata de una de las cuatro o cinco piezas en su tipo que aún se conservan en México.

El rescate de la pieza, que se realizó bajo la supervisión y normatividad del INAH, forma parte de un proyecto para recuperar las obras conventuales que integran el acervo del ex convento. Durante una emotiva ceremonia realizada anoche, en la que el MNI abrió de manera oficial la exhibición permanente de la pieza, Enriqueta Cabrera, directora del recinto resaltó que este cristo refleja de manera excepcional el sincretismo de las culturas española e indígena, ya que combina la estética prehispánica con la simbología católica.

“En su factura es notoria la mano del artesano indígena y el trabajo de los religiosos para determinar la precisión de su anatomía: los músculos de los brazos, piernas y abdomen; en tanto que los ojos abiertos, reflejan la muerte.

Durante la ceremonia, el historiador del INAH, Raymundo Alva refirió a los presentes que en México sólo se deben conservar unos cuatro o cinco cristos más del siglo XVI y con las características de esta talla: una representación indígena tanto por el color de la piel como por el manejo de la estructura corporal.

“En otros podemos ver mas la mano del conquistador por el color más blanco de la piel y la expresión española del rostro como la barba morisca. En tanto que en España actualmente deben existir 10, algunos elaborados allá y otros llevados de la Nueva España”.

Por su parte, el restaurador Juan Pineda Santillán, responsable de la labor de conservación, informó que la talla novohispana tiene una altura que sobrepasa los dos metros y un peso cercano a los siete kilos; fue elaborada en el siglo XVI con la técnica mixta de pasta de caña, característica de la época, preparada con una masa de caña de maíz en polvo, fragmentos secos del corazón de dicho tallo y papel amate.

Señaló que posiblemente el rostro fue modelado a partir de una mascarilla original con capas de papel amate, porque los rasgos faciales son muy precisos.

El especialista destacó que durante el proceso de restauración, en el interior de crucifijo se localizaron tres pequeños fragmentos de códices coloniales, seguramente utilizados como material de relleno para la elaboración de la escultura, ya que no presentan información precisa, sino elementos aislados, mismos que fueron sometidos a un proceso de conservación y ahora forman parte del archivo documental del Museo Nacional de las Intervenciones.

Un aspecto que da más valor al Cristo de Churubusco es que a lo largo de su historia llegó a formar parte importante de las actividades culturales desarrolladas en esta parte de la Ciudad de México: fue tema de películas, pinturas, fotografías y timbres postales, así como figura importante en el imaginario colectivo de la comunidad. Por ejemplo, durante la época de las escuelas de arte al aire libre, diversos dibujantes lo tomaron como modelo para sus obras.

El restaurador explicó que la pieza presentaba un deterioro en 30 por ciento de su policromía,  y pérdida de elementos escultóricos, como en el caso de la mano izquierda y las puntas de los dedos del pie derecho.

Las problemáticas se debían al paso del tiempo ya que se trata de una pieza que ha acompañado al ex convento durante toda su historia, desde que fue sede de los religiosos dieguinos, luego hospital de enfermos contagiosos, cuartel militar, escuela, y escenario de la Guerra de Intervención Norteamérica de 1847; por lo que las diferentes ocupaciones pudieron haber influido en su estado de conservación, refirió Pineda.

Otro agente dañino para la pieza fue el ataque de termitas, que ocasionaron los faltantes de policromía, porque este insecto come la pulpa de la caña, además de haber afectado también la parte de atrás de la cabellera, que se perdió en el área que cubría espalda y hombros.

El tratamiento que recibió la escultura consistió en consolidar fisuras, reposición de faltantes, reintegración de la pintura que la decora, así como la recuperación de la patina (tono dorado con aspecto de haber sido modificado por el tiempo).

El restaurador explicó que la reposición de los faltantes se hizo con madera balsa y revestimiento de papel japonés, el tallado lo realizó él mismo a partir de una fotografía de la pieza original, imagen que le ayudó a darse una idea de la proporción de los dedos y de la escala de la mano original para interpretarla.

En el caso de la policromía, se reintegró el color; previamente la escultura se rellenó con una pasta preparada a base de un carbonato de calcio y cola de conejo —materiales usados en la época colonial—, para reponer los faltantes en huecos; posteriormente se integró el color y finalmente se recuperó la patina.

Pineda Santillán comentó que el mayor reto fue precisamente recuperar la patina que se había perdido en el transcurso del tiempo; explicó que para igualar la tonalidad se tomó como modelo la parte de la espalda que no había sufrido alteraciones cromáticas.

Para la exhibición de la pieza Pineda recomendó una serie de medidas para su adecuada conservación, como el constante monitoreo, limpieza para evitar la acumulación de polvo con un utensilio especial, evitar la humedad y restringir que el público lo toque, así como prohibir el uso de flash para la toma de fotografías.

Fuente: (INAH)

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