Una artesana zacatecana: Bricia Favela Astraín y su vida entre flores de fibra de maguey (2ª parte)

bondad, tan propio de la artesana, y su voz sigue deshojando sus recuerdos, con breves saltos y titubeos en la evocación de los hechos.

Muy chica me hice cargo de mi casa

Yo me acuerdo de los pasodobles, de la Plaza de Toros, no me perdía un día de los toros porque yo nomás [es]taba come y come y echándole un ojo a mi papá, que era el que les ponía el piquete a los toros. No, no me acuerdo de los músicos de la banda, era una banda en vivo, pero qué bonito tocaban… Ya le digo, cuando me enseñé a hacer las flores, pues ya me encargué yo… porque mi mamá… la casa que tenía mi papá… Mi mamá era tan consciente, tan justa, ella les dio a mis hermanos lo que a ellos les pertenecía; y las chivas, las vaquitas, todo lo que teníamos lo vendió, ya cuando murió mi papá, para comprar una casa, que es donde me quedó nomás a mí, éramos dueños mi hermano más chico y yo, y a los otros les repartió una tierrita, todo lo que era de mi papá, en esa casa vivo todavía.

Ya crecí y me hice cargo de mi persona, de calzarme, de darle a mi mamá con qué ayudarla para comer, para todo eso, ¿verdad? Mire, en aquellos años, cuando vivía mi papá, como le digo, vivíamos en un rancho… Oiga, le hago muy larga toda esta plática, ¿verdad? Bueno, cuando vivíamos en el último rancho donde vivimos, que se llamaba El Molino de la Luz, en sus tiempos fue… ya estaba abandonado cuando vivimos ahí, pero mi papá, él trabajó con esa gente desde los trece años, él decía que le nombraban entonces que el caballerango porque era el que movía a los patrones en una tartana de las antiguas, era el carro de lujo, decía él, tartana le decimos nosotros, pero se llamaba coche. Él era el que movía y ayudaba a trabajar, tenía mi papá trece años, como estaba chico, por decir, cuando juntan…

Un sabroso borreguito asado

Eran dueños de mucho terreno, tenían mucho ganado, tenían caballos, vacas, yeguas, todo. Ya cuando nos fuimos a vivir ahí, como lo conocían desde chico los hijos del patrón, entonces lo invitaron a vivir ahí con sus animales, libremente, a gusto. Le prestaron parcelas, agostadero, ahí tenía a los animales de mis demás hermanos, de mis cuñaos, ahí los tenía él porque tenía agostadero, por decir. También ahí vivíamos nomás dos familias, una de Juan Aldama y otra de Miguel Auza, y los dos, mi papá y el otro señor, que se llamaba Marcial Vázquez, se encargaban de abrir y cerrar las compuertas, porque había una presa grandísima, que de ahí es un río que se llama Río de Santiago, vivimos felices, señor, felices.

Mi papá, como siempre tenía animales, en las tardes, una tarde, cuando ya venía mi hermano con las chivas, se ponía a matar un borreguito o un chivito, y, mire, bien bonito, ponía, por decirle, una telera de leña, así, alta, a prender, mientras él estaba matando el borreguito, y le ponía allí unos tenamastes [las piedras del fogón], que les nombra uno, y tenía él como una parrilla, que él mismo hizo, de alambres, de la base de donde viene enredado el alambre de púas, él mismo la hizo, una como parrilla, pos ya cuando estaba, mientras mataba el borreguito, se prendía leña, pero ya estaban los tenamastes ahí y ya ponía la parrilla, y tenía un palo de mezquite, largo, con una horquetita en la orilla, cuando ya mataba, echaba un costillar, ¿sí sabe lo que es el costillar, no?, bueno, ya partido el animal, le abría el fogón, las brasas, y echaba el costillar, y con aquello lo estaba volteando, pero qué sabroso, qué bueno, no le ponía nada, ni sal, acabado de sacar del fuego, así nomás, así nos lo comíamos.

Queso de vaca o de chiva y tasajos en el zarzo (“refrigerador de antaño”)

Y mi mamá hacía quesos, hacía asaderos, hacía requesón, porque teníamos leche de chiva y de vaca. A mi papá le gustaba el queso, así, así, ahí mismo en aquellos alambres, con el puro calor, ya no se umaba (sic), ya nada, porque era el puro calor de las brasas, no era rescoldo, eran brasas vivas, este… ponía un queso a dorar, ya lo doraban, lo ponía mi mamá en un plato, sacaba mi papá su navaja y lo hacía rebanadas, mmm, felices… Mi mamá molía en el metate, molía y torteaba, no, a estas horas [aproximadamente es el mediodía] ya había terminado mi madre de tortear, torteaba muy temprano para todo el día, pero ahí molía. Ya nomás éramos cuatro personas, los otros hermanos ya se habían casado y vivían en Juan Aldama, nomás éramos mi mamá y mi papá, mi hermano y yo, los más chicos, pero ya le digo, así pasó, comíamos de maravilla…

Ah, otra cosa, no nos acabábamos el borreguito rápido, pues éramos pocos. Mi papá le sacaba todo lo que era carne y la hacía tasajos, pero la ponía este… la ensalaba, decía mi mamá, a ensalar los mentados tasajos, con sal y chile rojo, y ya los ponía a secar, y luego, de refrigerador, les platico yo, era un zarzo, era, por decir [doña Bricia ilustra con movimientos de sus manos lo que me cuenta], hacían un cuadro así de quiotes del campo, y ya luego le ponían acá un cabresto, así, y otro aquí y otro acá, y otro aquí, y de aquí era uno y lo colgaban de las vigas, y ahí guardaban todo para que no estuviera ratoneado ni nada de eso, colgando, allí. Ya le digo, a veces, ay, cómo me acuerdo de aquellos tasajos, ya la carne seca, oreada, no, ya no hay de esos… Y le digo porque tengo amigas mucho más jóvenes que yo y están mucho más arruinadas que yo, más acabadas, yo digo que porque ahí comíamos puro bueno, puro recién hecho, puro nuevo, no con química, puro sano, puro natural…

El orgullo de Juan Aldama, Zacatecas

¿Seguimos o…? Porque no acabaría. Ah, bueno, en las mañanas, mi papá o don Marcial, se turnaban, ora vas tú, mañana voy yo, a darle vuelta a la presa, porque arriba tenía una compuerta, la cual tenían que abrirla arriba, pero tenían que verle el nivel del agua, tenía marcas la presa, para si tenía más agua de la que debía, abrían las compuertas, todas, eran cuatro, ya sabían cuánto tiempo dejarlas abiertas, lo tenían calculado. Entonces la compuerta más grande era de un metro cúbico que le salía de agua, y todas las mañanas, tiene un andador allá mero arriba la presa, íbamos por el andador que tiene allá arriba, y aquí abajo estaban los árboles [en su mente vuelve a ver el paisaje de su infancia y me lo traza en el aire, dando brincos por aquél], y aquí ya era el río, y daban hasta arriba, hasta emparejo de allá, altísimos los árboles, estaba la presa hecha de piedra, las compuertas todas, por decir…

Me gustaba nadar, aquí abajo, nomás había una compuerta arriba, de engrane, y estas otras también eran de engrane, pero estaban acá abajo, y aquí era el río, por decir, ahí estaba la presa, pero, le digo, todavía me acuerdo del fresco que me daba en la cara, temprano, al ir por allá por el andador, ay, qué bonito, ha cambiado mucho de dueños ese rancho y pues ahora ya ni dejan entrar. Otra cosa: ya se han ahogado varias personas, ¡muchachos!, que van de día de campo. Yo sabía nadar, pero no me metía a la presa, está muy honda, creo que al altor de esa iglesia [me señala la iglesia de san Agustín, enfrente del IDEAZ], y me decía mi papá que pabajo le habían cavado más, estaba muy honda… Le decía que sentía el fresco tan bonito, pero cambió de dueños. Yo aprendí a nadar en Juan Aldama cuando era niña, hay ahí un ojo de agua que es el orgullo que tenemos, un como balneario, pero es natural, precioso, el agua es templada, no es caliente, pero muy bonito ojo de agua, porque tiene muchos veneros, ahorita lo andan remodelando, lo andan construyendo, pero ahí aprendí yo a nadar, de niña, solita, jugando con mis sobrinas que eran más grandes que yo, con ellas, y con una de mis cuñadas y mi hermano, mi hermano se llamaba Alfonso, de los que nos llevaban a nadar, y mi hermano más chico se llamaba Ángel. De todos mis hermanos, nomás quedo yo, murieron todos, ay, pero, mire, nos quisimos tanto… Ay, le hago tantas pláticas que lo voy a aburrir…

Continuará…

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Un ramo de las flores de fibra de maguey, de las que elabora doña Bricia Favela.
Azteca 21/Gregorio Martínez M.

 

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