
100 centenarios, exponentes de la “memoria viva” de México, reciben homenaje en libro conmemorativo
grandes personajes, no de los políticos, no de las instituciones, sino de las personas que habitan la historia y que la hacen”, explicó el alcalde de la capital mexicana, Marcelo Ebrard, en el acto celebrado en la sede del ayuntamiento al que asistieron unos 70 de los ancianos.
El coordinador de la comisión del Bicentenario en la capital mexicana, Enrique Márquez, recordó que cuando la mayor de todos ellos, Juana Negrete, vino al mundo en 1887 “los caudillos y generalotes de la Revolución estaban todavía muy verdes y lejos de imaginar su destino”.
Márquez recordó que Juana, con 122 años, y todos los demás enfrentaron con gran determinación “el hambre, la incertidumbre, las balaceras y las traiciones” de hace un siglo.
En el homenaje dos actores leyeron algunos testimonios contenidos en el libro “100 Centenarios de la Ciudad de México”, relacionados con la infancia, la familia, los años de la Revolución (1910-1921), los trabajos que desempeñaron durante todo un siglo y un último apartado que resume cómo llegar a cien años.
Entre los testimonios Beatriz Vázquez Moreno, nacida en 1905 en el estado de Guanajuato, cuenta cómo en los tiempos de la lucha el líder revolucionario Venustiano Carranza llegaba con su dinero, unos “cartones” que terminaban pronto en la basura.
“Y luego pasaba (Pancho) Villa, que también llevaba su dinero, y también se acababa aquello”, asegura en su testimonio.
En otro, Cleofás de la Cruz, de 103 años, contó que antaño al maíz se le llamaba “centli”, al frijol, “etl”, al ejote, “exótl”, y a las habas, “ahuaxtl”, los términos nahuas hoy en desuso.
Antonio Torres Quiroga, de 100 años, resumió en una frase la filosofía que le ayudó a completar un siglo vivo: “Aunque se tenga dinero se necesita que tenga uno quién lo quiera, quién lo vea, vamos, que necesita uno saberse estimado, que no lo rechazan, que no le fingen cariño”.
La escritora Guadalupe Loaeza, una de las oradoras, confesó que la afirmación de las contenidas en la obra que más le había conmovido fue la de Salvador Sosa Espinosa, de 105 años, natural de Tacícuaro, en el estado de Michoacán.
“Se va acabando la carne, se va acabando la vida. Todo se acaba en la vida menos lo pendejo (imbécil)”, afirmó el centenario.
Fuente: (Agencias)