Margo Glantz, diva genial de las letras mexicanas, recibió la “Medalla de Oro de Bellas Artes”

vestido azul eléctrico y luciendo sus nuevos zapatos de Ferragamo, color vino y de tacón bajo. “Sólo alcancé a dar unos cuantos pasos y que resbalo, pero caí bonito”.

Todavía me dice que los zapatos son un regalo de su amiga Estela Ruiz Milán, quien estuvo ahorrando para comprárselos porque una escritora no puede ir sin unos Ferragamo a recibir la Medalla de Oro de Bellas Artes, menos una que ha construido su mito calzando  “zapatos de diseñador”.

Homenaje en toda la extensión de la palabra. Amigos y familiares, escritores y admiradores, funcionarios y compañeros de la docencia, que en este caso son todos “como de la familia”. Llega Joaquín Díez-Canedo, director general del Fondo de Cultura Económica,  casa que está publicando la Obra reunida de Glantz (ya van en el segundo de cuatro tomos). También los escritores y poetas Margit Frenk, Elena Poniatowska, Miriam Moscona, Hernán Lara Zavala, José Gordon, Philipe Ollé-Laprune, David Martín del Campo, el pintor Brian Nissen y un largo etcétera.

En el camerino le comento a Margo Glantz que su afición por los zapatos debe venir de los recuerdos de la zapatería que tuvo su padre, se llamaba La Nueva, en el pueblo de Tacuba y contesta rápida: “¡Claro que sí!, si allí me la pasaba jugando; estaba en la calzada México-Tacuba 517. Su eslogan era: Zapatos del Centro a precios de Tacuba”.

Homenaje en todo lo alto, con la académica Sara Poot, que vino de Los Angeles, como moderadora y video de introducción de la vida y hazañas de Glantz, literata, erudita, erotónoma, doctorada por universidad francesa, “curiosa insaciable y viajera frecuente”… En el video se destacan su don de gente y sus 50 años como docente, sobre todo en la Universidad Nacional, pero también de innumerables universidades extranjeras. También brilló como funcionaria en la Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas de la SEP, en la Dirección de Literatura de Bellas Artes y como fundadora y primera directora de Punto de Partida de la Universidad Nacional Autónoma de México, “la revista de los jóvenes universitarios”. El currículum, así en frío, apabulla.

Después, vinieron los testimonios —de no más de dos minutos— de sus más entrañables amigos y compañeros, algunos como su psicoanalista y vecina en Coyoacán Beatriz Aguado; o Manuel Ramos con quien gusta charlar de la vida de las monjas en los conventos y comparte su amor por los perros; o el escritor Mario Bellatin, quien invita a Glantz a publicar su “tan anunciado libro de viajes”, del cual la autora de Las genealogías ha dado algunos atisbos en su colaboración en el diario La Jornada.

También llegan otros cercanos del heterogéneo mundo de amistades de Glantz; la académica española María José Rodilla, con quien ha compartido congresos de literatura en muchas ciudades del mundo, y también escapadas de shopping por Nueva York o los barrios de Madrid; además de Max y Janet Shein, junto con los que Glantz pujó en una subasta de antigüedades en la campiña inglesa…

Biografía fragmentada de una autora que gusta de segmentar la compleja realidad para entenderla —mirarla— mejor; obra hecha de retazos que funde y experimenta con sus vastos conocimientos literarios con sus filias y fobias más terrenas. El cuerpo, los viajes, la muerte, los ancestros, la tradición heredada y las costumbres de las personas que nos rodean; el amor, los hijos y sobre todo los viajes. Un erotismo hecho de piel y de cabello, de excrecencias y aromas… También de mujeres heroicas y de mujeres que, casi siempre, han sido maltratadas, como Sor Juana Inés de la Cruz; La Malinche, que también fue fundadora, “piedra de toque y árbol de la vida”, definió Elena Poniatowska a una de las tantas elegidas cercanas a la autora de Zona de derrumbre.

Y así se suceden por más de una hora los testimonios, fruto de la admiración y la amistad —la mejor de las colecciones de Margo Glantz; desde la también escritora Margit Frenk, que le lleva cuatro años y medio a la homenajeada y, en chanza, se dice más “madura y experimentada que tú”; Philipe Ollé Laprune, Luz del Amo, la poeta Miriam Moscona y la gastrónoma Cristina Barros, Diego Rabasa, editor de Sexto Piso y Fernando Serrano Migallón, secretario técnico de Conaculta, entre otros.

Al final, Sergio Ramírez Cárdenas, subdirector de Bellas Artes, entregó la medalla de la institución a Margo Glantz, quien agradeció al Conaculta, a Bellas Artes y sus colegas, compañeros y amigos el homenaje “y los que siguen”, dijo coqueta.

A la autora de El rastro, ya se le hacía tarde para bajar del podio y mezclarse entre la multitud en el coctel en la terraza, como cualquier hija de vecino. Dijo que, el martes próximo, emprende otro viaje, su tercera visita a la India, esta vez invitada a la Feria de Libro de Calcuta, donde México es el país invitado de honor, y cuya delegación es coordinada por Conaculta.

Como dijo Miriam Moscona en su intervención, a riesgo de parecer excesiva, Margo Glantz puede ser —tomando adjetivos de otros autores: locuaz, autocrítica, trabajadora, erudita, diva, majadera, fresca, buena lectora, imprudente, loca, audaz, chiflada, cálida, amiguera, directa, atea, judía, pesimista, culposa, locuaz, protagónica y genial… sobre todo es una escritora y, el mejor homenaje que se le puede hacer, es leerla.

Entre sus libros destacan: Las mil y una calorías (1978); Doscientas ballenas azules y cuatro caballos… (1981); Las genealogías (1997); Apariciones (2002) e Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador (2006).
JBM    
Fuente: (CONACULTA)

 

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