La ópera y la música clásica se proyectan en la red y en pantallas gigantes colocadas en la calle

pantallas gigantes colocadas en la calle. Si bien es cierto que la experiencia de un concierto o una ópera en vivo es inigualable, las nuevas tecnologías han logrado acercar este arte, tantas veces catalogado de elitista, a una gran mayoría.

Las razones para hacerlo son obvias: la música clásica debe sofocar un grave problema, la crisis de público. Es preciso una renovación. Es esta necesidad la que ha generado nuevas fórmulas, no siempre bien entendidas.

Peter Gelb, intendente del Metropolitan Opera House, se ha convertido en uno de los principales abanderados de esta causa y desde hace varias temporadas emite señal a numerosas salas de cine y teatros como el Diana de Guadalajara, además de retransmitir alguna de las funciones en pantalla grande en lugares tan populares como Times Square, en Nueva York.

Esta iniciativa ha sido emulada por otros grandes templos de la música, como la Scala de Milán, en Italia, y el Teatro Real y el Liceo, en España. La idea es salir de los muros que durante siglos han encerrado este espectáculo para lograr cultivar y seducir a un público que más adelante decida traspasarlos sin prejucios.

También en la web los teatros han encontrado un gran filón de público. En España se ha creado para ello la iniciativa Ópera-Oberta, a la que están suscritas universidades y teatros, y que retransmite ópera en tiempo real. Internet es también la vía elegida por algunas orquestas centenarias, como la Filarmónica de Berlín, para captar a un nuevo público a precios muy razonables.

La eclosión de las nuevas tecnologías en esta década ha coincidido y acelerado la grave crisis que afecta a las grandes casas discográficas, también a las de música clásica, que han visto como muchos artistas se han independizado creando sus propios sellos o comprometiéndose con otros más pequeños, que se han lanzado a su vez a grabar otros repertorios menos trillados. En el capítulo de grabaciones también se han producido iniciativas que permiten al aficionado obtener en apenas unos minutos la descarga en su iPod de la grabación del concierto que acaba de presenciar. Lidera esta opción la Sinfónica WDR de Colonia.

A pesar de esta revolución, lo que no ha cambiado es la necesidad de generar mitos, figuras a las que seguir y adorar. El peruano Juan Diego Flórez es quien se lleva la palma en este capítulo. Considerado el rey del “bel canto” y el mejor intérprete rossiano de la actualidad, la admiración que ha cosechado Flórez en los últimos año ha trascendido ya los límites de lo humano. No hace mucho lograba dos hitos históricos: realizar sendos bises del aria de los nueve Do, A mes amis, de La hija del regimiento de Donizetti, en la Scala y en el Met.

El otro fenómeno de la década lleva nombre de mujer, Cecilia Bartoli, que se hace merecedora de este calificativo no sólo por sus cualidades canoras, sobresalientes, sino por su sabiduría a la hora de envolverlas con una magnífica campaña de “marketing” capaz de convertir sus grabaciones -basadas en un arduo trabajo de recuperación- en éxito de ventas, la última, su disco dedicado a los castrati.

Fuente: (CONACULTA)

 

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