“La ira del filósofo”, de Eduardo Parra Ramírez, un retrato literario sobre la descomposición humana

inevitable descomposición humana.

Se trata de Teo Mondragón, personaje que surgió de la mente del escritor Eduardo Parra Ramírez (Ciudad de México, 1970), quien plantea situaciones trascendentales para la humanidad a través de un personaje colérico que vive en constante guerra con quien se le pone enfrente.

Es la primera novela escrita por el también cuentista, poeta y ensayista, cuya originalidad y calidad le valieron ser reconocido con el Premio Juan Rulfo para Primera Novela, distinción que se suma a otra de gran prestigio que recibió en el pasado: el Premio Ignacio Manuel Altamirano de Poesía.

Durante las 173 páginas que integran dicho volumen (editado por la Dirección General de Publicaciones del Conaculta), el autor mantiene la misma intensidad en cada una de las vivencias y recuerdos de este hombre que trata de sobrevivir en un mundo que, ante a sus ojos, pareciera no tener salvación  por la degradación en la que han caído hombres y mujeres.

Más que recurrir al tradicional formato de capítulos, Parra recrea paisajes claves en la historia de su protagonista. Dichos apartados describen situaciones tanto de su presente como de su pasado que van transitando constantemente dentro de la misma lectura, generando interesantes viajes de ida y vuelta al universo de Teo Mondragón.

El autor muestra a un hombre peculiar, y no sólo en su pensamiento, sino en su apariencia. Un personaje que está convencido que la humanidad no tiene remedio, que la imbecilidad de la mayoría está avasallando la fragilidad de lo que vale la pena. Un individuo que se ve a sí mismo de la siguiente manera:

“Me paso el tiempo fustigando a los tarados, a los débiles y a las lacras sin remedio. Y pago las consecuencias. Vivo incomunicado, en guardia permanente, en un estado de irritación que no cesa y acusado de racismo, misoginia, clasismo y pedantería, penado por la ley del hielo…Soy intolerante. Asqueado, miro a la gente desde mi atalaya. Y todo aquello…no es ser esnob: es ser desdichado. Yo elegí ser eso y lo sufro, pero no lo deploro…En todo caso, te puedo aconsejar una cosa…si puedes evitar ser como yo, un amargado, evítalo”.

Este es uno de los tantos pensamientos que el personaje principal de La ira del filósofo comparte con el lector a través de las líneas escritas por Parra, quien de manera oportuna hace uso de las voces de la primera y tercera persona para darle un tono justo a su narración.

Gradualmente, la historia de Teo Mondragón va tomando fuerza, siendo cada anécdota trascendental para comprender su postura frente a la vida: cuando tiene que lidiar con su entorno, cuando es contratado en el centro escolar para impartir clases, enfrentado a la apatía de los jóvenes ante el estudio, ante una posición en la que se niega a seguir las reglas del colegio por considerarlas ridículas, cuando se enfrenta a la corrupción juvenil, cuando se siente atrapado por la ira, cuando confirma la degradación de la humanidad.

Entre los momentos más importantes de la novela destacan aquellos en los que el protagonista busca confrontarse con su pasado, visitando aquella antigua escuela donde impartió sus clases de filosofía. Un espacio al que regresa justamente para olvidar, porque como él mismo lo dice en la historia, “para olvidar una cosa que vive en una zona muy profunda de uno mismo hay que sacarla a la superficie, desafiarla…provocar a la memoria para recordar cosas que ya no deseo recordar”.

Al ser una novela que transita del pasado al presente, permite que los lectores experimenten una aventura literaria sui géneris, ya que lo mismo conocerán las primeras aventuras que el protagonista tuvo durante su desempeño como profesor de filosofía en una preparatoria, hasta las tremendas revelaciones que hace tras ver unos videos proporcionados por algunos de sus alumnos que marcaron su destino.
GJB     México / Distrito Federal

Fuente: (CONACULTA)

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