Javier Garciadiego ofrece rica radiografía de “El Escritor de México”, Alfonso Reyes

Garciadiego en su más reciente libro sobre tan destacado polígrafo.

“Alfonso Reyes” (breve biografía) es el nombre del volumen en el que Garciadiego recupera en su totalidad a Reyes, marcando trazos biográficos fundamentales y ubicándolos en su contexto histórico.

“Junto al escritor aparece el diplomático responsable, el creador de instituciones culturales, el humanista, el mayor animador del ambiente literario de su época” y el impulsor de muchos otros escritores jóvenes.

“El Escritor de México”, como le llamó en infinidad de veces el presidente de la Real Academia Española de la Lengua, Pedro Laín Entralgo, nació en la norteña ciudad de Monterrey, Nuevo León, el 17 de mayo de 1889, y murió en la capital del país el 27 de diciembre de 1959.

En el volumen, Garciadiego escribe que Reyes “no fue solamente un lector precoz, también fue un lector asiduo: es un hecho que pasaba las horas largas en la biblioteca familiar”.

Resulta incuestionable, dice, que la vocación literaria de Reyes fue congénita y que la empezó a desarrollar desde muy temprana edad.

Se sabe por él mismo que comenzó leyendo “una inmensa cantidad de boberías destinadas a los niños… y algunas colecciones de cuentos clásicos”.

Según el autor, el temprano gusto de Reyes por la lectura pronto se vio complementado por la afición por escribir”.

“El mismo Alfonso Reyes lo confesó en varias ocasiones y dejó huellas documentadas de su prematura vocación: siete cuadernos testimonian sus primeros ejercicios poéticos”, agrega.

Para Garciadiego, más interesante aún resulta que el propio Reyes confesara que su vocación poética, más que precoz era una “inclinación congénita”.

El maestro Reyes rehusó el ofrecimiento del general Victoriano Huerta -ex colaborador cercano de su padre, el general Bernardo Reyes, muy allegado al general Porfirio Díaz- para ser su secretario particular.

De acuerdo con Garciadiego, Reyes, asqueado de la violencia imperante, sin intereses políticos concretos y con el valor que faltó a muchos, le contesto que ése no era su “destino”.

Resolvió entonces acelerar su titulación como abogado e intentar su salida del país amparado en un puesto diplomático.

Ambas aspiraciones habría de lograrlas en poco tiempo: presentó su examen profesional y menos de un mes después se embarcó rumbo a Europa, pues había sido nombrado segundo secretario de la Legación de México en Francia.

Para Garciadiego, además, como la mayoría de los jóvenes intelectuales de entonces, Reyes tenía una marcada simpatía por la cultura francesa: educado en el positivismo.

En agosto de 1914 estalló la guerra en Europa, por lo que el acoso alemán contra París afectó seriamente la vida cotidiana en la capital francesa, por lo que Reyes decidió irse a España, país no beligerante, donde vivió como exiliado.

En Madrid, entre 1914 y 1915, lo pasó enfrentando serias dificultades económicas, provocadas por la incautación revolucionaria de las propiedades familiares en México, por su cese como funcionario diplomático y por la falta de un empleo estable y razonablemente pagado.

En España, Reyes se hizo un escritor de tiempo completo. Fue un hombre de una refinadísima cultura y con un agudísimo sentido político.

Lejos de cualquier falsa modestia, Reyes se ufanaba del hecho que si Juan Ruiz de Alarcón había conquistado a “la corte” durante el “Siglo de oro”, él había hecho lo propio durante la “Edad de plata”.

En España se incorporó al cuerpo diplomático como segundo secretario de la Legación en ese país europeo, al poco tiempo lo ascendieron a primer secretario y luego llegó a ser encargado de negocios “ad interim”.

Regresó a México y luego volvió a España en 1924 como ministro plenipotenciario en misión confidencial para entrevistarse con el rey Alfonso XIII, quien le decía tocayo a Reyes.

Al término de su misión viajó a Francia como ministro plenipotenciario, donde permaneció hasta 1927.

Ese mismo año fue enviado a Argentina como embajador, en 1930 ocupó el mismo cargo en Brasil y en 1936 fue nombrado para ocupar ese mismo cargo ante el gobierno de Buenos Aires.

Retornó a México para presidir La Casa de España en México, la que luego se transformó en El Colegio de México.

Fue uno de los fundadores de El Colegio Nacional y miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, la cual dirigió posteriormente.

Recibió el Premio Nacional de Literatura y fue designado miembro de la primera Junta de Gobierno de la UNAM, institución que le concedió el doctorado Honoris Causa.

A lo largo de su muy fructífera existencia, Don Alfonso, como le decían sus allegados con mucho respeto, se incorporó al Ateneo de la Juventud.

Asimismo, fue secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios y fundó la cátedra de Historia de la Lengua y Literatura Española.

Garciadiego también habla en este volumen de la casa de Reyes en esta capital y de su biblioteca, enorme pero austera, de dos pisos, a la que le llamó “La capilla”.

Podría decirse que allí pasó lo que le quedaba de vida y que en ella escribió el resto de sus libros.

Fuente: (Notimex)

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