Memorias de un huapanguero: Juglares isleños en una ínsula extraña llamada Xichú (1)

la medianoche del 30 de diciembre de 2007 y casi hasta la madrugada del 31. Una eclosión verbal que aún refulge y alumbra nuestro seso y conmueve nuestra sensibilidad. A continuación, un intento por retener el brillo de las estrellas en nuestra mirada.

En el camino de Querétaro a San Luis Potosí o a la inversa, por la carretera federal 57, está la desviación a San Luis de la Paz. De ahí parte una senda asfaltada para dirigirse a Xichú, en la Sierra Gorda del noreste de Guanajuato, antiguo territorio chichimeca y un poblado que en este siglo va por su quinto centenario de fundado, cuya característica principal hasta las primeras décadas del siglo XX fue haber sido un mineral importante, un sitio donde los hombres hurgaban en las entrañas de la tierra en busca de oro y plata. Ahora, agotada la explotación minera, se ha transformado en un bastión, en la ínsula del tesauro: ahí se venera a la poesía cada 31 de diciembre mediante la consagración de la palabra hecha canto desde hace muchos años. Y desde hace 27, Los Leones de la Sierra de Xichú, liderados por Guillermo Velázquez y apoyados por un comité y un pueblo, organizan una fiesta: el Festival del Huapango Arribeño y de la Cultura de la Sierra Gorda.

Así, el 30 de diciembre de 2007, convocados por el líder de Los Leones, se dieron cita algunos de los trovadores más connotados de la poesía repentista –aquella que nace, resplandece y fenece en el momento– de habla hispánica: el cubano Alexis Díaz-Pimienta, el chileno Luis Ortúzar Araya El Chincolito, el uruguayo José Curbelo, el canario Yeray Rodríguez y el boricua Roberto Silva. Ellos forman parte de una antiquísima tradición panhispánica y mundial: la de la poesía oral, espontánea, la que se fragua en las calles y en los villorrios, la que se nutre de los sucesos profanos y mundanos, menudos y significativos, la que brota como el manantial y, como éste, se difunde por vías estrechas hasta llegar al piélago humano, para el que refulge y al que sirve de testimonio y sello de identidad. Esa poesía que no se publica en libros ni sale en la tele; ésa, la intemporal y de raíces inmemoriales, la surgida de los poetas del pueblo, es decir, la poesía de los trovadores que, a la manera medieval, se convierten en voces de la tribu.

Esa noche decembrina, los poetas populares mencionados participaron en el XXV aniversario del festival y más tarde, con la plaza xichulense casi desierta, salieron al zócalo breve, a expandir su alegría y su arte, los boricuas, el canario y el cubano acompañados por el trovador mexicano, su esposa y dos de sus hijas. Ahí, simplemente se acercaron a una banca, enfrente de la iglesia de San Francisco de Asís, patrono del pueblo, y dieron comienzo a una fiesta singular, genuina, en la que la palabra pugnaba impaciente por destellar. Fuimos pocos los testigos afortunados, que de inmediato nos congregamos a su alrededor, dispuestos a seguir a los trovadores en la plaza y a compartir el tequila espirituoso. Para que se sepa, he aquí el reflejo débil de ese hechizo, de ese arte milenario.

Por tanto, sin preámbulo de ningún tipo, Roberto Silva, de Puerto Rico, secundado en el cuatro por el legendario músico Tony Rivera, fundador y director de la emblemática orquesta Mapeyé, un ícono de la lucha por la independencia del país caribeño, dejó escuchar su voz poderosa, no sin antes explicar el coro: “Es terrorismo también” cuatro veces al concluir una estrofa:

Soy cantor, y es mi deseo
toda angustia eliminar
y mi deber es cantar
las cosas como las veo.
Los principios en que creo
son la paz, la vida, el bien.
Eso explica mi desdén
por la matanza y la guerra
y todo lo que en la tierra
es terrorismo también.

Lo malo del terrorismo
es su esencia, su maldad
que arrastra a la humanidad
y la empuja hacia el abismo.
En él halla el barbarismo
profundo y amplio sostén
y nunca faltará quien
justifique tal acción.
Esta justificación
es terrorismo también.

Los que siembran el terror
ocultos por un disfraz
matan la vida, la paz
la justicia y el amor.
Pero denunciados por
sus propios hechos se ven.
Por más ocultos que estén
y por más que se disfracen
se sabrá que lo que hacen
es terrorismo también.

Deploro lo sucedido
allá en las Torres Gemelas
donde el terror dejó estelas
de muerte con su estallido.
Cada inocente caído
que descanse en paz, amén.
Cristo, el que nació en Belén,
rechazó el diente por diente,
pues matar a otro inocente
es terrorismo también.

Y en Irak, la coalición
imperialista del mundo
le causa un dolor profundo
a esa triste población.
Torturando en la prisión
al que tienen de rehén
y en vez de darle sostén
su hipócrita democracia,
además de ser falacia,
es terrorismo también.

Me dolió ver los rehenes
morir en Rusia en la escuela.
Cómo evitar que me duela
ver morir nenas y nenes.
Se condena a los chechenes
y no sé si eso está bien,
porque a este pueblo chechén
el maltrato y el abuso,
que le ha impuesto el poder ruso,
es terrorismo también.

Y como nadie me engaña
porque pienso por mí mismo
también sé que el terrorismo
hizo estragos en España.
Da dolor ver que se daña
al que espera en el andén,
poner bombas en un tren
indiscriminadamente
y asesinar tanta gente
es terrorismo también.

Inglaterra el otro día
pasó momentos aciagos
y el terrorismo hizo estragos
de dolor y de agonía.
Murieron sobre la vía
ingleses a tutiplén.
Pero en Irak más de cien
han muerto en inútil guerra
y lo que hace allí Inglaterra
es terrorismo también.

Y quieren arrodillar
al digno pueblo de Cuba
evitando que éste suba
a donde puede llegar.
Lo quisieran asfixiar
y dispararle a la sien
y negarle el parabién
al digno pueblo cubano
con un bloqueo inhumano
es terrorismo también.

Y le brindan protección
a Luis Posada Carriles
que a setenta y tres civiles
masacró en un avión.
Ésa, la gran contradicción,
se ha divulgado recién
y ya no creemos en
sus voces propagandistas,
patrocinar terroristas
es terrorismo también.

Y el imperio decidió
que duélale a quien le duela
no logrará Venezuela
lo que Bolívar soñó.
Venezuela ha dicho: “¡No! ”
al imperio y su vaivén
y el impedir que le den
el sueño bolivariano
al pueblo venezolano
es terrorismo también.

Y en Puerto Rico el imperio
a muchos ha asesinado
y hay un grupo encarcelado
en injusto cautiverio.
Hoy sufren su vituperio
mujeres y hombres de bien.
Y le grita borinquen
a este tirano salvaje
que es el maldito coloniaje
es terrorismo también.

Al finalizar la canción, se escucharon aplausos y vivas a Cuba y a Puerto Rico libre. Después, para no perder el tiempo y sí derrochar alegría, Tony Mapeyé Rivera dedicó unas décimas del peruano Nicomedes Santa Cruz –injustamente olvidado y relegada su obra poética– a la labor realizada por Los Leones y el pueblo de Xichú, que se denominan “El canto del pueblo”:

El canto es como un pañuelo
que enjuga el llanto a la vida
cuando ésta es paloma herida
que no puede alzar el vuelo.
Puede el canto ser consuelo
que mitigue la aflicción,
mas nunca resignación
para el pueblo que lo escucha,
puesto canto que impide lucha
no es verdadera canción.

Hay que cantar al amor
con la mejor poesía,
porque amar es energía
de un acto liberador.
Pero nunca haga el cantor
de su cantar un señuelo,
lo mismo que el ave en celo
que canta hinchando el plumaje
y no busca maridaje
sino pisa y alza el vuelo.

El canto ha de ser profundo
como son nuestros problemas,
y ha de abordar en sus temas
los problemas de este mundo.
Ni por un solo segundo
ha de olvidar el cantor
que su deber y su honor,
su función y su destino
son alumbrar el camino
del pueblo trabajador.

El canto debe ser claro
como el cielo en el verano,
como el alma del paisano,
como la lumbre de un faro.
El canto debe ser caro,
tanto que no tenga precio;
y aunque no lo entienda el necio
o lo rechace el patrón,
ha de cumplir su misión
si el pobre le da su aprecio.

El canto no es privilegio
de seres superdotados:
tanto pueden iletrados
como aquellos con colegio.
Así, pues, no hay trato regio
que exigir pueda el poeta
si su labor interpreta
con igual celo y afán
que el obrero que hace un pan
o conduce una carreta.

Continuará…

Foto: Roberto Silva, Yeray Rodríguez, Guillermo Velázquez y Alexis Díaz-Pimienta.
Azteca 21/Gregorio Martínez M.

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