Una Sor Juana para todos en “Yo, la peor”, de Mónica Lavín

libros y películas, continúan suscitando interés y polémica, se siguen estudiando en diversos países –sobre todo en Estados Unidos, España y México–. Así, a finales de 2007, apareció la novela “Hunger’s Brides” –en Canadá–, de W. Paul Anderson; el año pasado, el ensayo “La hora más bella de sor Juana”, del sorjuanista mexicano Alejandro Soriano Vallès, y en “2009, Yo, la peor” (Grijalbo), de Mónica Lavín. Además, la dramaturga británica Helen Edmundson escribe una obra de teatro para la Royal Shakespeare Company basada en la monja novohispana, cuyo estreno está programado para 2011.

Mónica Lavín nació en la ciudad de México en 1955, ha publicado libros de cuentos y novelas, como “Ruby Tuesday no ha muerto” (Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 1996), “Café cortado” (Premio Narrativa de Colima 2001), “Uno no sabe” (finalista del Premio Antonin Artaud 2003), “La más faulera” y “Despertar los apetitos”, entre otros. Varios de sus cuentos forman parte de antologías en México, Italia, Canadá, Francia y Estados Unidos. En Yo, la peor –título tomado a partir de la rúbrica con sangre de algunos escritos finales de sor Juana, que a pocos meses de salir al mercado ha estado en el primer lugar de la lista de los libros más vendidos, lleva varias reimpresiones y supera los 50 mil ejemplares, según su casa editorial– recrea aspectos de tres etapas decisivas de la vida de sor Juana: su infancia, su residencia en el palacio virreinal y sus últimos meses.

En esta novela, más ficcional que histórica, la autora ubica a sor Juana en un mundo dominado por los hombres mediante un lenguaje accesible y la mirada de las mujeres que la rodearon: su madre, su abuela, sus hermanas, su maestra…; es decir, una sor Juana vista de soslayo. No sería raro que este libro diera pie a una película –a pesar de que la argentina María Luisa Bemberg dirigió “Yo, la peor de todas”, en 1990, basada en “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, de Octavio Paz– o una telenovela. En entrevista, Mónica Lavín nos habla del proceso de escritura y de los retos que enfrentó para recrear a la escritora quizás más excepcional que, hasta el día de hoy, haya nacido en tierras americanas.

Mónica, ¿cómo nació su interés por sor Juana?

A mí siempre me había gustado sor Juana, sus poemas, pero tenía una idea muy vaga de su vida. En el año 2000 o 2002, no recuerdo exactamente, una amiga mía, Ana Benítez, cocinera y gastrónoma, estaba dirigiendo una colección de cocina virreinal en Editorial Clío, entonces ella adaptó un recetario encontrado en el ex convento de san Jerónimo, atribuido a sor Juana, a términos actuales, o sea, adaptó una serie de recetas barrocas a términos contemporáneos, un proyecto fascinante, y me pidió que escribiera un ensayo sobre sor Juana y la cocina. Ésa fue mi primera entrada, porque para hacer ese ensayo yo ni sabía… no había relacionado a sor Juana con el fogón, eso me hizo leer acerca de ella, pero pensando en la vida cotidiana del convento, en la persona, en por qué le gustaban los sabores dulces o salados, en los abuelos, sus orígenes. Así me empezó a fascinar, porque yo creo que cuando uno hace este tipo de trabajo –porque ése fue un ensayo–, se acerca al personaje de otra manera, entonces me pareció muy interesante distinguir que había vivido en un medio rural, en Amecameca, que sus abuelos eran andaluces –mi abuelo materno también fue andaluz–, que después tuvo esa parte de la ciudad de México, de palacio, antes de entrar al convento, que es la que uno conoce y me pareció muy interesante. Entonces pensé: “Un día quiero acercarme a ella”, porque “Sor Juana y la cocina” me llevó más bien al convento y se me ocurrió que me gustaría abordarla a través de la novela, porque a mí lo que me gusta es el trabajo novelístico, echar a volar la imaginación, inventar personajes o lo que vivieron ciertos personajes reales. Ya el siglo XVII me había parecido muy rico –y toda su atmósfera– cuando estuve cerca del recetario y de otro libro que hice sobre la cocina de los conventos, que se llama “Dulces hábitos”, para la misma colección. Entonces pensé que sor Juana y su vida cotidiana eran un tema fascinante, su vida desde la cotidianidad, pues a mí siempre me ha gustado en mis cuentos y novelas cómo la vida doméstica, la vida en cortito y lo pequeño realmente hablan de los abismos de la condición humana o de los gozos. Así fue como se me antojó meterme con sor Juana.

En “Yo, la peor”, se concentra, sobre todo, en tres etapas de la vida de la “Décima musa”.

Sí, eso tiene que ver con mis primeras aproximaciones a sor Juana en la secundaria, esta monja poeta con las redondillas de “Hombres necios…”, con el soneto “Detente sombra de mi bien esquivo…”, que me parece fascinante, sin saber incluso que también escribió teatro, la “Respuesta a sor Filotea de la Cruz” ya en la prepa, pero no la comprendía muy bien, no me interesaba mucho, pensaba: “Qué lejos está una monja del siglo XVII, qué tiene que ver conmigo”. Ni hablar de “Primero sueño”, de éste yo creo que ni tocarlo, en la prepa no se toca, pues no se le entiende nada… Después, en la parte de la investigación, “Las trampas de la fe”, de Octavio Paz, me sirvió mucho para “Sor Juana y la cocina”, me pareció un ensayo tan… digo, a pesar de que lo critican los investigadores y los sorjuanistas, tan delicioso, tan respetuoso y tan grato de leer, tan erudito sobre sor Juana que me la acercó e hizo entrañable; para la novela, me pasaba que… no hay manera de parar, va uno investigando, hay tantos libros, tantos posibles ángulos, porque no nada más iba a narrar la vida de ella… Pero la “Respuesta a sor Filotea” me dio la clave: las mujeres de su época, porque si hasta sor Filotea, que era hombre, se pone sor Filotea, luego cuando encontré a la maestra… Entonces no nada más quería saber de sor Juana, sino también de la época colonial, de ese siglo XVII, un mundo sin duda fascinante, donde había que ir acotando porque no se puede uno desparramar por todos lados, hacer apuntes. Sin embargo, no es que se acabe la investigación y empiece la escritura, uno empieza la escritura y sigue investigando porque no tiene el total de la novela. De repente necesitaba datos precisos que había que averiguar, por ejemplo, cómo era la ropa interior de las monjas del siglo XVII, cosas así. Cuando ya me acerco a sor Juana y a sus contemporáneos, la siento muy inteligente, la descubro, bueno, mientras la estudiaba. Ya se sabía su enorme sagacidad para relacionarse con los poderosos de su tiempo, para tener una red de protección, ése es su fuerte y su debilidad, porque así como los necesita y los procura, los conquista, los seduce con su ingenio y su pluma, también no tenerlos es su fracaso, que es como va pasando al final, o sea, ella no se basta a sí misma, y qué mujer se bastaba a sí misma, vamos, qué persona se basta a sí misma. Pero en esa época creo que las redes protegían de manera muy importante a una religiosa ilustrada, mucho más que un marido, que le hubiera exigido muchas cosas. A lo mejor esa red de protección era la falta del padre, descubre uno que ella está buscando restituir esta orfandad a través de todos estos vínculos y esta poderosísima… me encanta esta amistad, porque yo la califico como amistad, con la virreina, la marquesa de la Laguna [María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, también condesa de Paredes], la calidad de la amistad que lleva a una complicidad de por vida, porque se murió sor Juana antes que ella. Esto me parece muy interesante, que sea una amistad –creo que eso lo digo en el “Epílogo” de mi novela–, no hecha por el lesbianismo.

¿Por qué se decidió escribir en el español actual y no en el español del siglo XVII?

Yo, como soy una escritora de mi tiempo, no quiero hacer arqueología lingüística, con el enorme riesgo de que además le salga a uno mal, pensé que tenía que ser una sor Juana así como yo, para hacérmela cercana necesito quedarme como yo hablo ahora, aunque desde luego nombre a las cosas como se nombraban. De hecho, Amecameca no es el nombre que tenía, era Amecam y yo dudé en ponerle así o Amecameca, porque dije pues se llamaba Amecam, entonces tuve tales dudas. Estamos en el español contemporáneo, entonces hay que nombrarlo como se utiliza ahora el vocablo, yo quería un español que tuviera, a lo mejor en su construcción, las frases, algo de la construcción de ese español, menos directo, con muchas más frases subordinadas, más barroco, más engolado, pero que lo comprendiéramos todos hoy. Era la manera en que yo comprendía también esa época y la manera en que se hablaban los unos y los otros, que ya sé que así no era… Creo que cada novela pide su lenguaje, impone su lenguaje, sí hay un estilo de cada escritor, pero cada novela pide su música.

Pero esto mismo podría decirse de cada mujer que está ahí… ¿No la intimidó la sombra de Sor Juana?

Claro que me intimidó.

Se lo pregunto porque meterse en los zapatos de sor Juana es presuponer que estamos ante un prodigio de natura y una inteligencia que quizás no se ha repetido en nuestro país… Como en las cartas que le dirige a la virreina…

Trato de usar la manera en que ella hubiera apelado a la virreina, igual que hablar de su ira o de su dolor, de sus ganas de protestar ante esto, pero sí, la primera persona… Creo que sí es una inteligencia fuera de serie y que es muy difícil entrarle con el debido respeto, sobre todo así, con esta novela, que es un arte de ilusión, una ilusión de realidad lograrlo, me era más fácil el abordaje caleidoscópico, o sea, cómo la veían las demás que no tenían ese nivel de inteligencia, ni de espíritu guerrero, de sueños y de ambición, que no lo tenían, cómo la veían para irla construyendo no sólo por la mirada que ella tenía de sí misma, que eso hubiera sido una limitación de la primera, sino por comparación también.

En su novela hace un poco lo que Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”, pues describe los estratos sociales de la época, un racismo matizado, una discriminación más que racismo, están ahí, también las relaciones que se dan entre indios y españoles, entre españolas y negros… A más de 300 años, esto no ha cambiado mucho en la realidad.

Creo que eso es muy interesante, porque incluso hasta es barroca la concepción, por más que se querían separar, lo que se estaba dando era un mestizaje cultural y un mestizaje genético, digamos que somos fruto de eso, pero sí es cierto que los estratos sociales, ya no genéticos, de imposibilitar algo, de si tú naciste en tal lado es muy difícil que llegues a otra cosa, sí siguen siendo parte, desde luego, de nuestra visión muy europeizada, de clases. A mí me impresionan los extranjeros, cuando uno tiene que explicar México a los extranjeros es cuando uno se da cuenta; me acuerdo que me decían en Italia, adonde fui a dar un curso, “¿y tú qué opinarías si tu hija se casara con un indígena?”, dije es que es muy improbable que suceda, yo no tengo nada en contra de ellos, desde luego, pero es muy improbable que ocurra, entonces me veía teniendo que explicar por qué era improbable que ocurriera por estas divisiones. Claro, no estamos hablando de esta parte mestiza, sino del indígena puro, a lo mejor en la Sierra Lacandona, en sus preceptos comunitarios, en sus raíces, y ahí es muy difícil pensar en la mezcla, y por ambas partes.

Ese mestizaje racial y cultural, sigue estando presente en México.

Muy presente, aunque precisamente por este mestizaje es que somos un país culturalmente muy interesante, pero, por ejemplo, lo negro cómo ha quedado borradísimo, ¿no?

Me parece que no tanto, de hecho hace poco publicaron el mapa genético del mexicano y está presente…

Bueno, borrado del mapa urbano, aunque está presente en las costas…

Sin embargo, lo describe muy bien en su novela.

Es que me llamaba mucho la atención cuando indagaba esto de ser criollo, bueno, criollo, que además es el motor de la mexicanidad, pertenezco aquí, no soy parte del reino, esta conciencia de dónde eres.

Esto incluso rebasa ya lo que se entiende como mestizaje.

Es un asunto difícil el de la pertenencia, yo creo que se iba gestando algo que bien o mal tiene esas raíces, pero que es esta mexicanidad, con todo esto que estamos hablando, que es muy interesante, por ejemplo, cuando yo leí, creo que lo uso ahí, que los españoles veían muy mal que hubiera españoles que bebían pulque, todos estos estigmas que todavía tenemos, ya se han puesto hasta de moda, pero de vida popular, de pueblo, ¿no?, y cómo en esos factores, en esas pequeñas cosas de los gustos se iba forjando la mexicanidad.

Su novela refleja de un modo u otro todos estos cambios, como cuando en el siglo pasado la cerveza desplaza al pulque…

Por cierto, ya casi no hay pulquerías en el D.F., en Coyoacán había una, yo la vi…

Las cartas que sor Juana dirige a la virreina son una especie de preludio narrativo y estructural, pues abren cada capítulo, casi nos revelan los últimos días de la vida de esa mujer monja excepcional.

Exacto, o sea, yo quería que éste fuera el presente narrativo porque es esa lucha del silencio versus la palabra, me parece de una gran actualidad, digamos que ésa es la gran tragedia o la gran decisión que hay que tomar cuando le critican su vanidad o su vocación religiosa versus su vanidad por la escritura o por la palabra versus sus labores u obligaciones de religiosa. Me parece que son esos momentos en que hay que tomar decisiones cuando el carácter se pone a prueba, yo no quería pensar en una sor Juana renunciante, yo quería su astucia para relacionarse en su tiempo. Le fue bien, realmente le fue muy bien, era privilegiada, entonces, si era tan inteligente ella tenía que encontrar una manera y me parecía que estos meses dramáticos, que son los de “Yo, la peor”, podían ser el tapiz donde se viera este suave recorrido de su vida hasta llegar a ser la que fue. Normalmente en la que pensamos es en la que fue, la de los últimos años, la famosa, la que publica libros, bueno, al final de su vida, y también este dilema, entonces me parecía que eso era un tapiz dramático, un presente narrativo dramático en la novela para luego ir viendo cómo llegó a ser la que tiene esa correspondencia con la virreina en ese momento y qué está tramando.

Indudablemente, el personaje de sor Juana, con la perspectiva del paso del tiempo, esa relación no pasa de amistad, aunque ponerla como lesbiana tampoco hubiera sido una mala elección, no tenía muchas opciones, ¿verdad?

No, creo en una amistad más entrañable entre ellas.

Sor Juana a más de 300 años de muerta aún sigue viva, sigue siendo ilustre referencia, por lo menos, de todos, en los billetes, incluso tal vez con mejor suerte que Octavio Paz o Alfonso Reyes. Ojalá “Yo, la peor” suscite nuevo interés de primera mano por su obra, más allá de las redondillas aquellas de “Hombres necios…”.

Y por la época, porque mucha gente me dice: “Yo no sabía que esto o lo otro”, yo tampoco, lo tuve que investigar, pero de repente, como tú dices, el lector común agradece enterarse de ciertas cosas: “¿A poco vivió en el Palacio?”, por ejemplo, esa parte del palacio mucha gente no la conoce.

¿Cuánto tiempo le llevó, no sólo investigar, sino la redacción, la creación de los personajes?

Dos años y medio, a lo mejor no es mucho tiempo, además con retiros. Me iba para concentrarme, durante la escritura de esta novela me fui a Tepoztlán y a Puerto Morelos, donde tengo una amiga. Tuve la posibilidad de trabajar todo el día, porque así avanzaba mucho más, estos retiros hicieron que de repente tuviera espacios muy concentrados con mi novela, que avanzara y comprendiera cosas, porque estaba nada más con ella, no me distraía nada. Además, otra cosa: el destino de sor Juana ya estaba escrito, yo no tenía que idear los grandes momentos de su vida, eso es como tener una ruta, entonces me pude concentrar en los detalles de la atmósfera, en el interior de los personajes. Primero inicié leyendo, luego me arranqué con la novela ya que había tomado algunas decisiones de cómo entrarle, pero luego volvía, seguía, me encontraba otros libros, bajaba de algún sitio de Internet un artículo, un ensayo, me daba giros… Fue como simultáneo, no podría dividir las dos partes.

En cierta forma, sor Juana es de todos sus lectores, ¿cómo construyó la suya?

Bueno, por un lado, sin lo que han hecho los especialistas no podría haber escrito Yo, la peor, porque gracias a que se ha escrito sobre ella, a que hay investigadores del Colegio de México que han estudiado la sexualidad en el siglo XVII, a Antonio Rubial García, quien tiene un libro fascinante de cortesanos, gracias a ellos yo tuve esta posibilidad de contar con información para construir… yo creo que una sor Juana… uno se hace su sor Juana, claro, que es una sor Juana de todos, pero tenía que hacer “mi” sor Juana, que convenciera al lector de que es una sor Juana posible, pues no puedes defraudar la información histórica comprobada. Al principio sí tenía este peso, esta soga, no nomás del personaje, sino de todos los que saben y le han dedicado años, que merecen todo mi respeto, pero conforme iba entrando en la novela, los personajes ganaban, o sea, lo que es la novela, que es imaginar, va ganando, toma por asalto cualquier pudor, en el sentido de “Ay, no se vaya a ofender tal investigador”, no, te roba, te gana para la novela, y eso me fue pasando, me fui creyendo ese mundo. El libro no funciona si no te vas creyendo y sintiendo, por ejemplo, a Refugio Salazar. A lo mejor dicen: “Imposible que la maestra hubiera tenido una relación…”. No me importó, mis personajes eran mis personajes, que yo me creía posibles, gozando y doliéndose de la vida y sus destinos, ¿no? El primero que se tiene que creer la novela es el que escribe, pues la ilusión de irrealidad está ahí. Claro, puede haber un error, y espero que los especialistas me lo señalen, yo lo agradecería, pero que sepan o deben saber muy bien que yo estoy en el terreno de la ficción, con datos históricos, en el terreno de la imaginación, pues mi propósito fue construir una sor Juana muy cercana, de carne y hueso, comprensible para todos en estos tiempos.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Mónica Lavín en su estudio, en Coyoacán, durante la entrevista con Azteca 21.
Azteca 21/Gregorio Martínez M.

 

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