Nicolás Alvarado presenta a Rafael Inclán y Rosa María Bianchi en una condimentada “Cena de Reyes”

sabe escribir; pero también estoy seguro de que le gustaría el enfoque. Yo me divertí mucho al hacer la adaptación, porque implicó un zurcido invisible en el que traté de escribir a la manera de Reyes”.

La pregunta no es ocasional. Cuando Nicolás Alvarado mezcló los dos textos para escribir ésta, su primera obra de teatro -titulada Cena de Reyes y que se presentará en el Festival Internacional Cervantino-, se dio cuenta muy pronto de que había cometido sacrilegio, que había profanado al fundador del Ateneo de la Juventud, al mexicano más cosmopolita del siglo XX.

“Para decirlo claramente -resume Nicolás- en la obra sí hay sexo y sí hay sangre”. Tanta fue la congoja del novato dramaturgo que una noche se acostó agitado y despertó sudoroso: había soñado a Alicia Reyes, hija y administradora del legado bibliográfico y material de Alfonso.

Nicolás tomó el teléfono. Marcó a la oficina del director del Fondo de Cultura Económica: “Don Joaquín -dijo al hablar con Díez Canedo- necesito que Alicia lea la obra de teatro”.

El editor hizo el contacto para que la heredera leyera el texto. Alvarado sufrió la angustia de la incertidumbre. No durmió muy bien, pero la respuesta llegó pronto: la obra fue autorizada sin cambiarle una sola coma.

Desde ese día, el sueño del flamante dramaturgo es más placentero, aunque ahora lo perturban los ensayos que están bajo la dirección de Aurora Cano y la actuación de Rosa María Bianchi en el papel de Magdalena y Rafael Inclán en el rol de un chef alzado y egocéntrico.

En uno de estos ensayos, Magdalena recitó una frase que hizo corto circuito en la mente de Alvarado. “Me esforcé por escribir a la manera de Reyes, pero esa frase no tenía nada de elegante. Entonces, le dije a Rosa María: permíteme cambiar esa frase que para nada suena a Reyes. Así que el texto sigue en cambio constante”.

Respecto al sacrilegio y una vez que obtuvo la aprobación de Alicia, el dramaturgo explica que en el fondo la profanación no fue tan deshonrosa: “Alfonso es uno de esos autores que son más admirados que leídos y debemos analizarlo más y admirarlo menos. Yo lo considero uno de los autores más sacrílegos de México. Sólo por mencionar un caso, en Memorias de cocina y bodega hay todo un capítulo dedicado a la antropofagia, en el cual describe las ventajas de comer seres humanos incluso, como una forma de controlar la explosión demográfica.

“Y por mencionar otro, hay pocos textos más sacrílegos que México en una nuez”, dijo en referencia a este escrito en que, en efecto, Reyes escribió aseveraciones como que los aztecas eran tiranos terroristas, que los pueblos mesoamericanos eran “notablemente inferiores” a las culturas europeas y, en suma, compara a los aztecas con un jarro muy bonito pero fácil de romper.

No obstante, hubo un sacrilegio que Nicolás Alvarado no se atrevió a cometer: rayonear su preciada primera edición de “Memorias de cocina y bodega” con prólogo de Rivera Gazcón. “Sé que no se deben fotocopiar los libros pero simplemente no podía maltratar esta primera edición así que tuve que sacarle copias”.

Sobre este duplicado, el escritor trabajó hasta sacar ocho tratamientos de la obra. El primero de ellos, incluso, no tenía una sola palabra que no estuviera en el cuento La Cena. Luego la directora Aurora Cano hizo el trabajo de dramaturgia y lo más innovador, creó el concepto “censorama alfonsino”: puesto que la obra trata sobre la comida, mandó hacer ocho olores que se esparcirán en la sala durante las funciones. Hay algunos fuertes como el elote u otros dulces como el de rosas blancas.

Todo eso disfrutarán los espectadores- comensales en el Teatro de las Artes en el DF y en el Teatro Juárez en Guanajuato durante el Cervantino

Rafael Inclán llegó al Centro Nacional de las Artes y pensó: “Este lugar yo lo conozco, pero ¿de dónde?”. En el teatro de este centro se realizan los ensayos de Cena de reyes y aquí se hará una breve temporada previa a su presentación en el Cervantino. Estaba pues Inclán caminando entre estudiantes de ballet clásico y aspirantes a pintores de La Esmeralda cuando se acordó: “¡Claro! aquí filmábamos las películas de ficheras”.

En efecto, sobre estos mismos terrenos se ubicaba en los años setenta los Estudios de Cine América donde el actor protagonizó aquellas historias de carnes rotundas y besos voluptuosos. La anécdota funciona para ejemplificar el hecho de que Rafael Inclán es un “anfibio” que se mueve igual en el espectáculo que en la cultura.

Este será su debut en el Cervantino pero nadie olvida su Harpagón en el Moliére que montó Miguel Sabido, en dos temporadas diferentes.

Así que ahora mira los edificios de las escuelas de ballet, pintura y teatro y dice con una carcajada “¡Como hemos cambiado… digo, los edificios pero yo también!”

-¿Ha cambiado para bien o para mal desde aquellos personajes albureros y arrabaleros?

-Para bien o eso espero. La gente a veces me ubica, me desubica y luego me vuelve a ubicar, pero parafraseando el tema de la obra, te diría que yo no quiero ser un actor que esté arrumbado en la cocina, quiero ser un actor que esté en la sala de la casa recibiendo proyectos como estos.

-Ese corazón suyo que ha resistido hasta una operación ¿qué le dice sobre su debut en el Cervantino?

-No dice nada porque no he ido con el cardiólogo, ja. Creo, eso sí, que en algún momento debo retirame no nada más de la carrera sino también de la vida; pero por ahora mi corazón ahí sigue trotando, amando y gozando

-A Nicolás Alvarado se le apareció Alicia Reyes en sueños, ¿a usted no se la ha aparecido alguien?

-Todavía no. Pero una vez que me aprenda toda la obra van a empezar las apariciones, ahorita lo único que se me ha aparecido son los nervios. Aquí no puedes decir que vas a actuar regular, tienes que actuar bien, y así voy a estar.

Fuente: (Agencias)

 

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