La alta sociedad mexicana no estaba preparada para formar parte de la corte imperial de Maximiliano y Carlota

ideas irónicamente republicanas, en tanto, la alta sociedad mexicana se volcó a realizar incansables búsquedas entre los papeles familiares o de sus ancestros para saber si sus apellidos eran de abolengo como para aspirar a un lugar en la corte.

Durante meses, un afán cortesano invadió lo más selecto de la sociedad capitalina, que ansiaba ser alguien mostrándose como parte de la corte de un príncipe alto, rubio y con ojos claros.

Las mujeres de sociedad no veían la hora de ser las “Damas de compañía” de Carlota; mientras que los maridos ambiciosos deseaban cuando menos, tocar la mano de Max, según explicó el historiador Alejandro Rosas en su artículo “La corte ranchera del Imperio”.

Publicado en el más reciente número de la revista “Quo”, el también divulgador asegura que con la llegada de esta pareja austriaca comenzó la gran prueba de fuego para los mexicanos que buscaban respirar los mismos aires que sus majestades imperiales.

Para la elección de las damas de la corte, algunas fueron elegidas de acuerdo a la inmejorable posición social que guardaban; otras se distinguían por su belleza.

Entre ellas se encontraban Manuela Gutiérrez Estrada, esposa de los impulsores del segundo imperio; y la condesa del Valle, Dolores Osio de Sánchez Navarro.

Además de las “Damas de palacio”, había otra categoría que eran las “Damas de honor con sueldo”, como Concepción Plowes y Pacheco, y Josefina Varela, elegidas para dar un toque autóctono a la corte mexicana ya que, esta última aseguraba ser descendiente en línea recta del rey poeta Nezahualcóyotl.

El mayor inconveniente que la emperatriz encontró en sus damas fue su falta de instrucción y conocimientos. Carlota era poseedora de una educación muy variada, desde política hasta economía, y sabía mantener relaciones con el Vaticano, además de hablar francés, alemán, inglés, italiano y español.

Asimismo, cuando Maximiliano partía de gira por la ciudades ocupadas, la joven princesa belga quedaba a cargo del Consejo de Estado, dirigiendo las artes del gobierno.

La corte imperial era una torre de Babel, Maximiliano tuvo la infeliz ocurrencia de mezclar personajes de varias nacionalidades, pues además de los mexicanos había austriacos, belgas y desde luego franceses, ya que el imperio dependía de aquel país galo.

Los europeos se creían superiores a los mexicanos y les hacían sentir su poder, tanto dentro de la corte como en el campo de la guerra, no fue azar que la mejor espada del Partido Conservador, Miguel Miramón, fuera enviado a Europa en un claro destierro.

El predominio de los franceses era evidente, sobre todo en la figura del mariscal Aquiles Bazaine, comandante en jefe del ejército expedicionario en México. Su influencia sobre la decisiones de Maximiliano determinó, a la larga, el fracaso del Imperio.

De esta forma, la alta sociedad mexicana no estaba preparada para formar parte de una corte imperial. Ni siquiera el hijo del insurgente José María Morelos, Juan Nepomuceno Almonte, quien fue nombrado gran chambelán de la corte.

Quizá una anécdota de los días del imperio sirve para redondear los desatinos de la corte, expresó Rosas. Conociendo su admiración por la charrería, Maximiliano fue invitado a presidir un jaripeo, en el que el emperador decidió probar suerte y lazar a una vaquilla.

El caporal designado por la corte para encargarse de las bestias que debían participar en el jaripeo estaba muy nervioso, continuó, no sabía como tratar al “güerito” e intentó guardar las formas utilizando los “usté perdone” y los inigualables “majestá”.

Finalmente, añadió el historiador, le explicó el procedimiento y Maximiliano se tiró al ruedo. Salió la vaquilla y como el burro que tocó la flauta, el emperador logró lazarla, pero una vez realizado lo más difícil, se quedó sin saber qué hacer.

Asombrada la concurrencia calló. Sólo alcanzó a escucharse un tremendo grito que provenía del ronco pecho del caporal: “­Amárrela, gringo tarugo, que se le suelta la res!, con ello quedó demostrado que la corte mexicana nunca podría ser de sociedad, concluyó Rosas.

Fuente: (Notimex)

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