Emilio Pons o las vicisitudes de un tenor mexicano en Europa (3)

meta. El tenor mexicano Emilio Pons nos habla al respecto con verdadero conocimiento de causa.

Alguna ocasión me comentó que ha pasado muchas vicisitudes en su trayectoria, ¿podría comentarme algunas, en el entendido de que quizás serían útiles a futuros aspirantes latinoamericanos a cantantes de ópera?

La carrera de un cantante es extremadamente desafiante y demandante. La mayor parte de la gente, e incluso muchos jóvenes estudiantes de canto, tiene una visión muy limitada y frecuentemente ingenua de lo que verdaderamente significa ser un cantante de ópera profesional. No todo son viajes y festejos para celebrar el éxito de una función… En primer lugar, la música, a pesar de ser una disciplina artística, no deja de ser simultáneamente no sólo una carrera de tiempo completo, sino un campo de trabajo profesional en el que operan paradigmas comunes a cualquier otra profesión u oficio. Sin embargo, puesto que desafortunadamente muchas personas piensan que los músicos deben dedicarse a la música por amor al arte (lo cual sugiere que los artistas no merecen el mismo tipo de retribución por su esfuerzo y por su trabajo, concedido a cualquier otro profesionista, con lo cual denigran, en lugar de ennoblecer, nuestra disciplina) y debido a la falta de interés del público en general por las más altas manifestaciones culturales y una preferencia por la vulgar cultura popular comercial, los recursos disponibles en el campo de la música son limitados.
La ópera es un espectáculo muy laborioso y complejo que requiere de la participación de un enorme número de personas, tanto en el área artística, como en la técnica y la administrativa. Ergo, es un espectáculo muy costoso, que desde sus orígenes ha requerido de patrocinio privado y de la participación y subvención por parte del Estado. En Europa, particularmente en Alemania, la ópera depende en gran medida de subsidios estatales que aseguran la subsistencia de este género artístico, que es además ampliamente apreciado por la población; en Estados Unidos, por el contrario, depende de las generosas aportaciones de particulares y empresas (algunos motivados, quizá, por simple esnobismo), con consecuencias desastrosas en tiempos de crisis económica, como hemos podido observar en los últimos meses tras el cierre de varias compañías de ópera en ese país.
En México, por desgracia, a pesar de ser un “semillero” de grandes voces, ninguno de estos factores opera a nuestro favor; los de por sí limitados recursos económicos asignados a la cultura en nuestro país se ven menguados por la corrupción y la incompetencia en la administración de recursos por parte de las autoridades; el grueso de la población carece de la preparación necesaria para poder apreciar el arte, en general, y la música clásica y la ópera, en particular, prefiriendo las opciones seudoartísticas de baja ralea que les ofrecen las grandes empresas televisivas mexicanas; y de entre los numerosos miembros de la poderosa clase alta mexicana, a diferencia de su contraparte europea o estadounidense, en México sólo una persona, la señora Pepita Serrano, ha demostrado ampliamente a lo largo de las últimas dos décadas el tener un verdadero compromiso con el apoyo y el desarrollo del arte y de los artistas en nuestro país. Son contados los casos de cantantes mexicanos que hoy día están haciendo carrera en el extranjero que no hayan sido apoyados por la señora Serrano por conducto de la Sociedad Internacional de Valores de Arte Mexicano (SIVAM), de la cual es presidenta y fundadora.
Yo no soy una excepción, puesto que los enormes gastos de mis estudios en Estados Unidos, así como el año que pasé en Rusia sólo pudieron ser sufragados en parte gracias al apoyo de la señora Serrano. El resto fue aportado por mi familia, particularmente por mi hermana Paola y mi cuñado Horacio, sin cuyo apoyo mi carrera no habría sido posible. Es una vergüenza que la situación sea tan precaria tratándose de una de las disciplinas en las que México ha dado más talentos a nivel internacional.
Pero quisiera retomar el tema de los factores que afectan a la música como profesión. He hablado ya acerca de los recursos, su administración y el interés público y gubernamental por esta disciplina. Hablaré ahora de la elemental ley de la oferta y la demanda, que naturalmente afecta también el campo de la música. Contrario a la opinión popular, el estudio de la música clásica goza de enorme popularidad en el mundo entero (quizás, a excepción de África, el mundo árabe y una parte de Asia), en relación con el limitado número de plazas disponibles en las orquestas y teatros existentes.
Hay estadísticas que indican que menos de 3 por ciento de todos los estudiantes de canto tan sólo en Estados Unidos llega a desarrollar carreras profesionales como músicos que les permitan asegurar su subsistencia. Ese 3 por ciento, sin embargo, es suficiente para satisfacer de sobra la demanda de cantantes en ese país. La situación en Europa no es muy distinta. Los conservatorios y escuelas superiores de música están retacadas de cantantes provenientes de todos los países de la Unión Europea y de los más remotos países del mundo, particularmente del Lejano Oriente (la afición de los coreanos por la ópera, así como sus evidentes aptitudes para ella, es conocida por todos).
Quienquiera que haya participado en un concurso internacional de canto podrá constatar que en todo momento hay cientos de candidatos de las más diversas nacionalidades y que todos ellos tienen un altísimo nivel de preparación técnica y musical. La enormidad de la competencia entre cantantes a nivel internacional no puede ser sobreestimada. Paradójicamente, a pesar de esta enorme oferta de grandes jóvenes talentos, muchos de ellos nunca llegan a triunfar, y no es inusual escuchar a cantantes mediocres hasta en los más prestigiados teatros y festivales del mundo. Ello se debe a que el talento y la calidad vocal de un cantante no son sino uno de muchos factores que determinan la plausibilidad y el éxito de una carrera profesional como cantante de ópera. El género tuvo sus orígenes en Europa, por ello no es de extrañar que, tras siglos de una tradición particularmente enfocada sobre las cualidades vocales de sus protagonistas, el énfasis se ha transferido hoy día, especialmente en Alemania, al contenido dramático de la ópera y las cualidades histriónicas de los cantantes.
En la actualidad, la estratosférica carrera de un cantante obeso, aun de una Montserrat Caballé o de un Luciano Pavarotti, resultaría poco probable, si no es que impensable –a pesar de que estemos tratando de dos de los más grandes cantantes de la historia del género desde un punto de vista estrictamente vocal–. A los cantantes hoy en día no sólo se les exige una sólida preparación musical y técnica que les permita abordar un repertorio extenso, desde el barroco hasta la música contemporánea en un gran número de lenguas, sino que también ser excelentes actores, capaces de cantar en cualquier posición mientras que realizan toda suerte de actividades por extravagantes, absurdas e incluso obscenas que parezcan. Nos guste o no, estar en buena condición física y estar listo para enfrentar los retos impuestos por los directores de escena contemporáneos es un requisito indispensable para poder aspirar a una carrera hoy en día.
La preparación física por sí sola no basta. Hoy, la apariencia física juega un papel extremadamente importante, puesto que, para asegurar la viabilidad y subsistencia del género, muchos productores se ven obligados a seguir las tendencias estéticas que otros medios, particularmente el cine y la televisión, imponen sobre la población en general. Muchos cantantes terminan siendo encajonados en una categoría vocal limitada o incluso errónea con base exclusivamente en su apariencia física. Y ello no debiese sorprendernos. Los mismos parámetros estéticos que han hecho de un Brad Pitt o un Tom Cruise y de una Jennifer Lopez o incluso de la rastrera Paris Hilton grandes personalidades del mundo del espectáculo, sin importar sus cualidades histriónicas (¿qué cualidades tiene Paris Hilton después de todo?), son los mismos que hacen hoy en día de la muy atractiva Anna Netrebko y del carismático (aunque no particularmente apuesto) Rolando Villazón dos de los más cotizados cantantes del mundo, a pesar de que existan otros tan buenos como que ellos o mejores aún (¿cuántos conocen a la extraordinaria soprano alemana Anja Harteros o al excepcional tenor polaco Piotr Beczala?). La belleza y el llamado sex appeal son dos de las herramientas más importantes con las que cuentan las disqueras, los  organizadores de conciertos a gran escala y los teatros para atraer nuevos adeptos.
Por último, la ópera no se encuentra ajena a maquinaciones influenciadas por el favoritismo, el nepotismo y el nacionalismo, que a tantas injusticias dan lugar en todas las áreas del quehacer humano. Trabajar en Estados Unidos como cantante de ópera es un privilegio reservado a los ciudadanos y residentes permanentes de ese país en posesión de la llamada green card, y a un exclusivo número de cantantes de fama internacional que amerite el otorgamiento de un visado especial de trabajo. En el caso particular de Alemania la situación es ligeramente más sencilla, puesto que cualquiera que cuente con una oferta de trabajo fijo puede aspirar a un visado de trabajo bajo la condición de que el extranjero reúna cualidades que ningún alemán, en primer lugar, y ningún ciudadano de un país miembro de la Unión Europea, en segundo lugar, posea. En el resto de Europa, la situación es menos prometedora; los mercados francés y británico tienen la mala reputación de proteger y favorecer a sus propios cantantes. El favoritismo y lo que en México denominamos “compadrazgo” sólo contribuyen a empeorar la situación.
En mi caso, como ya he comentado antes, he sido en varias ocasiones objeto de discriminación como resultado de mi nacionalidad. En el mismo mensaje de correo electrónico en el que el Metropolitan Opera rechazó mi candidatura al programa Lindemann, por ejemplo, me informaron que habían discutido incluso la alternativa de ofrecerme pequeños papeles o incluso medianos como suplente, pero que no podían hacerlo puesto que yo no soy residente permanente en posesión de una green card; en el Teatro Mariinsky me fue advertido abiertamente que, puesto que no soy ruso, tendría que ser cien veces mejor que mis colegas rusos para tener acceso a las mismas oportunidades que estaban reservadas a ellos. En Heidelberg existe un velado favoritismo reflejado en el mejor trato que reciben los solistas de origen alemán, a diferencia de los extranjeros…
He sido también objeto de discriminación como resultado de mi estatura. Mido 1.67 m, estatura promedio (o si acaso ligeramente por debajo de la media) en nuestro país. En Estados Unidos y Europa, sin embargo, mi estatura es considerablemente menor a la de la gran parte de mis colegas, no sólo de otros tenores, sino de los demás miembros de los elencos de los cuales formo parte. Y si bien es cierto que Francisco Araiza, Ramón Vargas, Rolando Villazón y Juan Diego Flórez (por mencionar a algunos de los más destacados tenores latinoamericanos de las últimas décadas) no son particularmente altos, todos ellos son al menos cinco o seis centímetros más altos que yo, y esa pequeña diferencia juega un papel enorme en la mente de muchas personas que, al ver en mí un hombre de estatura baja, asumen automáticamente que mi voz es proporcionalmente pequeña o se rehúsan a creer que una vez que estoy sobre el escenario el hecho de que la soprano sea más alta que yo es acaso percibido por el público. Estoy, por ende, constantemente obligado a procurar superar a mis contrincantes por medio de mi técnica, de mis cualidades histriónicas, mi preparación musical y de mi personalidad artística, a fin de sobreponerme a estas desventajas. ¡Me queda de consuelo, al menos, que no soy, además de extranjero y bajito, gordo, negro y de rasgos asiáticos!

Comentarios a esta nota: gregorio.martínez@azteca21.com

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