Cruz Mejía presentó “La creciente”, una memoria de su niñez y adolescencia en La Noria, Sinaloa

Reconocido por su labor como
 locutor, productor radiofónico
y compositor, Cruz Mejía
 hace su primera
incursión en la literatura
 Foto: Cortesía
CONACULTA/Jorge Vargas

Ciudad de México.- 24 de agosto de 2009.- (CONACULTA) Reconocido por su labor como locutor, productor radiofónico y compositor, Cruz Mejía hace su primera incursión en la literatura con La creciente, una suerte de autobiografía o memoria de su niñez y adolescencia en La Noria, Sinaloa, al que el poeta, escritor, narrador, cantante y analista Carlos Montemayor, calificó como “una especie de canto épico de los pueblos norteños”.

           Más que una presentación, lo ocurrido el fin de semana en el domo de Radio Educación, fue una reunión de familia y de amigos. La calidez de la amistad y el afecto hacia Mejía por parte de quienes llenaron hasta el tope ese espacio, así como de Enrique Rivas Paniagua, Carlos Montemayor, Pino Páez y Froylán López Nárvaez, quienes fungieron como comentaristas, se hacía patente a cada momento.

           Para Montemayor, La creciente es un libro deslumbrante, particularmente si los lectores son también norteños. “No hace mucho que el norte forma parte del territorio nacional, de la cultura nacional y de la identidad nacional. Las dos grandes válvulas de escape, el narcotráfico y las remesas de migrantes, tienen su sustento en esa selección del triángulo dorado en el que además de Sinaloa, Durango y Chihuahua tienen su participación histórica”.

           En ese sentido, dijo, este recuento se constituye en una especie de himno para todos esos pueblos que le han dado a este país, revoluciones en las primeras décadas triunfantes, ahora olvidadas y traicionadas, a lo que se suman poetas, pintores y artistas.

           El escritor chihuahuense señaló que en el contexto del mundo que relata Cruz Mejía, Guasave era el lindero del mundo civilizado y La Noria, el territorio de la realidad humana y “la única realidad al alcance de todos los que hemos nacido por rancherías, en rancherías o cerca de rancherías”.

           Puso de relieve la capacidad deslumbrante de Mejía, “para describir el mundo en el que los norteños nacimos, comimos, crecimos, nos golpeamos, nos bromeamos y descubrimos tardíamente las ambulancias blancas donde nos ajusticiaron con todas las vacunas habidas y por haber”.

           Ya para concluir su participación, Montemayor señaló que este libro le ha permitido entender por qué el Cruz Mejía compositor y músico, es un artista capaz de cantar, de escribir, de celebrar todos los ritmos del país, de celebrar, encontrarse y tomar con naturalidad las cuerdas, las percusiones, los instrumentos de viento, los ritmos de contrapunto, los sones, los huapangos, los corridos y los sones abajeños.

           “Solamente seres que nacen amando sitios recónditos e íntimos como La Noria, tienen esta capacidad de acercar todo lo que pareciera remoto en el país y reunirlo en un solo corazón, en un solo manantial que vivifica toda la alegría musical de México como lo ha hecho durante décadas Cruz Mejía”, finalizó.

           Enrique Rivas Paniagüa, prologuista, y quien tuvo a su cargo la corrección de estilo del volumen, comentó que cuando Cruz Mejía puso ante él por primera vez el original para que le pusiera un ojo clínico gramatical, tragó saliva. “Corregirle estilo a un texto 100 por ciento verbal, a una narrativa en el sentido más llano y oral de la palabra, se preguntó qué papel puede jugar en ese caso un simple pulidor de ideas, al que además reservó el privilegio de escribir un prólogo.

           “Le entré al reto, faltaba más. Leí y releí letra por letra, palabra por palabra, oración por oración, párrafo por párrafo, 10, 15, 20 veces. Me tardé no solo por el prurito del profesional trasnochado sino por el gozo del lector que chasqueaba la lengua con cada línea, que sabrosura de experiencia, que cascada de sensaciones fui despeñando de la lectura”, observó.

           Afirmó que leer a Cruz Mejía es igual que escucharlo, platicándole en primera persona del singular y en su singular modo de expresarse, “los sinaloísmos le brotan a tal grado que requirió de un jugoso glosario y no se diga, la cantidad de modismos, onomatopeyas, conjugaciones alucinantes, significados diferentes a los usuales de una palabra, los trances del viejo mester castellano, un juego de opuestos que se van alternando en un mismo tiempo o en una misma persona”.

           Expresó que sus imágenes de inmensidad como eco de gritos rebozados; su juego de espejos tarugos donde la mano izquierda pasa por derecha; sus largos e introspectivos silencios que la añoranza no tiene tiempo de romper; su veneración hacia el a’pá y la a’má que le enseñaban el arte de la existencia y cuyo recuerdo recala en un suspiro; la memoria prodigiosa de Cruz Mejía hace de todo ello un caudal imparable de emociones, una crecida de ríos profundos que quien lo lea-oiga y quien lo oiga-lea, sabrá agradecerle.

           El narrador y periodista Pino Páez destacó que se trata de 200 y pico de páginas que lo mismo pueden abordarse en cuentario o novela, con personajes, incluido el autor, que al estilo de Balzac van de una historia a otra, de un capítulo a otro, como la comedia humana que se fragmenta en diversas vidas a lo largo de una sola anatomía.

           Por último, el también periodista, Froylán López Narváez, aseguró que el trato con Cruz Mejía es propio de un ser humano de esplendideces, porque siempre hay alegría, ironía, mordacidad y tratarle, encontrarle, es de veras un gusto privilegiado.

AMS

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