“El cielo, la tierra y la lluvia”, una película de espíritu insular

La historia se desenvuelve
en torno a Ana, una mujer
 que, como el vaivén
de las olas, parece dejarse
 llevar por la vida con
una actitud conformista
Foto: Cortesía Cineteca Nacional

Por J. Roberto Rodríguez Estela
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 22 de junio de 2009. La semana pasada, la Cineteca Nacional exhibió la película “El cielo, la tierra y la lluvia” (2008) –con duración de 110 minutos y clasificación A–, escrita, dirigida y producida bajo la supervisión del director chileno José Luis Torres Leiva, quien nos narra con una fuerte óptica minimalista la vida de cuatro personajes, principalmente, en una isla del sur chileno. La historia se desenvuelve en torno a Ana, una mujer que, como el vaivén de las olas que chocan contra las rocas, parece dejarse llevar por la vida con una actitud de espectador, una mujer plasmada de una forma conformista. Ella se ve rodeada de un entorno silente como su propia actitud a la vida que ha dedicado al cuidado de su madre enferma, por lo que adquiere cierto carácter de mártir, siempre devota.

Los personajes secundarios que acompañan a la protagonista comparten ciertas similitudes en cuanto a este vacío existencial que conlleva la soledad; sus dos amigas, Marta, una mujer de complexión y características muy cercanas a la androginia y de la cual no se sabe mucho –en realidad no se sabe mucho de ningún personaje–, pero su actitud autista nos hace intuir el gran dilema de su vida al lado de un hermano boxeador; en cuanto a su amiga Verónica se puede decir que encontramos un modelo arquetípico de la mujer independiente con necesidades tan básicas como la compañía o el temor a la soledad. Dentro de la vida de Ana llega a influir bastante Toro, personaje enigmático de tintes melancólicos, quien vive solo con un perro, hasta que llega Ana a dedicarse a los menesteres del hogar.

Una historia trazada sobre silencios y tomas abiertas y largas –como es costumbre del cine minimalista– que trata de reflejar la vida común de cuatro personas, sin determinar por qué comienza la historia o cómo acaba la misma. El director Torres Leiva ha llevado a la pantalla historias similares en cuanto al encuadre cinematográfico y la trama que aparentemente no nos dicen mucho o nada. Pero ¿qué sucede en este tipo de películas donde supuestamente no sucede nada? En palabras del autor podríamos decir que: “son historias que invitan al espectador para construir sobre la historia otras historias posibles, que no han sido narradas en el filme”.

Desde este particular enfoque, semejante a la visión literaria, nos lleva de la mano para echar a andar nuestra imaginación con la pauta visual del director, tal como lo hace un escritor en literatura. Las obras anteriores del director (“Ningún lugar en ninguna parte”, 2004, “Obreras saliendo de la fábrica”, 2005 –como tributo a uno de los primeros cortometrajes de los hermano Lumière en 1895 de título “Obreros saliendo de la fabrica”– y “El tiempo que se queda”, 2007) rinden culto a la vida diaria de personas comunes, sin el uso de efectos especiales, música incidental o tomas muy elaboradas, tratando de ilustrar lo interesante y enigmático que puede ser vivir en los zapatos de otro.

 

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