Joyas y enseres que Catalina II atesoró a lo largo de su reinado, se aprecian en la muestra “Zares”

La dama gobernó Rusia de
1762 a 1796 convirtiendo a
San Petesburgo en una
de las capitales europeas
más hermosas e importantes
de su tiempo
Foto: Cortesía INAH

Ciudad de México.- 17 de Marzo del 2009.- (INAH) En la sala de exposiciones temporales del Museo Nacional de Antropología unos cálidos ojos azules aguardan al público. Resaltan sobre un rostro blanco unos labios rojos y una cabellera negra de una joven elegante, plasmada en colores fríos y trazos casi de muñeca: es Catalina La Grande antes de llegar a Rusia, nación donde su talento para gobernar y los secretos lúbricos de su alcoba, en el Palacio de Invierno, la convirtieron en un mito.

 

El rostro de la zarina Catalina II en su juventud, entonces nombrada Gran Duquesa Ekaterina Alexeevna, “Fica”, fue plasmado por el pintor alemán Georg Christoph Groot en 1740. Óleo colección del Museo del Ermitage. Una de las piezas a través de las que el público mexicano puede acercarse a ésta emblemática mujer, cuya vida y actividades han sido tema de intensos estudios por más de dos siglos y hoy día siguen causando morbo.

 

Esta obra junto con otros óleos de pequeño y gran formato, joyas decoradas con diamantes, ropa, muebles, servicios de mesa y diversos objetos decorativos que Catalina II atesoró a lo largo de su reinado, se pueden apreciar en la exposición Zares. Arte y cultura del Imperio Ruso. Colecciones del Museo del Ermitage que estará en exhibición sólo por dos semanas más, hasta el 29 de marzo, luego de que un total de 239 mil 39 personas la han visitado desde diciembre de 2008, cuando se inauguró.

 

La dama gobernó Rusia durante 34 años (de 1762 a 1796) convirtiendo a San Petesburgo en una de las capitales europeas más hermosas e importantes de su tiempo, guiada por los intelectuales de la Ilustración al tiempo que disfrutaba de un erotismo desbordante.

 

El Retrato de la Gran Duquesa Ekaterina Alexeevna da cuenta de una doncella hermosa. Sin embargo, la historia advierte que su distinguido marido, el zar Pedro III, nunca se interesó en ella como mujer y después de años de casada optó por las atenciones masculinas fuera del lecho conyugal: jóvenes guapos que poseían talento militar o habilidad política, inteligentes y cultos fueron su delirio hasta que murió, a los 65 años.

       

La muestra, que se presenta en el Museo Nacional de Antropología (MNA) incluye  retratos al óleo de algunos de sus solícitos acompañantes: el príncipe Grigory Potemkin de Táuride –plasmado por Johann Baptist Lampi–; el militar que alcanzó una fama legendaria, llamado a la corte para concretar la conquista de otros países con la intención de transformar a Rusia en potencia internacional.

 

Alexander Lanskoy, fue el amante favorito de Catalina II en 1779 y en 1780 pasó a residir en el Palacio de Invierno como ayudante de campo de la emperatriz. Murió a los 26 años.

 

El culto de Catalina II a los placeres “no era resultado de una sensualidad que sólo buscara nuevas formas de satisfacerse, para ella el amor era una función natural de un organismo dotado de una inmensa fuerza física e intelectual, un temperamento ardiente y una longevidad increíble de ciertos fenómenos fisiológicos”, escribe Alexander Solovyov en el catálogo de la exposición, editado por el INAH.

 

Es así que su erotismo, como capacidad creadora, llegó más allá: interesada en  el arte, la filosofía, la historia, la economía, la jurisprudencia y la política, Catalina II se abandonó a sí misma para cultivar estas disciplinas y atesorar obras de arte.

 

Gradualmente su escritorio, al igual que su intelecto, fue ocupado por textos de los filósofos franceses de la Ilustración, entonces maestros del pensamiento europeo: Montesquieu, Diderot, Rousseau y particularmente Voltaire, derrumbaron sus prejuicios sobre el mundo.

 

Resultado de sus estudios, Catalina La Grande entendió que la prosperidad del Estado y sus habitantes estaba en las leyes: ocupó dos años en escribir sus Instrucciones, tratado filosófico y legal basado en las ideas de la Ilustración que entre otras cosas solicitaba la formación de la Comisión Legislativa, y fue la guía para los diputados, a quienes se las entregó en 1767, cuando la Comisión se reunió por primera vez.

 

Entre las piezas que el público puede apreciar en la muestra se encuentra un retrato en miniatura de Catalina II con sus Instrucciones en la mano (8 x 10.7 centímetros). Los elementos de la obra realizada en cobre y esmalte, de autor desconocido, muestran a la soberana como legisladora: las grandes hojas de papel en las que está escrito su tratado, la medalla de oro sobre la mesa, acuñada especialmente para los miembros de la Comisión y los libros del filósofo Montesquieu.

 

Otra pieza inestimable de la zarina fue su escritorio cilíndrico, elaborado en 1785 en el taller de David Roentgen, uno de los ebanistas más destacados de la época;  fue construido con maderas de amboina, roble y caoba, especialmente para la emperatriz. La parte superior del secreter tiene la forma de un templo, con columnas emparejadas y un reloj en el centro.

 

La decoración del reloj es obra del francés Francois Remond y para el Museo del Ermitage constituye “una de las perlas de su fabulosa colección”. El secreter se puede admirar en el Museo Nacional de Antropología.

       

Mas objetos que representan parte de la esencia de Catalina La Grande y que se pueden ver en la muestra es su uniforme de infantería (1772) elaborado en seda verde y escarlata e hilo de metal dorado; la soberana lo portaba cuando recibía la visita de oficiales en ceremonias militares.

 

Piezas de ajedrez negras y blancas en forma de torres, que datan de 1780. El conjunto consta de 80 piezas trabajadas en acero y bronce pulido y cincelado, embutido en plata y cobre, casi todas las figuras tienen formas de diferentes tipos de torres coronadas con cúpulas, adornadas con incrustaciones de colores de plata y cobre.

Pero la creatividad del artífice del juego de ajedrez se manifiesta en los caballos: crines y colas de las figuras blancas son de plata; en tanto que las crines de las negras, de oro, y sus colas, cubiertas con una red de “diamantes” de acero.      

 

También se pueden disfrutar objetos decorativos, como los jarrones de jaspe “sanguíneo” (color poco común que combina rojos oscuros y profundos con azules fríos y gélidos, material usado en la decoración de los palacios rusos); y copas de rodonita, la segunda piedra más importante de los Urales, muy popular entre los talladores rusos; existe en varios tonos rojos que van del escarlata al rosa.

 

La pintura de Catalina II según el original del artista sueco Alexander Roslin, realizada por el pintor ruso Fyodor Stepanovich Rokotov en 1780, es otra de las piezas emblemáticas de Zares. Arte y cultura del Imperio Ruso. El retrato original plasmado por Roslin fue uno de los más populares de la iconografía de la zarina: ella aparece con su trono al fondo, una corona y el globo imperial, mientras apunta con el cetro hacia el busto de Pedro III.

 

En la placa de mármol se lee: “Ella termina lo que ha sido iniciado”, quiere decir que se debía considerar a la emperatriz como la continuadora de las transformaciones que comenzó Pedro II El Grande, uno de los más destacados gobernantes de la historia de Rusia.

 

En la sección dedicada a Catalina II dentro de la muestra Zares. Arte del Imperio Ruso, hay piezas de los diversos servicios de mesa elaborados con las mejores porcelanas de Europa y con las técnicas más innovadoras. Cajas de rapé trabajadas en oro, plata, diamantes y cristal de roca, así como diversos retratos de la singular dama y de personajes vinculados a ella.

 

De acuerdo con Alexander Solovyov uno de los mayores intereses de la zarina fue el desarrollo de las ciencias y las artes: mandó traducir al ruso las obras de Rousseau, haciéndolas importantes en la educación de varias generaciones. Fundó la academia Rusa que en 1794 produjo el primer diccionario etimológico.

 

Fue autora de numerosas obras de teatro satíricas y publicó su propio periódico político; en 1783 decretó el final de la censura lo que provocó el incremento de las publicaciones de obras rusas y de traducciones y aumentó el número de editoriales.

 

Para muchos historiadores el reinado de Catalina ha sido descrito como la edad de Oro del Imperio Ruso: transformó a San Petesburgo en el enorme complejo arquitectónico que es, integró una galería con obras de importantes pintores como Rembrandt y un teatro donde llegaban algunos de los mejores artistas para disfrute de la corte rusa.

 
Prusiana de nacimiento, Catalina La Grande llegó a Rusia en febrero de 1744 a conquistar la corte; tuvo que dominar un idioma desconocido y convertirse a la fe ortodoxa para casar con Pedro III por interés de la entonces emperatriz, Isabel I. Después de la desilusión matrimonial, la soberana se dedicó a cultivar a una de las mujeres más brillantes en la historia de la humanidad.
 

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