“Sol d’ibierno”, un disco luminoso del grupo español “Biella Nuei”

La portada no nos dice
mucho del cálido y alegre
 –en la mayoría de
 los casos– contenido
 Foto: Cortesía 'Biella Nuei'

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 6 de enero de 2009. A partir de una aparente paradoja o una aproximación al oxímoron, el grupo español “Biella Nuei” tituló a su más reciente trabajo discográfico “Sol d’ibierno” (Delicias Discográficas, Ayuntamiento de Zaragoza, España, 2006), cuya portada no nos dice mucho de su cálido y alegre –en la mayoría de los casos– contenido, excepción de los caracteres con aires arábigos del nombre del grupo.

“Biella Nuei” se fundó en los años ochenta como respuesta de un grupo de jóvenes músicos aragoneses interesados en su folclor. Así, se dedicaron a investigar, a conocer a los músicos viejos y sabios que aún vivían, a recoger testimonios orales y musicales, a conocer y fabricar los instrumentos musicales tradicionales (la gaita de boto, el chicotén o la dulzaina. Cfr. www.biellanuei.com.).

Con el paso de los años, se han convertido en un baluarte y salvaguarda de su tradición musical; pero también, como lo muestra este sol invernal, en un grupo que toca los extremos de la creación musical: de la tradición a la vanguardia, de la recuperación del acervo al incremento de éste con aportaciones propias.

Así, nos encontramos con trece temas sin desperdicio, en los que podemos apreciar y disfrutar la versatilidad (el dominio de los instrumentos, la capacidad de caminar por senderos nuevos, propios). El disco abre con una especie de himno: “Tarantainas de la casa sin pared”, en la que las cuerdas y las palmas se dan la mano con la gaita y el acordeón para invitar al escucha a bailar o, por lo menos, a palmear para compartir la alegría que rezuma esa música vital y vigorosa, aunque de letra nostálgica.

En seguida viene “Te kambian los tiempos”, otra oda lúdica a la alegría y, al mismo tiempo, un reclamo a la enajenante vida actual, con empleo de recursos que se salen de lo tradicional, pero siempre enmarcados en el contexto del tema en cuestión, lo que, hay que decirlo, le confiere aún más aires de modernidad a esta música, que procede de tiempos antiguos.

Luego viene una pieza instrumental, más relajada, pero no exenta de ritmo y percusiones que le dan una cierta viveza, es decir, música de danza, de una solemnidad ancestral: “Pasapeanas”. Después toca el turno a otra pieza, dulzona, en la que se advierte más experimentación, más encaminada al ensimismamiento, a los paisajes interiores: “Manzanas marinas”.

Sigue la que da título al disco, “Sol d’ibierno”, una canción –casi imploración– anclada en la nostalgia y en la esperanza, en la posibilidad del eterno retorno del sol dador de vida e ilusiones. Vamos, la música se hace una con la letra y la voz para llegar a la sensibilidad del hombre, a la sensualidad de una melodía marcada por un tambor.

Después “Los chavos” es una invitación al baile, a la danza mesurada, al disfrute de la mujer ondeando su cuerpo al aire, a la mirada de los curiosos, al goce de la vida; no deja de advertirse una reminiscencia de los juegos infantiles. “Despertadera” es un tema algo oscuro, con muchos aires árabes, con evocaciones de los cantos y fiestas colectivos en el monte, en la sierra (si la hay por allá).

A continuación se escucha el tema más jazzeado, con, me parece, aires incluso latinoamericanos, algo brasileros, en el que el baile o la danza es más libre o abierta, con más oscilaciones de ritmo: “Las manzanitas”. Luego aparece un tema amoroso cuya letra es muy hermosa, acompañado de una música que apenas, en fragmentos, llega a sensual, incluso se advierte algo fría. No obstante, es un buen ropaje para esa letra pletórica de vida, de promesas.

“María, tres colores” es una bella canción de amor –que incluso me hizo imaginar rescoldos de una vieja canción ranchera–, quizás la más nostálgica y de música más sosegada, casi espiritual. “Quiero recordar” es una canción también preñada de nostalgia, casi a medio camino entre el bolero y la trova, pero con mucho énfasis vocal.

“Sinhaya-¡Gógelo!” es verdaderamente fascinante, como si se tratara de encantar a quien lo escuche, de mucha fuerza melódica y penetrante insistencia temática. “La tórtola radioactiva” es otra pieza cautivante, con andanzas entre el jazz y la canción moderna –cuasi rapera–, con algún eco de provocación.

“Sol d’ibierno” es un disco que fascina y cautiva, que suscita distintos pensamientos y sensaciones después de cada vez que lo escuchamos, que vale mucho la pena. Sería magnífico poder escuchar en vivo a “Biella Nuei”, digamos en el “Ollin Kan”, ¿por qué no? Son excelentes músicos y, sin duda, también representan a una cultura en resistencia.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Libros sobre España: www.vialibros.net

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